A cinco A Lácides García Detjen: el amigo entrañable

A cinco años de la desaparición física de mi hermano Lácides García Detjen, debo reconocer que es imposible no sentir una enorme tristeza por la pérdida

A cinco años de la desaparición física de mi hermano Lácides García Detjen, debo reconocer que es imposible no sentir una enorme tristeza por la pérdida del que considero mi alter ego, ese complemento sin el cual es difícil -¿imposible?- sobreponerse a un faltante tan importante en la vida. El amigo Lamoyi dijo una vez, en el marco de un evento en la UJAT, “ahí están Batman y Robin”. Nunca especificó quién era quién, pero eso no importaba porque nunca hubo entre nosotros protagonismo o búsqueda de notoriedad que no estuviera basada en la complementariedad.

En 1986, conocí a “Lacho”, como todos lo llamaban con el afecto que supo sembrar a lo largo de sus 65 años de vida; afecto que sigue vivo en todas las personas que, como yo, tuvimos el privilegio, la suerte, de cruzar por su camino y abrevar de su enorme talento, de su ingenio; en esa frescura colombiana que se tropicalizó para convertirse en un producto netamente tabasqueño, propio de este Trópico Húmedo, tan símil a la Barranquilla que lo vio nacer allá por 1950, tan cercana del Macondo de su admirado Gabriel García Márquez. Por ello, como ningún “extraterrestre”, como nos bautizaron en la época de Salvador Neme a los que de fuera veníamos, él pudo entender también a sus “paisanos”, que lo adoptaron como a un hijo muy querido y respetado.

Entonces, en 1986, yo había llegado a estas tierras del Sureste que no me eran extrañas porque había venido en dos ocasiones anteriores: una, para realizar un trabajo de investigación sobre Tabasco, junto con Arnulfo Villegas López; después, para participar en la campaña para senador del licenciado David Gustavo Gutiérrez Ruiz. Todo con la complicidad de mi otro hermano, César Raúl Ojeda Zubieta, quien nos convenció de venir a Tabasco, estado al que tanto quiero, como también lo hizo Lacho. Aquí están sepultados dos grandes y admirados amigos: mi padre y Lácides.

Fue un sábado de marzo cuando tuve el primer encuentro con él. “Nacho” Cobo me había invitado a escribir una columna en “Avance”. Ese día conocí a Lacho y a Luis García, amigo muy estimado. También, a una persona que desde el primer momento me cautivó: Don Luis Sánchez Arreola, director del diario.

Gracias a Lácides, con quien de inmediato surgió una identidad y una gran amistad, pude disfrutar muchas exuberantes y tórridas noches con Don Luis en el Hotel Maya Tabasco. Lamentablemente la muerte se lo llevó pronto, pero siempre lo recuerdo con cariño y admiración, como en grado exponencial lo hizo Lacho, acompañante leal durante los últimos días y horas de vida de ese ilustre maestro de la comunicación nacional que hizo escuela en Tabasco.

Luego, Lácides me condujo, con su mano amiga, por las escaleras y estrechos pasillos que llevaban hasta la oficina de otro maestro del periodismo tabasqueño, Don Jorge Calles Broca, director general fundador de este diario que da cabida a esta remembranza. Largas pláticas con él, de política local, nacional y, sobre todo, de periodismo; de su empeño para que en nuestra Máxima Casa de Estudios, la UJAT, se ofertara la carrera de Comunicación. En ello, pusimos nuestra parte, especialmente Lacho, que para entonces ya era un muy respetado y querido profesor de esa universidad y, como siempre lo fue, un permanente impulsor de las artes, de la cultura, de la ciencia política y de la sociología. Un humanista a carta cabal. Fue cercano a muchos rectores de esa institución que sabían que de él tendrían, siempre, el consejo inteligente y la lealtad inquebrantable, sello distintivo de un hombre que a cinco años de distancia de su muerte sigue siendo una obligada referencia en la entidad.

Por casi treinta años tuve la enorme suerte de gozar de su amistad. Con él iniciamos diversos proyectos, libros, los escritos y los leídos. Entreveramos visiones de la vida local, nacional e internacional, en todo momento respetando nuestros puntos de vista, si bien, debo reconocerlo, fueron muy pocos los disensos y muchos, muchos, los consensos; sobre todo, a la hora de abogar a favor de la democracia, de las libertades individuales y sociales y, de la educación de calidad.

Su aporte a la creación de la Universidad Olmeca fue desde su génesis. Su clara visión educativa ayudó a marcar un derrotero humanista que años después, ya como rector, permitió que esta institución de educación superior se convirtiera en referente local, nacional e internacional. Sí, hay un antes y un después de su gestión, pero la suya es referente, aspiración, en mi caso, de poder enfrentar los retos como él lo hizo en su momento y mantener a la universidad en el aprecio y reconocimiento de nuestra sociedad que él nos heredó.

Los pasillos, las aulas de la UO, huelen a él, a su espíritu abierto a las ideas; pródigo como era a la hora de brindar amistad, cordialidad y a alentar las esperanzas de los seres más desvalidos y más extraviados, a los que siempre supo reconducir, ayudarlos a continuar la marcha aún en medio de las más intensas tormentas. El era al tiempo guía y faro. Binomio indisoluble en las personas de su talante. Gracias a él, muchos colaboradores de la universidad pudieron estudiar carreras y sus hijos hacer realidad el sueño de ser universitarios. Nunca negó a nadie la mano, y ésta, jamás tembló a la hora de reclamar justicia o demandar los derechos de los demás.

Con él transitamos por CORAT, hoy TVT, por XEVT, con programas en los que, semana a semana, analizábamos temas diversos. Cómo lo extrañamos en estos tiempos de la nueva normalidad a la que él, sin duda, sacaría enorme provecho y la descifraría con la gran capacidad diagnóstica de la que siempre hizo gala.

Extraño al amigo entrañable, al mejor de los amigos. He dicho en otros momentos que nadie puede presumir que era “el mejor amigo de Lacho”. Fuimos, tan sólo, una de las mil piezas del rompecabezas de su vida, corta para los que no encontramos aún consuelo por su partida, larga si la medimos por sus obras y sus herencias.

Un fuerte abrazo mi querido Lacho, hasta el cielo, donde seguramente nos está viendo con esa sonrisa que nunca olvido, una de tantas razones para seguir luchando a pesar de su ausencia física.