Una sociedad enferma

Durante varias décadas hemos sido testigos de la paulatina degradación no solo de la naturaleza que nos provee de todo lo necesario para subsistir, sino de la propia sociedad

Durante varias décadas hemos sido testigos de la paulatina degradación no solo de la naturaleza que nos provee de todo lo necesario para subsistir, sino de la propia sociedad. Muchos de los valores que nos distinguen como seres humanos se han ido perdiendo, la responsabilidad individual y social, así como el espíritu solidario han sido abandonados. Todo por un modelo económico que privilegia las ganancias en lugar del bienestar social.

Pareciera ser que hasta ahora nos damos cuenta de la degradación moral, espiritual y física, a la que hemos sido expuestos por una “civilización” que lleva en sus entrañas un sistema de producción y consumo muy destructivo, agotando las reservas naturales; contaminando aire, tierra, agua y toda vida orgánica; y desatendiendo la salud, la nutrición, la educación y, en general, el bienestar de las mayorías.

Las desigualdades sociales agudizadas por el neoliberalismo son la causa principal de las “enfermedades” que hoy se manifiestan con inconcebible crudeza por la pandemia mundial.

Metafóricamente hablando se le ha denominado cáncer social a la corrupción, porque corroe las instituciones públicas y su relación con la sociedad, enfermándola moral y económicamente con la pérdida de valores esenciales como la honestidad, la integridad, etc., y trasladando recursos públicos al bolsillo sobre todo de políticos y empresarios. La corrupción somos todos, decía el expresidente priista José López Portillo. Para Peña Nieto, se trataba, primero, de un fenómeno natural, pero como pocos le creyeron rectificó para considerarlo como un asunto cultural, algo más creíble por ser un producto milenario de las relaciones sociales. Ambas expresiones solo intentaban justificar los excesos cometidos en el saqueo del erario nacional.

Hoy estamos a punto de comprobar que la corrupción y la impunidad han estado en el origen y el ejercicio del poder político en México, prácticamente desde Miguel Alemán Valdés.

La Estafa Maestra que mantiene en el reclusorio a Rosario Robles y el caso Odebrecht y Agronitrogenados que ha puesto en tensión a no pocos encumbrados políticos del PRIAN, por la decisión del exdirector de Pemex, Emilio Lozoya, de poner al descubierto la red de corrupción del sexenio pasado, son ejemplos paradigmáticos del compromiso prioritario del presidente López Obrador de combatir la corrupción y la impunidad. Sin embargo, los conservadores y sus corifeos ponen el grito en el cielo, unos deslindándose de quien, aseguran, es un vil delincuente y otros queriendo manipular al pueblo para desviar la atención argumentando que solo se trata de un “circo mediático”.

Otra enfermedad social que ataca la conciencia de la población es la enajenación que se produce a raíz del interés central de los neoliberales de maximizar sus ganancias promoviendo el consumismo, a través de una publicidad engañosa, de la sutil diversión y el entretenimiento, así como de los programas informativos y de opinión. ¿Cuánta riqueza producida por los trabajadores se va en estos menesteres cuando el hambre, y hoy la pandemia, afecta a millones de congéneres?, ¿Cuántos hospitales y médicos especialistas se podrían pagar con el sueldo de excelsos deportistas, actores o lectores de noticias?

A los neoliberales nunca les ha interesado construir una sociedad de ciudadanos consientes que ejerzan sus libertades a plenitud y participen activamente, en un marco democrático, por la igualdad y la solidaridad. Mucho menos ahora que el voto construyó una hegemonía política contraria a sus intereses. A ellos lo único que les interesa es contar con entusiastas consumidores y con representantes populares convenencieros y corruptibles, esos que prácticamente exterminaron las conquistas laborales y las instituciones de protección social.

Somos una sociedad literalmente enferma por la mala alimentación, las tensiones laborales y el estilo de vida, pero también por la pobreza y la marginación. Se nos ha acostumbrado a comer alimentos ultraprocesados con escaso valor nutritivo o los denominados chatarra que son los principales causantes del sobrepeso, la diabetes y la hipertensión arterial.

Somos una sociedad enferma por las innumerables injusticias que hemos padecido por más de 36 años y así enfrentamos el enorme desafío de la pandemia Covid-19.

¡Claro que el gobierno federal, y también los estatales, han cometido errores en el tratamiento de la pandemia! Pero antes de endosarle la factura sobre el número de contagios y fallecimientos a AMLO, porque no usa cubrebocas, o a Hugo López-Gatell, por el manejo de la pandemia, como mañosamente pretenden los conservadores, habría que reflexionar sobre el desconocimiento de este nuevo coronavirus y, en especial, sobre la crítica situación que ha privado en las instituciones de salud; en el sobrepeso, la diabetes y la hipertensión que han acompañado a muchos mexicanos y hasta el “valemadrismo” que se nos ha inculcado, todos ellos producto de la enfermedad moral, espiritual y física del neoliberalismo.