Una semana para creyentes y no creyentes
12/04/2022
Los vacacionistas también podrán reencontrarse con un ambiente más relajado
Remojarse para pasar los calorones de Semana Santa es un clásico popular que había perdido buena parte de su encanto a causa de la pandemia de coronavirus, pero que este año promete regresar para disfrute de visitantes y empresarios, que tienen buenas expectativas de recuperar esta temporada al menos parte de las ventas que habían perdido.
Los vacacionistas también podrán reencontrarse con un ambiente más relajado, sin necesidad de usar el cubrebocas en espacios abiertos, con más gente, más bulla y un ambiente en general festivo, como si celebráramos, al fin, el final de la pandemia. Que todavía no, pero parece que empezamos a salir.
Claro que muchos igual fueron a la playa o el río hasta en el peor momento de la pandemia, aunque tuvieran que andar toreando policías o se expusieran a ahogarse por la falta de vigilancia. Habrá algunos que regresen a remojarse apenas por primera vez en dos años. Y también, quienes desde antes del covid nada más no habían podido ir por no tener con qué, y su situación lejos de mejorar quizá hasta ha empeorado.
Haya con qué ir o no, estar en la playa o al río en Semana Santa es para muchos trabajadores una ilusión que corona los esfuerzos (a veces de todo un año): relajarse con la familia a la orilla del mar, sentir su brisa, comer ceviche, tomarse un agua de coco, mecerse en la hamaca a la sombra de las palmeras, mientras los chamacos se entretienen jugando con castillos de arena. Vaya, que a veces aguanta uno mejor las jornadas pesadas soñando despierto, y más cuando en internet nos inunda con imágenes para agregar detalles a la escena imaginaria.
Quizá solo quienes viven y laboran a la orilla de estos lugares paradisiacos quisieran estar en otro sitio en esta temporada, aunque para muchos negocios es una oportunidad renovada, también es cierto que (como dice la canción) hasta la belleza cansa y el trabajo no deja de ser una carga, así se trate de meterse a nadar todos los días.
Dicen que si uno ama lo que hace no trabajará un solo día de su vida, lo cual es una de las falacias más nocivas de Occidente. Los orientales tienen una visión más realista y pragmática: uno hace lo que debe, simplemente por deber. No hay virtud en amar lo que uno tiene que hacer por obligación. Basta con que esté bien hecho y sea un trabajo honrado.
Si uno tiene que amar lo que hace, la vida de reduce a eso. Eres lo que haces. Y esto no vale ya por su calidad o utilidad, sino por el amor que uno le tenga (que ojalá así fuera). Se vuelve más difícil darle sentido a una vida en la que uno dedica cada vez más tiempo al trabajo, resulta que uno debe anteponer esta obligación a la familia, al descanso, hasta la salud misma. Especialmente si alguien tiene esta visión enfermiza y abnegada de que todo puede o debe soportarse por amor.
Y no, por favor. Con lo fácil que es sentirse más satisfecho por haber podido salir a pasear esta temporada, tanto como saborear el modesto goce de estarse en paz en casa, con la seguridad de un techo y un plato sobre la mesa, aunque no sean camarones al chiltepín. Y si alguien, como muchos todavía, está batallando para tener al menos eso, debe saber que su valor no está en cuánto dinero puede hacer, ni en cuánto ama lo que hace. El valor de la dignidad humana resplandece en cada uno (como el sol en cada grano de arena), es solo que a veces es difícil que uno mismo lo alcance a apreciar.
La Semana Santa sirve para que creyentes y no creyentes tengan mayor espacio para dedicar a valorarse a sí mismos en esa dimensión íntima y a veces desconocida, así como en su relación con los demás. Es cierto que en el mar la vida es más sabrosa, pero de cualquier modo puede uno encontrar la forma de querer y quererse mucho más.
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