Crónica de visita a un jardín

1 (Primera parte)

En el patio de la casa de mis amigos William González y Guillermina Rodríguez  en Felipe Carrillo Puerto,  Quintana Roo, hay dos enormes árboles que me dejaron asombrado: el patriarcal árbol de cedro rojo y el matrialcal  árbol de chicozapote. Debajo de cada uno de ellos crecen hierbas y arbustos. Y los hay de indistintas variedades. Desde las orquídeas locales, hasta aquellas que, como la vainilla, oriunda de Papantla, Veracruz, las han traído de otros lugares.

Mientras William el esposo de mi amiga riega algunas plantas, Guillermina me explica y me dice el nombre de cada de ellas. Unas son plantas de mucha luz; otras, de sombra. Admiro de ella que al referirse a las plantas de su patio, las haga con su nombre popular, además de su nombre común; y, asimismo, mencione su nombre científico.

‐-¡Ah, pero no te vas de mi casa, si no visitas mi jardín! --me dijo Guillermina cuando traspasé la puerta de la cocina para acceder al plantío en la que abundan plantas pequeñas, arbustos, árboles y enredaderas que producen flores.

A mi paso rumbo a su jardín --alzándose desde una maceta--, la vicaria alegremente me saluda con su llamativo color morado. Enseguida yo le comento a mi amiga  que mi madre me pidió que nunca, después de fallecida, acercara una flor de vicaria en su tumba. Ignoro por qué a ella no le gustaba esa planta.

Durante el recorrido observo  que, debajo del cedro rojo, hay una planta de picante con sus hojas comenzándose a marchitar; pero, aun conservando la turgencia del verdor de sus hojas. Ya debajo del sombroso árbol de Chicozapote, siento un poco alivio. Hace demasiado calor en este verano. Un poco más allá de este sitio agradable, hay un techo que alberga pequeñas cactáceas; y, sobre el pétalo oscuro de una flor, en forma de estrella, hay una mosca atrapada. Quedo admirado de ese sitio pues  son muchas las cactáceas las que alberga; asimismo, observo que cada una de las plantas de la clasificación citada por mi amiga, ordenadamente ocupa su espacio; y en tanto me informan de sus nombres, oírlos me recuerda el salón de clases de una escuela; mas, sin proponérmelo, por un ligero minutillo, dejé de oír a mi amiga Guillermina para evocar un poema escrito por Ramón Iván Suárez Caamal.

"Ser maestro,

es tener un jardín de diminutas flores...

y ser el jardinero..."

De pronto --sin esperarlo--, veo que alrededor de una flor hay un pequeño insecto rodeándola y que, velozmente, está a punto de posarse en sus pétalos. Entonces, observándola detenidamente, me dije a mis adentros:

¡Es una melipona! ¡Es una melipona!

Más tarde, cuando llegué  a la Ciudad de México, en gratitud y a la generosidad que recibí de mis amigos William González y Guillermina Rodriguez, escribí este breve poema.

Me gustan las flores.

Sí,

todas las flores;

sin faltar ninguna,

pues en una,

en solamente una,

anónima y sin nombre,

inquieta y volátil,

cubierta de pétalos,

y escondida en sus néctares,

pequeña melipona,

estás tú.

Jorge Miguel Cocom Pech

PLIA 2016 (Felipe CarrilloPuerto, Quintana Roo, 12 y 13 de agosto de 2023)