¿Traidores?

El hecho de que el presidente señalara como traidores a los diputados opositores en su conferencia matutina

Las acusaciones de traición a la patria, lanzadas por el presidente y los diputados morenistas en contra de los diputados con cuyos votos fue frenada la reforma eléctrica, no sólo exponen la formación antidemocrática de quienes las profieren sino, además, su concepción patrimonialista de nación. No resulta atrevido, por tanto, pronosticar que un mayor encono y su consecuente cerrazón marcarán el cierre del período, así como el proceso electoral del 2024.

El hecho de que el presidente señalara como traidores a los diputados opositores en su conferencia matutina, al día siguiente de la votación legislativa, de ninguna manera fue sorpresivo, pues encajó perfectamente en su estilo discursivo.  Pero no por ello deja de ser preocupante.  Que estemos acostumbrados a sus constantes y múltiples denostaciones, no significa que debamos ignorar el sentido de sus agresiones.  Lo propio de un régimen democrático es que el presidente salude y haga suya la resolución del poder legislativo, así haya contravenido su proyecto y su interés.  En un régimen democrático, difícilmente un mismo grupo consigue sacar siempre adelante sus propuestas. 

Al acusar traición y tratar de denigrar a la oposición, el presidente y su partido pretenden mostrar una presumible superioridad moral, cuyo fundamento sería la encarnación de un inexistente espíritu nacional. La condena proviene, asimismo,  del nulo interés por la autocrítica y la también nula capacidad para realizarla.  Lanzar acusaciones a la contraparte es un recurso conveniente porque desvía la mirada y tranquiliza la conciencia, pues evita la reflexión y el autoanálisis.  La abrumadora derrota del proyecto presidencial fue resultado de su cerrazón.  Durante meses se especuló sobre la posibilidad de que los diputados priístas acompañaran a los morenistas en el proceso, para convertir en realidad la propuesta presidencial.  No hubo certeza de que el proyecto no pasaría, sino hasta unos días antes de la votación. 

Efectivamente, la bancada priísta trató de negociar con la morenista sugiriendo enmiendas al proyecto original.  No encontró apertura.  Decidió, por tanto, sumarse a las fuerzas opositoras.  No hubo traición a la patria. Hubo, sí, un pésimo manejo del asunto. Que la propuesta no se haya convertido en ley se debe más a la miopía política del presidente y su partido que a la claridad de objetivos de las fuerzas opositoras.  No hay ninguna duda al respecto y si el presidente aún la tiene, debería tomar en cuenta que, por primera vez, todos los legisladores opositores votaron en el mismo sentido.

La acusación de traición tiene sus raíces en la creencia de que la nación tiene una esencia y que se encarna en la presidencia.  Esta creencia ha sido fomentada especialmente este sexenio, en virtud de que el presidente asume ser un personaje que cumple con una misión histórica.  La cerrazón a aceptar propuestas diferentes provendría, así, no de la personalidad del presidente, sino de la necesidad de permitir a ese espíritu nacional alcanzar el desarrollo pleno al que está destinado y que no ha alcanzado debido a la implementación de políticas conservadoras y entreguistas que lo contravienen.  Nada más antidemocrática esta concepción patrimonialista de la nación.  No hay un solo México. 

México está compuesto por múltiples grupos sociales y múltiples comunidades culturales y simbólicas.  No hay manera, pues, de crear una identidad única, alrededor de un reducido grupo de valores y creencias.  Por esa razón, todos los proyectos políticos deben ser negociados democráticamente.  No caben, pues, ni las ideas únicas, ni las propuestas garantes de un porvenir nacional promisorio, libre de contradicciones.  México es complejo y reclama diagnósticos y soluciones desde la complejidad.  Complejo debe ser, también, el lenguaje con el que se nombre la realidad.  Reducirla a simplismos, a esencialismos y a vocabularios binarios no conlleva sino autoritarismo que abre la puerta al enfrentamiento y al encono, que no al diálogo desde las diferencias y bajo la premisa de reconocerlas y mantenerlas.

El presidente siente que él y la nación han sido traicionados.  Eso es grave.  Se nos viene encima el cierre del sexenio.  Para López Obrador resultará inadmisible entregar la presidencia cuando su misión histórica no se ha cumplido del todo, cuando la transformación ha sido truncada por las fuerzas conservadoras.  ¿Qué nos espera? ¿Qué sigue? Buenas preguntas.