Políticos ningunean con títulos académicos como estrategia

"México como sabes es un país de licenciados, desde que llegaron los primeros licenciados a quitarle el fruto de la conquista a Hernán Cortés, los licenciados han imperado en México"

Condesas, marqueses, vizcondes, monarcas, archiduquesas y otros, son títulos nobiliarios de antaño: marcaban la supuesta pertenencia a la nobleza y la diferencia de gente con "sangre real". Su contraste serían los desarraigados o los "nadies", como escribiría atinadamente el gran Eduardo Galeano. En México el ascenso económico nos lleva a la burguesía, para ello en los tiempos actuales es necesario un título académico, aunque no necesariamente eso signifique un camino al "éxito" o pertenecer a las clases económicamente dominantes.   

         —¡Licenciada! ¡Licenciada! —le dije una vez a una funcionaria universitaria que sólo me miró por encima del hombro. Como fui demasiado insistente ella volteó con un gesto no muy amistoso y respondió: —¿Me hablas a mí? —¿Más tarde me enteré que recientemente ella había obtenido el título académico de ¡Doctora en Derecho Constitucional! Entendí entonces su molestia cuando no le hablé con el título adecuado.

EL NINGUNEO

"Me decía Reyes, mira, México es un país muy formalista, y la gente necesita un asa para levantar nuestra tacita y esa asa es el título profesional (...) México como sabes es un país de licenciados, desde que llegaron los primeros licenciados a quitarle el fruto de la conquista a Hernán Cortés, los licenciados han imperado en México. Entonces, yo tenía que ser licenciado...", dice Carlos Fuentes al referir que él sólo quería dedicarse a la literatura pero que don Alfonso Reyes lo persuadió para que estudiara la carrera de abogado.

         Este preámbulo de los "nadies", el "¿Me hablas a mí?" y la herencia de los licenciados españoles en México narrada por Carlos Fuentes nos sirve para ilustrar quizás la fantasía de sentirse superior ante los demás, de minimizarlos si no poseen un título o sello académico que los iguale, aunque tales, sean sólo etiquetas de formalidad como también lo aseveró don Alfonso Reyes.

         Es inaudito que a estas alturas del siglo XXI los títulos universitarios o colegiados se utilicen para ningunear a las demás personas. El recalcar que poseemos tal o cual diploma a nuestro favor no nos hace diferentes de nuestro prójimo, al contrario, delata nuestra incapacidad (a pesar de la formación académica) de convivir en una sociedad con miras a la justicia e igualdad humanitarias.

         ¿Acaso a través de los títulos académicos tan sólo se lleva puesta la máscara del racismo? Es decir, al ninguneo de los demás se agrega la discriminación disimulada porque no se debe aceptar al "otro" como un igual o semejante, sería insoportable ese reflejo. ¿Qué tan importantes son los títulos para vernos a nosotros mismos y a los demás?

Retomo unas líneas del "Diario invento", del poeta Francisco Hernández para ilustrarnos:

"En el café me encuentro con F. C. Me saluda diciéndome «¡poeta!» Con un tono burlón nada desconocido. Me apena y me molesta. ¿Por qué? ¿Es tan pinche ser poeta? ¿Es tan despreciable escribir versitos? ¿Hasta dónde incide la envidia en todo esto?

         Al encontrar a mis amigos escritores, nunca les digo: «novelista, ¿cómo estás?» o «hola ensayista» o «quiubo, crítico de cine»."

Porque en esto del ninguneo y la discriminación no son ajenas la envidia ni el miedo a tener que aceptar que otras personas carentes de estudios superiores pueden tener más y mejores capacidades y actitudes que nosotros mismos. Tampoco esto es ajeno en la política mexicana. Recordemos que en una de las marchas contra el presidente de México una de las asistentes lo llamara "indio de Macuspana, tienes unas patas rajadas que ni el mejor zapato que te pongas te quita lo naco...".

UN STATUS FICTICIO

El temor a ser desplazado o perder su estatus social lleva al individuo a tratar de opacar a su contrario. Él es el licenciado, el maestro, el doctor, el empresario fulano de tal... el mejor preparado para los espacios en el servicio público, en la ciencia o la academia y nadie más debe tener deseos de progresar en ningún aspecto si no pertenece al estrato social marcado por el status quo.

Si el "otro" tiene como oficio ser zapatero, albañil, plomero, campesino, obrero, etc., ante los ojos de quien posee los títulos estipulados por la etiqueta, entonces ese otro no podrá ser regidor de cabildo aunque se conozca al dedillo la Ley Orgánica Municipal o posea una autoridad moral irrefutable, porque el Sr. Empresario lo considera inferior si lo mide con sus estándares de acuerdo a la posición en la escala social más elevada.

La burla o la mofa como estrategia para invisibilizar o ningunear al "otro" en cualquier ámbito resulta intolerante y el ciudadano común la percibe inmediatamente. Además, devela en quien la ejerce una limitada y burda táctica, es decir, demuestra que el análisis y la reflexión a pesar de los mejores títulos académicos son mínimos, solo apariencia.