Tomás Mejía, el artista plástico que se conectó con la madre Tierra

Hace ya algunos años conocí a Tomás Mejía. Lo visité por primera vez en su galería “La Trinchera del Arte” ubicada en el corazón de Villahermosa

Hace ya algunos años conocí a Tomás Mejía. Lo visité por primera vez en su galería “La Trinchera del Arte” ubicada en el corazón de Villahermosa. Ahí estaba, moviendo su pincel, haciendo trazos, dando forma a una mazorca de cacao, y luego a unas manos que la recibían.

En ese espacio observé cuadros y esculturas donde existía una constante: el hombre y la naturaleza.

En algunos de los lienzos estaba representado el campesino con grandes racimos de plátano. El campesino y sus guaraches. El campesino y su machete.

Mujeres casi al desnudo con sus canastas de mimbre. Y siempre me explicaba de esa conexión que tenía con los seres vivos.

E igual del reclamo de la Tierra hacia los hombres por lo que se le hacía. Él le llamaba “Madre Tierra”, quizás porque sentía su calor, el abrigo, su solidaridad, sobre todo porque le inspiraba también para desahogarse, a veces, con rabia, dolor e impotencia ante el mal que le provocamos a nuestro hogar universal.

Me comentaba que en la vida nada era casualidad. Sus cuadros, una representación de su ser, de sus orígenes, su ideología, así lo manifestaban.

Porque en esa Trinchera del Arte igual se podía ver a un Emiliano Zapata, a la muerte, a Francisco Toledo con sus papalotes, tamborileros, obreros, pájaros, diseños de murales para instituciones educativas, águilas, al Quijote, manos que abrazan la vida, cayucos, pescadores, riberas, garzas en pleno vuelo, máscaras…

Ayer muy temprano nos dijeron que ya no estabas. La noticia me agarró por sorpresa. En silencio busqué entre los archivos audios de algunas entrevistas –pláticas amenas- que hicimos. Encontré además fotos de gratos recuerdos, como las de tu cumpleaños, o cuando nos visitabas los martes en la mesa del Hotel Viva.

Escuché varias veces tu voz de los mensajes que dabas fuera de lo artístico. Siempre con la mano empuñada: “no puede ser que sigamos destruyendo el planeta”. Comentabas preocupado por las nuevas generaciones, y cuestionabas: ¿qué se les va a heredar?

Tomás, no sé a dónde haya ido tu alma, pero lo más seguro es que esté en los brazos de tu madre Tierra, y algún día vuelvas a renacer, quizás en una planta, en un ave, en un jaguar, en un río, en águila o en una mazorca. 

En la pared de mi casa queda una litografía que un día me diste como obsequio. Un azteca con sus manos extendidas ofreciendo cacao. Abajo, en una de las esquinas un mensaje: “Con aprecio amigo Wilber”, de Tomás Mejía. 24 de enero de 2020. 

Hoy me quedo con tu colorido. Con tus sabias palabras hablando de la naturaleza. Me quedo con tu amistad. Tu coraje. Me quedo con esa imagen como el primer día que nos conocimos, pintando y escuchando música. Fue un placer contar con tu amistad, oír tus anécdotas y disfrutar ver lo que más te apasionaba: pintar, crear e imaginar. Donde quiera que estés… un abrazo amigo. Mis condolencias a su familia.

PARÉNTESIS

Rodolfo Frías Pulido, subsecretario para el Bienestar de los Pueblos Indígenas del estado de Tabasco, reconoció que hay un rezago histórico que atender en las comunidades originarias de la entidad. Hoy se lucha porque la identidad prevalezca, además de la originalidad en todas sus dimensiones. Todos somos parte de esa enorme responsabilidad que en ocasiones se nos olvida. (kundera_w@hotmail.com)