Antimemorias (I) Testimonio de una época, lectura al libro de Humberto Mayans
En sus páginas, escrito de manera amena, describe su vida política y como servidor público, iniciando por sus orígenes familiares
L a lectura del libro “Antimemorias, Testimonio de una época”, es obligada para los estudiantes y estudiosos de la Ciencia Política y del arte de la política; para los estudiantes y estudiosos de la historia política contemporánea.
También muy recomendable que la lean aquellos jóvenes aspirantes a realizar una carrera política y que sueñan con devolverle la dignidad al arte de hacer política y que en los últimos tiempos ha sido tan pervertido y desprestigiado por aquellos que ven en la política un modus vivendi para enriquecerse y no para servir a la sociedad.
Estas reflexiones las hacía, vía telefónica, a sana distancia, con mi ex alumno, hoy doctor en Historia y además mi amigo, Arturo Filigrana Rosique.
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El libro de 477 páginas - bien editado e ilustrado por editorial Porrúa- evidencia, desde un principio, una amplia cultura y numerosas, ricas y variadas lecturas del autor. Egresado de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, alumno del maestro Enrique González Pedrero y de los mejores maestros en la ciencia política y en las ciencias sociales en este país, Humberto Mayans muestra ser un insaciable lector y un gran devorador de los mejores libros y autores: de literatura, de filosofía, de historia, de economía, del arte de la pintura, arquitectura y de música.
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ENTRE LETRAS E IDEAS
Según nos narra, tiene en su biblioteca la envidiable colección de treinta ediciones diferentes de El Quijote: de diversas editoriales, fechas y hasta de siglos anteriores.
Comenta Humberto que es costumbre en él, releer periódicamente esta magna obra de don Miguel de Cervantes y Saavedra. Rafael Loyola Díaz, egresado de la UNAM, también de la Facultad de Ciencias y Sociales Políticas y Doctor por la École des Hautes Études en Ciencias Sociales en París, escribió el prólogo.
Dice que “a diferencia de lo que ocurre en otras latitudes es poco usual que los hombres del poder escriban sus memorias; menos sucede entre aquellos que transitan por los pasillos estatales y regionales…”. Dentro de esos pocos que han escrito sus memorias en México, destaca precisamente el libro de Mayans Canabal que aquí comentamos y recomendamos.
Está escrito con tal amenidad que nos atrapa desde la primera página y la lectura se hace agradable y placentera: creo que así será para aquellos que no están muy habituados a la lectura.
Además de platicarnos parte de su vida política y como servidor público, no sólo muestra que ha sido un observador calificado de la vida política nacional y local de Tabasco, también un actor inteligente e importante que se ha movido en las entrañas mismas del sistema político mexicano: por eso lo conoce a fondo y ha vivido y hasta sufrido los enredos, las mentiras, deslealtades y zancadillas muy propias de nuestra vida política y de nuestra “democracia” muy a la mexicana.
En estos asuntos salen a relucir los nombres de Arturo Núñez, Manuel Gurría, Roberto Madrazo, entre otros. Por eso además, considero a esta obra como un libro de denuncias, de las bajezas y traiciones que se cometen en el quehacer diario de la vida política en México y en Tabasco.
UN ENTORNO FAMILIAR
En el primer capítulo, y al referirse a sus orígenes familiares, nos dice Humberto que por la parte paterna su familia es de médicos; de cinco hermanos varones, cuatro estudiaron medicina: tres fueron médicos militares y su padre, Rodolfo Mayans, que egresó de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Por la parte de su madre, Aurora María Canabal Castañares, proviene de una familia de políticos. Su abuelo, Eduardo Canabal Inurreta, era primo hermano de Tomás Garrido Canabal y colaboró con él hasta que don Tomás se vio obligado a salir al exilio a Costa Rica.
Estando Garrido en el exilio, su abuelo se encargó de cuidar y vender algunas de las propiedades de don Tomás como la que hoy conocemos como La Quinta Grijalva. Su abuelo colaboró luego con los gobiernos de Noé de la Flor y de Francisco J. Santamaría y “murió apaciblemente en su casa en 1952”.
Los tres hermanos de su abuelo, Anacleto, Alejandro y Domingo tuvieron muertes violentas. El primero, siendo secretario de gobierno con Garrido, fue asesinado en las puertas de Palacio de Gobierno en Villahermosa por un grupo que se había rebelado contra don Tomás. Alejandro, que radicaba en Frontera, se batió a tiros con don Pascual Bellizzia Fojaco: los dos murieron en el momento del duelo. Y su otro tío abuelo fue abatido a tiros en Playas de Catazajá, Chiapas, en su finca familiar por un opositor al gobernador Garrido.
En los tres capítulos que llevan por título “Mi infancia, Escuela primaria y Escuela secundaria”, que lamentablemente son muy breves (veinte páginas), Humberto nos presenta una crónica deliciosa de lo que fue Villahermosa en los años cincuenta y sesenta del siglo XX. Sus breves páginas, evocativas y nostálgicas por aquella vieja y pequeña ciudad, están llenas de nombres y apellidos de familias; en esas páginas leemos nombres y propietarios de diversos establecimientos: la gasolinera Faja de Oro donde luego se construyó el Parque de los Pajaritos; el callejón de los zapateros, donde trabajaban de ocho a diez zapateros. Ahí vivieron la periodista de sociales Mimí Castro; el periodista Julio César Javier Ruiz, padre de Jorge Alberto Javier Quero.
“En la misma cuadra se encontraba la panadería de don Próspero, cuyo horno de leña despedía, por las tardes, un penetrante y gratísimo olor a pan -nos dice el autor de manera evocativa-, que me ha acompañado todos los años de mi vida”.
En la esquina de Zaragoza y Castillo se encontraba el molino de nixtamal de la familia Fócil, en la contraesquina del molino estaba la tienda de abarrotes de don Humberto Iduarte, “padre del periodista, mi tocayo, Beto Iduarte”, nos dice Humberto. En la misma calle vivía don Ángel Hermida que pintaba y restauraba figuras de santos, niño dios, pastores y animales que se usaban cada año en los nacimientos.
Con don Ángel vivía el profesor Carmito Pérez que impartía clases de Dibujo y Pintura en la escuela secundaria y en el Instituto Juárez. Con él vivía su esposa doña Luta que según Carlos Pellicer, nos dice Mayans, era la mejor cocinera de la ciudad. Más abajo vivía la familia del ingeniero Josué Vera Granados que con los años sería rector de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. (Continuará)