Un circo, extraño mundo el nuestro

Las instalaciones del circo eran humildes. No como esos grandes trasnacionales como el Atayde Hermanos o el de los Hermanos Vázquez.

LOS PEQUEÑOS CIRCOS llegaban al pueblo o ciudad y hacían publicidad con el desfile de su tropa de artistas y animales. Con algarabía salíamos grandes y chicos a la acera para mirarlos pasar. Yo miraba con adolescente emoción a las bailarinas y a las trapecistas que siempre se veían muy saludables, enjundiosas y risueñas. Pero también miraba la chistera del mago para ver de dónde salía realmente el conejo y descubrirle el truco para que no me engañe tres o seis años más. Por mi casa pasaban cada tres años. Y a veces, muy pocas veces, llegaba un circo extraordinario.

YO PRACTIQUÉ MUCHAS VECES los malabares. Empezaba con dos naranjas o limones, el tamaño es lo de menos cuando se trata de amor a la actividad. Y movía una fruta de una mano otra, elevándolas tantito para que no se me fuera una a caer. Y dominaba el4 malabar con dos, el problema es cuando intentaba malabarear con tres. Y entonces ya no me salía y mejor cambiaba de actividad. Me decía muy tranquilo: a otra cosa mariposa.

MIRABA A LOS ANIMALES. Había de muchas especies casi como una réplica del arca de Noé. Por allá los monos matraqueros y las arañas. La pareja de elefantes con sus cachorritos. Los chapulines saltimbanquis de una pista a otra, El fiero león y su leona, como los que están en Madrid al pie de la estatua La Cibeles. Los caballos en su trote y las ratas de siempre. Un burrito rebuznón. Y la jirafa y el camello. Cada uno en las mañanas era practique y practique el número a presentar en la función de la tarde. Los que necesitaban domadores andaban un poco tristones, porque lo que hacían lo hacían con base a amenazas.

INTERMEDIO SUEÑOS. Los circos son también los sueños. Se nos presentan así como así. En este mi sueño reciente era una casa grande, muy grande, No estaba aún terminada. Tenía muchos espacios, amplios. Era como una construcción permanente. La familia  era luchona. El jefe era el hijo mayor, abogado litigante, según me enteré allí. La madre muy humilde. Otros hermanos deambulaban también dentro de la casa. No estaba pintada, las paredes solo revocadas. Era como de tres niveles. De cada nivel se asomaba uno a otro espacio. Por ejemplo había un  como anfiteatro o como palenque para pelea de gallos. Todo en el mismo interior de la casa. Yo andaba desnudo literal y me escondía que no me vieran. Yo pensaba esta casa no corresponde a su nivel de ingresos. Ha de defender a polleros o narcos. Pero no decía nada. Mejor era estar callado.

LLEGARON VISITAS DEL GOBIERNO, como supervisores. Y encontraban anomalías. Yo quería estar presente, pero mi desnudez lo impedía. Andaba por allí la amiga de un amigo. Y me ofreció ropa interior, solo que era de ella, que acababa de quitar del tendedero . "No importa", le dije. Yo quería tapar mi sexo, por la vergüenza, cuando menos. De entre todos escogí uno que era como hoja de parra. Y allí andaba, como una película de Roberto Benigni. La hoja de parra no quedó a mi talla. Entonces, ante el temor de que me vieran, desperté. Fin del intermedio.

DECÍA QUE DE NIÑOS andábamos pendiente de cuando llegaba el circo. Desfilaba también el payaso, con sus zapatones grandes y su nariz de pelota. Hacía reír a chicos y grandes, como el Garrick del conocido poema. Traían también perros amaestrados, gallinas que bailan  en comales calientes y pulgas danzantes. Todo el espectáculo era bien visto. El desfile en la calle era el anuncio de que ya habían llegado. Que estaban en el terreno del parque. Repartían un boleto por familia. Para que los padres pagaran los otros, si tontos no son.  A la función le llamaban el futuro. "¡Vengan a la función de futuro!", así decían por los altavoces.

LAS INSTALACIONES DEL CIRCO eran humildes. No como esos grandes trasnacionales como el Atayde Hermanos o el de los Hermanos Vázquez. Era una carpa agujereada y camiones viejos como casas, que andaban de ranchería en ranchería. Y acaso llegaba a poblados. Tenían poco personal. Así que a la trapecista bella la podías ver vendiendo los boletos o vendiendo palomitas. El payaso estaba serio revisando los boletos a la entrada.  Y el mago vendía fotografías que tomaba al público. Los animales pastaban por las mañanas amarrados a las porterías del campo. Y nada más.

LA MAESTRA NOS PIDE 50 ETIQUETAS sobre nosotros mismos. O bien que nos las han puesto o nos las pusimos nosotros mismos. Yo apenas llevo como 25. Y ya es para el viernes. Porque aparte de las dichas etiquetas hay que escribirles un muy breve texto de unos dos o tres renglones sobre ellas. Algunas: distraído, utópico, soñador, flojo, ojo alegre, cafetero, profe, lector, chistosón, rebelde, conflictivo, oidor. Y más cosas por el estilo. Aquí agrego las correspondientes al circo: payaso reidor, equilibrista de cuerda floja, mago con chistera rota, faquir del hambre, trapecista de piso que le cobran, malabarista del amor. Cuando escuché lo que sería la tarea, me dije: "fácil". Al irme metiendo en hacer la lista de etiquetas, y luego escribir el texto a cada uno, me di cuenta de dos cosas: que me conozco menos de lo que me creía yo.

YA SE HA DICHO QUE LA VIDA es como una obra de teatro. Que somos actores involuntarios que salimos a escena sin ensayar el papel que nos corresponde en destino. Diría, esa es imagen ya común. Teatreros en el mejor sentido de la palabra, hombres y mujeres del teatro de la vida real. La función tiene que seguir a pesar de las angustias, la desesperación y el hambre.  Había uno precisamente que en esos espectáculos era el artista del hambre. Y qué hay en diferencia de imagen, que fuera lo mismo sea la vida un teatro, o sea un circo de ranchería o poblado.

IBA A CERRAR CON UN FRAGMENTO de la canción El circo, de Los tigres del Norte. Y no. Preferí los versos de José Emilio Pacheco, fragmento del poema "En defensa del anonimato", con  la que responde a un escritor norteamericano que le pide una entrevista, negándosela: "... Extraño mundo el nuestro: cada vez/ le interesan más los poetas,/ la poesía cada vez menos./ El poeta dejó de ser la voz de la tribu,/ aquel que habla por quienes no hablan./ Se ha vuelto nada más otro entertainer./ Sus borracheras, sus fornicaciones, su historia clínica,/ sus alianzas y pleitos con los demás payasos del circo,/ o el trapecista o el domador de elefantes,/ tienen asegurado el amplio público/ a quien ya no hace falta leer poemas./ Sigo pensando/ que es otra cosa la poesía:/ una forma de amor que sólo existe en silencio,/ en un pacto secreto de dos personas,/ de dos desconocidos casi siempre..."