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OPINIÓN
Una vacuna para el individualismo
El ego (el yo que interactua y experimenta con la realidad y el mundo exterior) no es estático, en la actualidad se transforma según quién nos mira, dónde estamos y qué exige el momento. Hoy, en un mundo hiperconectado pero dividido, nosotros mismos nos encontramos rotos. Las redes sociales, la globalización y la presión por adaptarnos a múltiples contextos nos obligan a usar máscaras no para ocultarnos, sino para sobrevivir. Sin embargo, cuando no podemos quitarnos esas máscaras o las traemos todo el día, no podemos reconectar con nuestro verdadero yo y nos perdemos en la superficialidad. ¿Cómo reconectar con nosotros mismos?
Nuestras máscaras en la era digital
El sociólogo Zygmunt Bauman hablaba de la "modernidad líquida": un mundo donde todo, incluida nuestra identidad es flexible, efímero y sometido al mercado. Las redes sociales son el mejor ejemplo: creamos avatares para cada plataforma (el profesionista en LinkedIn, la vida perfecta en TikTok, el crítico en Twitter) y, al hacerlo, fragmentamos el "yo" en versiones que compiten por aprobación de otros. El problema no es la adaptación (siempre hemos usado máscaras), sino la velocidad y la escala. La globalización nos expone a culturas, valores y juicios contradictorios, y el cerebro no distingue entre "me gusta" y "valgo". Como advierte la psicóloga Sherry Turkle en un artículo titulado La Huida de la Conversación (NYT) "creemos que la conexión constante nos hará sentir menos solos. Es todo lo contrario".
Cuando las máscaras se convierten en jaulas
La OMS reporta que los trastornos de ansiedad y depresión aumentaron un 25% tras la pandemia, pero el malestar ya venía creciendo. ¿Por qué? Porque las máscaras, útiles en ciertos momentos, se vuelven tóxicas cuando olvidamos quitárnoslas. El filósofo Byung-Chul Han lo explica: vivimos en una "sociedad del cansancio", donde la autoexplotación (ser productivos, felices, exitosos) nos agota. Además, al comparar nuestra vida real con la que nos presentan en las redes sociales, surge una desconexión dolorosa: "¿Quién soy realmente?". Esa duda abre la puerta a conductas de escape (consumismo sin ética) o a la ira (egoísmo, violencia), porque cuando estamos herido y no comprendemos por qué, desatamos nuestro dolor contra nosotros mismos o contra los demás.
La trampa del individualismo
La modernidad nos vendió que la libertad es autonomía absoluta, pero esa idea ignora que somos seres interdependientes que viven en sociedad. Erich Fromm advertía que el individualismo extremo nos aísla, haciéndonos creer que los problemas son solo personales. Así, el altruismo pierde ante el egoísmo, porque ¿por qué ayudar a otros si tengo mis propios problemas? Pero aquí yace la paradoja: cuanto más nos destruimos en la búsqueda de lo que creemos querer, más necesitamos a los demás para reconstruir nuestra vida cuando todo deja de tener sentido.
Sanando juntos: amor, compasión y responsabilidad
La solución no está en tirar las máscaras, sino en entender que son herramientas, no identidades. Requierimos entonces solo dos cosas:
- Autocompasión: Reconocer que no somos defectuosos por adaptarnos a las circunstancias, sino humanos. Como enseña el budismo, la impermanencia es ley, y el "yo" también fluye. No somos definitivos, estamos en constante cambio.
- Responsabilidad social: Entender que nuestra existencia impacta a otros. Como Emmanuel Levinas sugería, el rostro del otro nos exige una ética de responsabilidad, donde la libertad que daña deja de ser libertad. Tenemos una responsabilidad con nuestros amigos, familia, compañeros de trabajo, todos somos parte de un mismo todo.
Necesitamos entender nuestros procesos personales, y el como cada etapa de estos procesos afecta tanto a nuestra individualidad, como a las personas que nos rodean.
Conclusión: Mejoremos como individuos para mejorar como sociedad.
La violencia, la corrupción y las tragedias humanas no son solo fallas morales: son gritos de un mundo que confundió identidad con actuación. Sanar implica dejar de ver la vida como una guerra entre individuos y entenderla como un viaje compartido, como los pueblos indígenas lo han entendido por milenios a ejemplo su relación con la tierra y la comunidad.
Pareciera que el mundo últimamente se vuelve muy oscuro e individualista, yo mismo lo pienso así, pero lo cierto es que en las calles se escuchan gritos de solidaridad contra los oprimidos, organizaciones que abrazan migrantes, adíctos, exconvictos, personas que se unen por una reforma real de la sociedad, y es donde recuerdo una frase de la activista Arundhati Roy: "Otro mundo no solo es posible, ya está en camino. En días tranquilos, puedo escuchar su respiración".
Curar nuestras heridas personales, recuperar nuestra identidad y valorar nuestra vida y las de nuestra comunidad, es el primer paso para sanar las heridas de la humanidad.
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