UJAT, un largo camino escabroso (I)
Desde su inauguración como Instituto Juárez en enero de 1879
Desde su inauguración como Instituto Juárez en enero de 1879, nuestra Universidad Juárez Autónoma de Tabasco ha atravesado por caminos muy escabrosos. En los mismos días que se inauguró como Instituto Juárez, un gobernador salía y otro entraba: la lucha interna entre facciones políticas en esos años estaba a la orden del día, Tabasco no estaba ajeno además a las invasiones externas que en esos días abatían al país.
“Avatares y desafíos del Instituto Juárez de Tabasco”, le llamó a ese escabroso camino la doctora en sociología, Judith Pérez Castro, en su interesante y muy completo ensayo que le publicó el Conacyt en su revista Secuencia. Ese ensayo nos ha guiado, en parte, en nuestros comentarios y reflexiones de hoy. Por cierto, Judith Pérez Castro también es profesora de nuestra Universidad.
Dentro de esas difíciles vicisitudes, el Instituto siempre enfrentó problemas económicos. Las rebeliones internas, los militares, absorbían el escaso presupuesto que apenas ingresaba a los gobiernos efímeros de la época.
Con Abraham Bandala en la gubernatura, durante los años del porfiriato, la situación política y económica del Estado se estabilizó, el Instituto entonces vivió sus mejores años; pero con la vorágine de la revolución, la institución volvió a sufrir las consecuencias de la inestabilidad política y de la pobreza financiera.
Por otro lado, el Instituto Juárez desde un principio padeció la escasez en su matrícula de estudiantes: en una entidad con pocas escuelas, donde la mayoría era analfabeta, eran pocos los tabasqueños con estudios primarios y secundarios, por ello el Instituto contaba con una matrícula muy escasa: apenas rebasaba los cien estudiantes.
Las pocas escuelas no tenían programas debidamente diseñados; los contenidos de sus enseñanzas eran muy heterogéneos por lo que la formación de los estudiantes que lograban entrar al Instituto Juárez era muy disímbola. Por ello las autoridades educativas del Instituto se dedicaron, desde sus primeros años, a diseñar programas para homogenizar los contenidos educativos dentro de la corriente positivista que predominó en esos años por todo el país.
Efectivamente en sus primeros veinte años, años del porfiriato, los programas de estudio del instituto procuraron ajustarse a la educación positivista, introducida en México por Gabino Barreda. Era ésta una educación que, contrariamente a la religiosa, pretendía darle una explicación científica al mundo y a las cosas. Durante esos veinte años se diseñaron en el Instituto Juárez seis planes de estudios diferentes.
Los primeros años del siglo XX el Instituto Juárez vivió sus mejores días. El número de inscritos a nivel profesional llegó a rebasar a los 170 alumnos. Y la oferta de carreras se amplió sustancialmente. Pero con la caída de Porfirio Díaz en 1911, con la salida de Abraham Bandala de Tabasco y la inestabilidad política derivada de la revolución, el Instituto se vino de picada.
Pero los peores momentos que sufrió el Instituto Juárez fueron durante los años de Tomás Garrido. La política educativa de Garrido le dio prioridad a la educación básica y normal, con la escuela racionalista pretendió combatir el fanatismo religioso. Impulsó la creación de escuelas rurales y de granjas escolares para enseñar a los alumnos a trabajar el campo. Implementó campañas de alfabetización y también contra el fanatismo religioso.
A pesar de todo ese amplio impulso a la educación, Garrido se olvidó del Instituto Juárez: la educación profesional y preparatoria que se impartía en esta institución no fueron prioridad para Tomás Garrido. Al iniciar los años treinta, prácticamente el Instituto Juárez estaba en ruinas, desolado y los estudios profesionales y de preparatoria habían desaparecido, todo por culpa de Garrido.
Y hasta el último año del mandato garridista, el Instituto Juárez abrió nuevamente las inscripciones para los bachilleratos de Química y de Farmacia. Pero fue hasta 1943, con Noé de la Flor como gobernador, que se aprobó una amplia reforma con el fin de consolidar los planes y programas del bachillerato, ampliar aulas y laboratorios; pero la profunda crisis económica que azotaba al estado en esos días le daba muy poco margen de maniobra a Noé de la Flor para llevar a cabo sus planes. Vino luego el gobierno de Francisco J. Santamaría y tiempos mejores…