Aspirar a lo mejor es fácil, acercarse es arduo

Es cierto que los mexicanos somos chingones. Gente trabajadora, inteligente, audaz, que sin embargo rara vez admite sus errores, que le cuesta reconocer que algo que hizo bien hecho, lo pudo haber hecho todavía mejor.

Los mexicanos somos criaturas paradójicas y contradictorias. Por una parte, la inmensa mayoría de la población lidia con problemas de autoestima, aunque lo nieguen o lo ignoren. Hay una pobreza, más que económica, una grave carencia de ambiciones, además de la falta de coraje para creer que podemos lograr empresas difíciles como estudiar en el extranjero, tener éxito en el negocio que soñamos, aprender a tocar un instrumento, competir en un deporte, etcétera.

Sin embargo, todos los mexicanos somos unos chingones. De algún lugar profundo y desconocido de nuestra psique brota la certeza de que somos tan chingones que podemos ir por la vida haciéndolo todo al chilazo, de último minuto, con plena confianza de que saldrá bien a la primera. Tanta confianza tiene en sí mismo el mexicano, que piensa que llegará a tiempo a trabajar, incluso si sale de casa diez minutos antes de la entrada, a la hora de mayor tráfico.

El mexicano confía en que pasará el examen sin haber estudiado y, si es posible, habiendo ido de fiesta una noche antes. No es que necesariamente sea un genio, el más inteligente, suertudo, ni mucho menos.  Sencillamente hay algo, una especie de fe ciega, que lo impulsa a confiar en que incluso su deber más importante, la tarea compleja para la que tuvo semanas para realizar, podrá hacerla suficientemente bien, un día, unas horas, unos minutos antes de la entrega.

Es el tipo de persona capaz de inscribirse a correr una maratón sin el debido entrenamiento previo, a pesar de que cada año, en este tipo de eventos, fallecen personas de un infarto precisamente porque no estaban preparados. Claro que alcanzar esos niveles no se logra de la noche a la mañana, es una formación de toda la vida. Los salones en las escuelas en México están llenos de niños y jóvenes que se atreven a improvisar una exposición, sin apenas haber leído o investigado antes. Poco a poco, en todos los ámbitos, se va profundizando esa forma de ser.

Esto tiene su lado mágico. Podemos organizar una fiesta o unas carnes asadas el mismo día, sin acuerdo previo de los participantes. Podemos alcanzar un puesto de trabajo habiendo mentido en el currículum vitae. Ir a disputar una final de futbol con los amigos estando todos crudos o intentar la difícil receta de cocina, aún sin tener todos los ingredientes. Pero así como lo anecdótico puede volverse trágico si, por ejemplo, salimos de viaje sin haberle dado mantenimiento al vehículo, esta actitud de hecho tiene repercusiones sociales.

Es lo que explica que, a pesar que se trata del más puro interés público por la disposición de recursos del erario, tengamos obras de tan mala calidad. Porque se hicieron así, al chilazo, con proyectos que no fueron debidamente actualizados, revisados, sin manifiesto de impacto ambiental o con permisos aprobados expresamente por interés político, sin cuidar el interés de que la obra efectivamente sirva lo más posible a la posteridad y sea de la mejor calidad posible. ¿Ejemplos? Hay tantos, indudablemente usted habrá pensado en el que más le guste.

Es cierto que los mexicanos somos chingones. Gente trabajadora, inteligente, audaz, que sin embargo rara vez admite sus errores, que le cuesta reconocer que algo que hizo bien hecho, lo pudo haber hecho todavía mejor. Que no le interesa mejorar todo lo mucho que podemos mejorarnos. Que se cree capaz de hacer todo bien, aunque sea al chilazo, pero no se cree capaz de desarrollar la disciplina para hacerlo mejor, para aspirar a la excelencia.

Quizá una de las personas que mejor lo explica sea Yokoi Kenji, de padre japonés y madre colombiana, porque desde su postura alcanzó a apreciar como pocos el inmenso contraste entre esas dos culturas en ese aspecto. Nuestra forma de pensar influye, directa e inevitablemente en nuestra forma de actuar y de ser. Tal como la corrupción tolerada por nosotros mismos como ciudadanos es nociva para todos, también lo es esta cultura de la improvisación y de hacer todo al chilazo, al ahí se va, porque nos aleja de ser mejores también como sociedades. Aspirar a lo mejor es fácil, acercarse es arduo. Pero somos capaces, sólo si así lo creemos y en ello trabajamos lo podremos lograr.