Camila y Nuestra Podredumbre Social
Camila, su historia y la de varios miles de niñas y adolescentes que cotidianamente sufren de violencia en México y ven segadas sus vidas a edad temprana han quedado marginadas.
Entendiblemente, el linchamiento de Ana Rosa "N" se ha convertido en el centro de la controversia sobre los hechos ocurridos en Taxco durante los días de Semana Santa. La crisis de seguridad por la que atraviesa el país, la reacción furibunda de una turba y la coyuntura electoral contribuyeron a que los valores noticiosos destacaran la errática respuesta de las autoridades de Taxco y el enardecimiento colectivo. Sin embargo, Camila, su historia y la de varios miles de niñas y adolescentes que cotidianamente sufren de violencia en México y ven segadas sus vidas a edad temprana han quedado marginadas.
Estudiosos del tema sostienen que entre 2011 y 2021 se registraron en el país1915 linchamientos, esto es 174 casos por año; prácticamente uno cada dos días. Sin embargo, 2018 y 2019 fueron años particularmente violentos. Cerca de 400 linchamientos ocurrieron en cada uno de esos años. No podemos negarlo: México atraviesa por una etapa de violencia social que no ha recibido atención y que podría terminar por devorarnos. Queda justificada, así, la atención mediática al linchamiento, y el proceso político del momento le otorga relevancia.
No obstante, Camila, la principal víctima, merece más atención. Hoy está claro que sí llegó a la casa de su amiga; que Ana Rosa negó su arribo. También que ella y su pareja trasladaron el cadáver de la niña a las orillas de una carretera en un taxi. Que la madre de Camila descubrió, gracias a videos de vigilancia, que Camila llegó, pero no se le vio salir por propio pie de la casa de su amiga. Sabemos, además, que recibió mensajes pidiendo rescates; que la autoridad no respondió como debería y que hubo contradicciones en las declaraciones de varias de ellas. Sabemos que al grito de "las niñas no", una turba se presentó en la Casa de Ana Rosa y que varios de ellos (las autoridades dicen haber identificado a cinco agresores) la golpearon brutalmente, de manera que falleció en el trayecto al hospital. Lo que no sabemos es lo que realmente pasó en casa de Ana Rosa. No sabemos quién inició la agresión sobre Camila, por qué razón y cómo ocurrió. Tal vez nunca lo sabremos. Ana Rosa ha fallecido y su pareja hará declaraciones con apego a los consejos de sus abogados.
No era la primera vez que Camila visitaba a su amiga. La relación entre ellas tenía historia. La madre de Camila declaró que Camila siempre había sido bien recibida y tratada con amabilidad y cariño. ¿Qué pasó, entonces? ¿En qué momento y por qué, un ambiente amigable—al que Camila asistía con cierta regularidad con la venia materna y experimentando plena confianza—se convirtió en un infierno? ¿Qué suscitó el ataque? ¿Cómo es posible que, de un momento a otro, un escenario de amistad y de certidumbre se torne en su antípoda? ¿Qué desató las fuerzas de maldad que acabaron con la vida de Camila? El abuso de niñas y adolescentes en México es un fenómeno creciente. Datos de la OCDE, del INE y de Reinserta, una organización civil orientada a la atención de la violencia infantil, no pueden ser más contundentes al respecto. México es el primer lugar en abuso sexual de niños, niñas y adolescentes, de los 34 pertenecientes a la organización. Uno de cada cuatro niños, niñas y adolescentes está expuesto a abuso sexual en su entorno. Además, de cada mil casos de abuso, sólo se denuncian cien. De éstos, sólo diez llegan a los jueces y sólo uno recibe sentencia condenatoria. La razón por la que el fenómeno registra pocas denuncias es porque los victimarios pertenecen al entorno familiar de las víctimas.
El colectivo Aquí Estamos, grupo de mujeres periodistas ocupado de visibilizar el feminicidio de niñas y adolescentes, ha documentado que desde diciembre del 2018 a diciembre de 2002 299 niñas y adolescentes fueron víctimas de feminicidio. Esto es, un promedio de 6 casos por mes. Estos son datos terribles. ¿Por qué nuestros hogares y nuestros primeros entornos no son los centros de formación de una emocionalidad sana que nos proyecte al exterior con seguridad y fortaleza? ¿Por qué son lo contrario? ¿Por qué estamos construyendo sistemas emocionales disfuncionales desde los cuales no surge sino desprecio hacia los demás? ¿Por qué nuestros entornos domésticos son incubadoras de maldad?
Es urgente que restituyamos los tejidos sociales de nuestras colectividades, empezando por los familiares. A esto deberían enfocarse hoy quienes se presentan como los promotores del futuro mexicano. Por supuesto, también los medios de comunicación.