Villahermosa ayer provincia, hoy una gran ciudad (I)

En ella crecí entre juegos callejeros que hoy ya no se ven, no sólo porque las condiciones urbanas lo impiden

PRIMERA PARTE.- Mi muy querida tía Loly Calles Broca nos entrega este tercer volumen de una crónica urbanosocial que ya ha dejado huella: 3,500 pasos. Villahermosa ayer provincia, hoy una gran ciudad. Me complace presentar este texto, al igual que los anteriores, no sólo por tratarse de una celebración familiar, sino porque sus relatos me hacen recordar la Villahermosa aquella, chiquita, tranquila, ordenada, de rutinas que nos daban, a los niños que fuimos, seguridad y aprendizajes. Por lo que hace a lo familiar, me produce un gran beneplácito que la tía me busque para prologarle un texto que, desde mi muy particular punto de vista, no lo requiere.

Crónicas como las suyas deben ser textos abiertos, textos del público que ya ha dado tantos pasos como ella por estos lugares. Pero me alegra saber que la tía continúa confiando en mí, a pesar de que mi deformación sociológica termina por insinuar rumbos de lectura. Más regocijo me produce el hecho de tener una nueva narrativa de sus andanzas juveniles y maduras porque me permiten recuperar mi Villahermosa pequeña, cohesionada.

En ella crecí entre juegos callejeros que hoy ya no se ven, no sólo porque las condiciones urbanas lo impiden, sino sobre todo porque a los pequeños ni se les ocurren, y personajes urbanos que no se reprodujeron más porque, hoy, las ciudades son sucesiones de momentos efímeros y no comunidades de solidaridad creada por el reconocimiento pleno de sus habitantes, fundado en la sencillez humana. 

Los textos de la tía Loly me conducen a recuperar memoria, a no olvidar que viví episodios no idénticos pero similares a los que ella narra porque eran tiempos de menor velocidad, de mayor parsimonia, de relaciones de mayor anclaje. 

Fueron tiempos en los que el tiempo era importante porque era posible pensar en él e imaginar nuevos y otros tiempos.

Ahora, en cambio, el tiempo no da tiempo para nada. Por eso tenemos necesidad de voltear a verlo, a identificarlo hacia atrás. La tía Loly nos regala el tiempo porque se detiene a reproducirlo.   

Lo más admirable de la tía Loly es su manera de estar en la vida. Los años, muchos, que ha vivido no la han vencido. Tampoco las dolencias; mucho menos las caídas. Es una mujer extraordinariamente fuerte, poseedora de un estado de ánimo vigoroso, optimista, que afortunadamente contagia a quienes con ella están.

Ahora cumple 90 años pero parece una mujer de 50 o 60; su fortaleza y entereza mentales me producen admiración y envidia. Ruego a todos los dioses que esa carga genética esté presente en mí, de manera que me resulte posible vivir tanto como ella, en sus condiciones mentales y espirituales. Celebro, pues, a la tía y a sus encomiables deseos de recuperar memoria, de revivir el pasado. Es importante saber de dónde venimos; ayuda esto a definir con claridad y honestidad hacia dónde deseamos dirigirnos. 

Este texto, el tercero de la apuesta urbanaliteraria de la tía Loly, es ofrecido al público tabasqueño con dos dedicatorias muy precisas: en primer lugar para los villahermosinos y, en segundo lugar, especialmente para aquellos cuyos años juveniles transcurrieron durante las décadas intermedias del siglo pasado, años en los que la época postrevolucionaria llegaría a su fin para dar paso a otra era, más compleja y plural en la que los códigos culturales se multiplicarían y las vidas cotidianas dejarían de expresarse como fotografías en color sepia. Aparece, también, como reto, aun cuando no explícito.

La tía Loly me ha confesado que no habrá una cuarta versión en esta saga. Es entendible desde su perspectiva. Ella siente que ha dado cuenta ya de los episodios más importantes de su vida juvenil en Villahermosa; por otro lado, desea poner a descansar cuerpo y mente; merecidamente, habrá que decir. Pero es una pena que este género urbano, en el que la ciudad y la socialidad urbana son presentadas desde la subjetividad, carezca de continuidad. 

El hecho de que haya sido elaborado y dado a conocer durante la contingencia sanitaria ocasionada por esta terrible pandemia agrega valor al texto, al provocar en los lectores una doble sensación de experimentación del pasado. Por un lado, el pasado de los años en los que la tía Loly fue protagonista de los eventos de los que aquí da cuenta, la Villahermosa que se ha diluido y cuya permanencia es más un fenómeno cultural que material.

Por otro, el pasado inmediato, el anterior a la crisis sanitaria, el de hace unos meses, cuando las calles, los espacios urbanos eran nuestros y ni remotamente nos habríamos atrevido a suponerlos sanitariamente peligrosos, muchos menos prohibidos. El pasado en el que muy pocos habían imaginado que el Coronavirus podría llevarnos al encierro y a modificar nuestras vidas en la forma en la que ya lo ha hecho.

El deambular de la tía Loly y los personajes con los que ha convivido por años, a través de diferentes etapas y de estas páginas, no puede sino ser leído a través de ambas lógicas, al mismo tiempo. Imposible no ver, sentir, reconocer una Villahermosa que ya no es, pero que todavía está ahí y es constatable, la Villahermosa que al tiempo que desplegaba y disfrutaba su provincianismo, su reducción social y cultural, se proyectaba sutilmente hacia el futuro modernizador a través de formas sociales novedosas, que a la vez que retaban las tradiciones, refrescaban el ambiente. Actores de aquellas épocas leerán con nostalgia, sin duda, el recuento de los episodios aquí descritos y rememorarán otros, consecuentemente.

 Pero, curiosamente, serán lectores más jóvenes quienes habrán de ser también afectados por la nostalgia. No la nostalgia por aquella Villahermosa, en difusos colores blanco y negro, que es el centro de la historia de este texto, sino la nostalgia por la Villahermosa de ahora, la actual, la multicolor, la que aun cuando tiene más presencia material y real que la otra, la vieja, resulta tan intangible, tan lejana como aquella porque no puede ser recorrida como hasta hace poco podía ser. 

Los tres textos de la tía Loly nos muestran a un grupo de villahermosinos deseosos de superar la vida de pequeña comunidad, que definía la época en la que habían nacido, gracias a los contactos con el exterior y a la multiplicidad de manifestaciones culturales.  (Prólogo al libro: 3,500 pasos. Villahermosa ayer provincia, hoy una gran ciudad. ¿Dónde están nuestras azucenas?)