Vidas que no son lloradas

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Voces invitadas

Vidas que no son lloradas

Amanda Romero

Uno de los temas que ha ido cobrando importancia internacionalmente es la violencia de género, debido a los cambios en las dinámicas familiares y sociales y el repentino aumento de crímenes derivados de la violencia feminicida.

La doctora en Ciencias Sociales por el Colegio de Sonora, Margarita Bejarano Celaya, aborda la definición de violencia feminicida con la perspectiva de que es un ‘continuum’ de violencias que enfrentan las mujeres y pueden desembocar en su muerte.

En México, sacar a colación este tema resulta algo difícil. De acuerdo con la Encuesta Nacional de las Dinámicas del Hogar realizada en 2012, en nuestro país 3 de cada 5 mujeres entrevistadas reportaron haber sufrido algún tipo de incidente violento en su vida.

A pesar de que tanto organizaciones sociales como instituciones gubernamentales se han pronunciado en contra de la violencia a la mujer, esta problemática social aumenta, no disminuye.

Con la Alerta de Género emitida en 12 estados de la república mexicana, implementándose en alrededor de 90 municipios de todo el país, se confirma que México es en un lugar sumamente inseguro para las mujeres. Siete de ellas son asesinadas cada día.

En el estado de Tabasco, de 15 feminicidios en 7 de ellos el agresor ha sido el esposo, novio, pareja sentimental o alguna persona conocida de la víctima, con quien compartía algún lazo familiar.

Otros asesinatos de mujeres en la entidad son planteados por la prensa local como consecuencia del crimen organizado, y en dichos casos hay veces que no se menciona ni el nombre de la víctima, ni se recalca el hecho de que estas mujeres previamente fueron violadas y torturadas.

Algunas organizaciones civiles han señalado que pareciera que las autoridades buscan ignorar esta problemática que a todas luces crece cada día más; muchas de las víctimas son registradas en calidad de desconocidas y se les deja en el olvido, tanto en la Fiscalía como en la mayoría de los medios de comunicación locales. Este hecho genera un clima de inconformidad social, ante la falta de sanción de las autoridades a crímenes tan atroces como es el asesinato a mujeres, cuya única culpa fue serlo y tratar de vivir sin miedo.

Las mujeres asesinadas y no identificadas quedan en la ignominia; en el archivo abandonadas sus carpetas de investigación. ¿Acaso no les debemos cuando menos el hecho de lamentar sus muertes, cuando el Estado fue incapaz de garantizar su derecho a una vida libre de violencia?

Como sociedad, tenemos que evaluar la clase de educación que perpetuamos entre nuestros integrantes, quienes al parecer tienen la idea de que pueden asesinar a mujeres y salir impunes. Hay que eliminar mentalidades misóginas y machistas, que no son inherentes culturalmente, sino que pueden desaprenderse. Debemos dejar de revictimizar a estas mujeres con razonamientos del tipo ‘Pues algo habrá hecho’ o ‘Es que andaba en malas juntas’, para justificar sus asesinatos.

No podemos dejar de insistir. Las mujeres estamos en peligro todos los días y en todos lados. No podemos permitir que más de nosotras sean convertidas en estadísticas, acrecentando los números en una larga lista asesinatos que bordan en lo salvaje y a nadie conmocionan ya. Es necesario exigir justicia por todas las compañeras y dejar de negar una realidad. Sintamos humanidad por aquella MUJER NO IDENTIFICADA y permitamos que su vida sea llora