Tácticas de guerra

La nueva casta de políticos gobernantes que tanto presumió en su gestión el ex presidente Enrique Peña Nieto quedó todo a deber, llevándose consigo cuanto hubo a su paso; superaron a sus ancestros, con el karma englobado en la corrupción e impunidad. Mucho se habló de Roberto Borge, en Quintana Roo; Javier Duarte, en Veracruz; y César Duarte, en Chihuahua; entre los predilectos cachorros, que incluye al campechano Alejandro Moreno Cárdenas, «Alito».

Un gobernante que dejó su cargo para asumir a el liderazgo del PRI en proceso actual de erosión hacia la nada, que para subsistir en la paradoja se sumó como satélite del PAN, formando junto el PRD la Alianza «Va por México», que ninguna sombra hace electoralmente en la puja presidencial de 2024, pero sí tener de su lado a sus  congresistas le suma a las pretensiones del régimen de la «Cuarta Transformación».  

A «Alito» no le queda de otra que negociar y dar el paso al costado para evitar ir a prisión ante la confirmación de tantas arbitrariedades y excesos, ventilando mediante audios por Layda Sansores, actual gobernante de Campeche. Un modus operandi de todo aquel que asume a estos niveles ejecutivos, antaño y en la actualidad. Hasta en su desprecio al incómodo periodismo.  

El espionaje a los actores non gratos aún se lleva a cabo desde la Guardia Nacional por el General en retiro Audomaro Martínez Zapata, quedando igual a la vista que el Centro de Investigación y Seguridad Nacional no desapareció sino que sólo cambio de nomenclatura a «Inteligencia y Seguridad del Gobierno Federal».

No es para asustarse, pero sí preocupante que México continúa en manos de una elite que decide qué y no se hace en el país, en donde quienes ejercen funciones públicas de gobierno, ejecutivos y /o legislativos, son sólo los las marionetas del teatro guiñol, sustentado en el pragmatismo que da cabida a todas las ideologías y colores.

Los Duarte, Borge y Moreno Cárdenas y hasta el mismo ex presidente Enrique Peña Nieto son una calca de políticos que resultan ser una falsedad de quienes se presentaron como la solución a una sociedad más que agraviada, que igual es corresponsable de las penurias pensando que con el sólo voto se aseguraban ese mundo feliz que en la retórica ha sido el mismo de siempre, aunque con otro fraseo. 

En la anécdota se quedó triunfo electoral de un disruptivo candidato presidencial Vicente Fox Quesada, quien con la bandera de un comprometido cambio en la gestión del gobierno y la caída de los peces gordos convenció a las mayorías que optó por la alternancia, cortando de tajo una seguidilla de gobiernos priistas prolongados por 71 años.  

El colectivo social, sin embargo, no ha entendido que el ejercicio electoral es sólo un componente participativo de la democracia que en el otro extremo tiene al representativo, las autoridades públicas de gobierno que en gestión deberían ser acompañado por la sociedad asegurando el cumplimiento de las acciones de justicia social.

Una situación que al cabo del tiempo las colectividades en su conjunto no han sabido asimilar ante la usencia de un intelecto suficientemente educado, hay que reconocerlo, el problema es cultural por el que unos y otros, gobernantes y gobernados han estado no han tenido conexión para concretar un bien común.    

La situación no ha sido distinta actualmente con entidades con foco rojo intenso que además resultaron negligentes. Caso Cuitláhuac García, en Veracruz; David Monreal en Zacatecas; Evelin Salgado, en Guerrero; Alfredo Ramírez Bedolla, en Michoacán; Miguel Barbosa, en Puebla; Cuauhtémoc Blanco, en Morelos; Claudia Sheinbaum, en la Ciudad de México; entre otros tantos en el que los orígenes partidistas no hacen diferencia. 

La realidad se agudiza todavía más con el protagonismo del que se adueñó el poder fáctico de las organizaciones asociadas a lao ilícito, a lo delincuencial en todos los órdenes, en la que incluso participan actores políticos quienes han logrado importantes dividendos bajo el paraguas de una ausencia de paz pública.   

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