Tres años que cambiaron la historia

Para los grandes medios y los líderes de opinión, que, por supuesto no cubrieron esta humilde conferencia

Hace 16 años, unos días después de que priistas y panistas consumaran en la Cámara de Diputados el golpe de Estado constitucional fraguado por Vicente Fox para desaforarlo, Andrés Manuel López Obrador citó afuera del edificio de departamentos en Copilco, donde vivía con sus hijos, a una conferencia de prensa.

Desde muy temprano unos pocos periodistas -yo entre ellos, con la cámara al hombro- y un puñado de simpatizantes, lo esperábamos. Con sus manos sobre los hombros de su hijo Gonzalo, el gobernante depuesto se dirigió a un parque cercano. 

López Obrador recibía, con una sonrisa, las discretas y silenciosas muestras de cariño de la gente que caminaba junto a él. Se respiraba en el ambiente una opresiva sensación de derrota; el sistema político mexicano había acabado con él, lo había aplastado. 

Para los grandes medios y los líderes de opinión, que, por supuesto no cubrieron esta humilde conferencia, el hombre no valía ni una nota, estaba liquidado. Se equivocaron. 

El 26 de octubre de 2005 un millón de personas, que del Museo de Antropología al Zócalo marcharon en silencio, derrotaron a ese mismo sistema y López Obrador no sólo volvió a la jefatura de gobierno, sino que ganó en el 2006 la Presidencia de la República.

Unidos, Vicente Fox y Felipe Calderón, el PAN y el PRI, los barones del dinero y la iglesia, le robaron entonces la elección. Cómplices del fraude fueron los medios y la inmensa mayoría de los integrantes de la élite intelectual. 

De nuevo lo dieron así por derrotado y en el 2012 repitieron la fórmula, cuando el poder de la TV y el dinero le compraron a Peña Nieto el cargo. De esta sí, pensaron, no se levanta López Obrador jamás.

Y hoy ese hombre, al que tres veces creyeron haber destruido esos mismos que hoy siguen unidos y mantienen el mismo propósito, no sólo es el Presidente más votado de la historia, es también el que ha impulsado un proceso de transformación democrática, pacífica y radical que habrá de impedir que vuelvan por sus fueros. 

Podrán volver en un futuro a la Presidencia los conservadores. La democracia, parafraseando a Goya, también engendra monstruos. Imposible se antoja, sin embargo, que echen por tierra los programas sociales que hoy tienen rango constitucional; que lo logren sin echarse ellos mismos encima a enormes sectores de la población a los cuales hoy, por fin, se hizo justicia.

Casi imposible será, de ahora en adelante, que un Presidente de la República, a menos claro que se suicide políticamente vuelva a actuar -como lo hicieron los neoliberales- como monarca absoluto, tenga su corte, un Estado Mayor Presidencial, haga de la corrupción -que ya es delito grave- su instrumento primordial de gobierno, imponga una guerra, remate los bienes de la nación, obedezca a un puñado de oligarcas rapaces y se arrodille ante los medios o los compre con dinero del erario.

En sólo tres años López Obrador cambió la historia, puso fin a una época, echó por tierra una de las instituciones más nocivas del viejo régimen. Hoy el Presidente puede ser juzgado como cualquier ciudadano si comete cualquier delito y los ciudadanos podrán destituirlo, si no cumple, a la mitad de su mandato. 

Fue la gente -esa a la que la derecha conservadora desprecia- la que, en cada derrota, le tendió a López Obrador la mano, lo llevó a Palacio. Será la gente la que se encargará de hacer irreversible esa transformación que los conservadores se empeñan en negar y quieren impedir a toda costa, y de cuyas consecuencias ya no podrán escapar.

@epigmenioibarra