Choles de Cuviac ritual de promesa del ojo de agua

Lo realizan en agradecimiento a la madre tierra por seguir abasteciendo a esta comunidadCho´l

Tacotalpa.- Cada tres de mayo, en el día de la Santa Cruz, los fieles católicos del ejido Cuviac efectúan el tradicional ritual de Petición de Promesa del Ojo de Agua, en agradecimiento a la madre tierra por seguir abasteciendo a esta comunidad Cho´l. Cuviac, que en lengua Cho´l significa “Trampa de lechuzas”, se ubica en una desviación, cerro arriba, sobre la carretera Tapijulapa-Oxolotán.

Choles de Cuviac ritual de promesa del ojo de agua

En el interior de la ermita, las personas mayores, encargadas de la celebración, se disponen a orar frente al altar dirigidos por el hermano Alfredo, proveniente de Madero 2da sección, quien con mucho respeto y devoción inicia las oraciones a Dios padre y a la virgen; mientras es secundado por los fieles, en su mayoría mujeres, pidiendo en conjunto por los hijos de la madre tierra que viven en problemas en distintos lugares.

Nueve vigas sostienen la techumbre de láminas de esta ermita mientras el humo serpentea y se difumina en el aire al salir de una lata de aluminio improvisada como sahumerio.

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Los fieles permanecen hincados y a un costado sus recipientes de plástico con alimentos para la ofrenda a la madre tierra. Un anciano sostiene una bandera roja en un asta azul celeste mientras espera impasible el término de la oración. Un tambor solitario anuncia la procesión de los ofrendantes que, después de rodear la cruz adornada frente a la ermita, avanzan por las escalinatas en descenso hasta la calle principal de la comunidad.

Al frente avanza la imagen de la Virgen de Guadalupe, seguida por la bandera, la cruz de madera, el incienso y las ofrendas; mientras hombres y mujeres interpretan el coro “Que viva Cristo”.

A pocos metros, otra serie de escalinatas los aguardan para seguir bajando hasta el antiguo ojo de agua que, desde los primeros asentamientos de las familias, ha proveído de vital líquido a todos los habitantes de Cuviac.

A pesar de que actualmente el ojo de agua permanece dentro de un moderno sistema de captación, bajo un enorme árbol samán los indígenas cató- licos se reúnen, cada año, para hacer la petición de promesa a manera de acción de gracias para la Madre Tierra por toda su bondad.

Allí los recibe un anciano que sin rigor musical toca una flauta de carrizo mientras los encargados del ritual se van acomodando sobre una plancha de concreto que protege al manantial natural.

Dos ancianos cavan con una coa un hueco, el cual es semi rodeado por ocho pequeñas velas. Al frente un altar improvisado es cubierto con un mantel blanco y una cruz de madera que respalda a la imagen de la Virgen de Guadalupe.

El anciano invitado y encargado de dirigir la ceremonia da gracias “por la tierra que nos da de todo y por las cosas que Dios ha creado”. Recuerda a los fieles que el lugar donde viven es sólo prestado mientras les dura la vida, y que creador sigue dándoles mucho, aunque existan personas malas en el mundo.

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Agregando que los católicos no adoran a la cruz sino la veneran porque es un símbolo que representa la presencia de Dios.

Todos hincados frente al altar, y a la sombra de los árboles, hacen la oración que a ratos se realiza en la lengua Chol para luego ofrecer lo que se ha traído de ofrenda vaciando, primeramente, una pequeña olla de caldo sancochado en el hueco recién hecho, seguido por la tortilla gruesa de maíz en pedazos, carnes en presa envueltas en hojas de plantas y una jícara con pozol.

Con ramitas de cualquier planta se cubren los alimentos que se acaban de echar y el anciano principal toma una botellita de aguardiente para vaciarla cuidadosamente sobre la cavidad haciendo formas de cruz y luego en círculos alrededor.

Después, con sus manos, va juntando la tierra hasta tapar todo y purificar con incienso lo hecho.

En la etapa final del ritual, el anciano esparce con una rama el agua bendita alrededor de todo el ojo de agua y entre los presentes, quienes se unen en un canto a la Cruz, dando paso al Santo Rosario.

Todo transcurre en una escena de sombras de un viejo samán que filtra los rayos de sol hasta la tierra y los cantos diversos de aves indivisibles que se funden con los solitarios sonidos del tambor y la flauta.

Allí los indígenas choles han cumplido su promesa y la madre tierra no deja de proveerles de agua y alimento en sus hogares

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