¿Y de ahí?

Mujeres: una lucha que no termina y los nuevos dilemas

Mañana es el Día Internacional de la mujer. Una conmemoración en la que no se celebra al sexo femenino por ser tal, sino que históricamente hunde sus raíces en las luchas de las mujeres obreras, con antecedentes rastreables hasta la revolución rusa de 1917. La conmemoración fue instituida por la Organización de las Naciones Unidas en 1975 y ha sufrido transformaciones diversas.

La mujer, tanto como el hombre, es un ser social, y no obstante hasta hace poco se debatía si debía tener los mismos derechos. Si bien muchos están ya garantizados en México, como el derecho al voto, algunos otros derechos esenciales para la vida de las mujeres, el sostenimiento de sus familias y la sociedad entera continúan teniendo marcados atrasos.

A pesar de que en la ley se reconoce a las mujeres el mismo derecho de acceso a la educación, a puestos de trabajo dignos, bien remunerados y pagados en iguales proporciones de lo que se paga a los hombres, la realidad es que en muchos casos estas condiciones no se cumplen por diversos factores. El machismo, sesgo que pueden tener hombres y mujeres, lo reconozcan o no, les hace pensar que una mujer no puede desempeñar ciertas tareas, en particular las intelectuales o con alto grado de responsabilidad. O bien, contribuye a la dinámica en la que a las mujeres se les imponen una serie de roles que representan una carga no compartida con sus compañeros, parejas, hermanos o hijos.

La sujeción de las mujeres a los trabajos del hogar, la economía doméstica desde el manejo de presupuesto hasta la logística para la adquisición de insumos, la preparación de alimentos, servicios de lavandería, asistencia a la educación, enfermería y más, son labores que cuando se cargan únicamente a las mujeres constituyen la base del llamado techo de cristal: condiciones aparentemente invisibles que alejan a las mujeres de los trabajos, cargos y posiciones a los que aspiran y en donde se les requiere.

Porque es un hecho notorio y documentado que la vida pública requiere de las mujeres en los cargos de decisión, tanto como la iniciativa privada también se beneficia de contar con la perspectiva de las mujeres, su visión y capacidad de resolución. No porque sea inherentemente mejor que la de los hombres, sino por la obvia razón de que la diversidad enriquece.

Aunque ante la ley todas las personas deben ser iguales, basta mirar la realidad de las trabajadoras del hogar en México para tener una idea de las condiciones de desigualdad que enfrentan las mujeres y cómo estas labores siguen siendo menospreciadas, de modo tal que a pesar de trabajar jornadas completas, a menudo en condiciones de riesgo o padeciendo abusos, en labores con mayores responsabilidades que barrer o trapear, miles de mujeres no tienen acceso a la seguridad social ni perciben los ingresos mínimos de ley.

Mientras en redes el choque entre las feministas que rechazan que las transexuales sean mujeres y las feministas transincluyentes se roba el foco de atención, conforme cada vez más se debate si es posible o no cambiar de género, la agenda pendiente sigue siendo la violencia contra las mujeres, las desigualdades económicas y sociales.

A escala internacional, este 8M la ONU ha llamado a que la inclusión se extienda al mundo digital, donde existe todavía una brecha en el acceso de las mujeres a Internet y sus recursos, además de que son las mujeres más víctimas de delitos cibernéticos que los varones. Sin duda, la realidad virtual es también real y en ella se reproducen, e incluso se agudizan, las batallas y desigualdades que nos atraviesan como sociedad.

Este día Internacional de las mujeres debe servir para continuar en la lucha para exigir justicia para las víctimas de violencia de género, recordar la necesidad de valorar los trabajos domésticos y de cuidados, insistir en que las mujeres somos necesarias en todas las esferas y niveles, pero también reflexionar sobre los desafíos de la perspectiva de género en la actualidad. También hay que criticar cuando las mujeres abusan del derecho por intereses personales, ocupando recursos en las instituciones que no se destinan a atender a las verdaderas víctimas.