Y fue a Palacio...

De ese golpe brutal no se ha repuesto la derecha

Eran casi las 9 de la mañana del 19 de septiembre de 2017. Andrés Manuel López Obrador caminaba solo por la plancha del Zócalo. Lo seguíamos Verónica Velasco y yo, que llevaba la cámara al hombro. “¿Y entonces Andrés Manuel -preguntó Verónica- que va a pasar contigo en las próximas elecciones?” El tabasqueño, que aún no era ni siquiera candidato, se detuvo, con una amplia sonrisa y mirando a la cámara respondió: “A Palacio o a 'La Chingada', en Palenque, Chiapas". Tras una breve pausa continuó: "Pero yo creo que va a ser a Palacio, porque la gente quiere un cambio verdadero. Aquí -dijo señalando el balcón central- vamos a estar despachando para servir al pueblo de México”.

Unas horas después un terremoto sacudía el sur y el centro del país y se ensañaba -como un rayo que cae por segunda vez en el mismo día del mismo mes, pero 32 más tarde- con la capital de la República. Muy pocos pensaban entonces que en julio de 2018 otro cataclismo, pero este de carácter social y democrático, un movimiento telúrico que se venía gestando desde hacía años en las entrañas del pueblo, provocaría el estrepitoso derrumbe de uno de los regímenes más corruptos, autoritarios, longevos y mejor cimentados de la historia moderna.

De ese golpe brutal no se ha repuesto la derecha. La naturaleza profunda de este fenómeno no ha sido aún comprendida tampoco por la mayoría de los intelectuales y de los líderes de opinión. Unos, los ahora opositores, siguen rumiando con rabia la derrota adjudicándola a la ignorancia de un pueblo engañado por un mesías tropical. Otros, entre ellos lo que acuñaron el mote despectivo, acostumbrados a que la historia les pida cita, acuda a sus gabinetes o a sus estudios de grabación y se ciña a lo que ellos han establecido como la ruta a seguir, piensan y actúan como si aquí sólo hubiéramos cambiado de presidente.

Aferrados a sus prejuicios, a sus ideas preconcebidas; creyéndose unos sus propias mentiras y otros haciéndolas suyas de tanto repetirlas, no entendieron entonces ni entienden ahora al hombre, porque tienden, aun los más ilustrados, a caricaturizarlo. Menos todavía -porque o lo ignoran por completo o lo reducen sólo al fenómeno electoral- entienden al movimiento social del que este hombre forma parte. 

No se produjeron en el 2018 (ni siquiera en estos últimos comicios) unas “elecciones más”. En ambos procesos, en la vida diaria del país, se advierte esa que Martin Luther King llamó “la urgencia feroz del ahora”; en esa “urgencia” y no en el hartazgo o los errores de la actual oposición han de encontrarse las razones de sus muchas derrotas políticas.  López Obrador es sólo un intérprete y un producto de esa misma urgencia, uno más entre muchos. El más visible, el conductor del proceso, la voz que más se escucha, pero sólo uno más entre millones. Cuando la gente en El Zócalo corea “No estás solo”, se lo grita a él y se lo dice al país y al mundo entero. Es, ciertamente, una expresión de apoyo y es, también, la forma de refrendar un compromiso mutuo: estamos contigo mientras tú estés con nosotros, mientras cumplas con lo que, mediante nuestros votos, te ordenamos.

Lástima que el país no tenga -salvo honrosas y contadas excepciones- la oposición, la intelectualidad y la prensa que este momento histórico exige. Lástima que, acomodados como estaban para vivir bajo un régimen en el que no tenía cabida la esperanza, no sepan descifrar cómo se gesta el cambio, no quieran comprender la naturaleza profunda del cataclismo social que, en lugar de mandar en 2018 a López Obrador a 'La Chingada' lo llevó a Palacio Nacional.

 @epigmenioibarra