Agenda Ciudadana

En estos últimos días, el posible regreso de niños y jóvenes a las aulas, a partir de enero, ha sido tema dominante en la conversación pública

En estos últimos días, el posible regreso de niños y jóvenes a las aulas, a partir de enero, ha sido tema dominante en la conversación pública.  Argumentos como la “salud emocional de los niños” son recurrentes en reportes mediáticos y en pláticas grupales.  No pocos expertos han contribuido al debate.  Las posibilidades de que los pequeños sufran atrasos considerables en sus procesos de aprendizaje y socialización son frecuentemente repetidas en apoyo al regreso.  Algunos gobiernos estatales ponderan la posibilidad de permitir a los niños regresar a sus recintos escolares. La autoridad federal, se lava las manos.  Ha indicado que el regreso escolar podrá iniciarse cuando el semáforo epidemiológico se encuentre en amarillo, pero que será “voluntario”. 

Llama mucho la atención que el asunto se haga presente en la agenda pública en momentos en que no sólo el regreso, sino sobre todo su discusión parezcan absurdos.  Los datos no pueden resultar más contundentes.  El millón de contagios fue alcanzado el día 14 de noviembre.  Catorce días después, el día 28, la cifra se había incrementado en cien mil y en otros once días más, el pasado miércoles, se registraron otros cien mil contagios más.  En menos de un mes el virus infectó a 200 mil personas.  El 24 de noviembre fue el día que más contagios registró en todo el proceso, 10,794.  Esta cifra palidecería el día 27, cuando se reportaron 12,081 nuevos casos.  Desde ese 24 de noviembre, en diez ocasiones los contagios han superado la cantidad de diez mil y el día 4 de diciembre registró un nuevo récord de contagios, 12,127. En diez días el pico fue rebasado tres veces. 

El número de fallecimientos llegó a cien mil el 19 de noviembre, cinco días después de que se había contabilizado el millón de contagios.  Dieciocho días más tarde, el 7 de diciembre, el número creció a 110 mil.  En esos días ocurrieron 554 decesos por día.  Al día de hoy, somos el duodécimo país con mayor número de contagios y el cuarto en decesos.   ¿En estas condiciones se está sugiriendo el regreso a clases?

Es posible que, por una parte, el optimismo de contar pronto con vacunas y que, por otra, el hastío provocado por el encierro y la consecuente modificación de hábitos nos muevan a pensar que pronto podremos volver a esa normalidad que precedió a la pandemia.  Pero nos estamos apresurando.  Hay que hacer notar que este crecimiento estrepitoso de contagios se produce días después del largo “Buen Fin” de este año.  La confluencia de numerosas personas en centros comerciales contribuyó a que los contagios se dispararan al alza. 

Las aulas, espacios cerrados, propiciarán un alto número de contagios.  Es entendible que los niños y los jóvenes se sientan a disgusto con los procesos de aprendizaje a distancia a los que han sido sometidos forzosamente.  Estar frente a pantallas de todo tipo no sólo es cansado sino que vuelve complicados los procesos de formación académica, especialmente cuando, de la noche a la mañana, profesores y estudiantes tuvieron que involucrarse en ellos con escasa capacitación y disposición.  Aun cuando apelar a la salud emocional de los aprendices no deja de tener sustento, es preciso revisar la propuesta. 

El argumento parte de un supuesto erróneo, por dicotómico: los alumnos no gozan de buena salud emocional manteniéndose en casa y sí asistiendo a la escuela.  Niños y jóvenes prefieren asistir a sus escuelas porque las dinámicas sociales que en ellas experimentan son diferentes a las de casa.  Pero eso no autoriza a afirmar que en los centros de estudio priva una sanidad emocional; sabido es que las escuelas son centros de discriminaciones y bullying y que no es menor el porcentaje de niños para quienes asistir a la escuela resulta un suplicio.

Pero eso no es todo. Buena parte de la presión para volver a las aulas proviene no de los menores, sino de los padres.  Para la mayoría de ellos, las dinámicas escolares en línea se han convertido en toda una pesadilla.  Padres y madres han tenido que modificar sus rutinas para acompañar en el proceso a sus hijos, especialmente a los más pequeños.  Acostumbrados a que la enseñanza sea tarea de sus profesores, pocos padres cuentan con la paciencia y el interés necesario para procurar a sus hijos procesos de aprendizaje amables.  De ahí que los niños sean sometidos no sólo a procesos didácticos que no les llaman  la atención sino a presiones familiares que no son similares a las que viven en sus escuelas. 

La enseñanza es un fenómeno complejo y como tal debe ser abordado en estos momentos.  Al apelar a una falsa salud mental de los niños se deja fuera de la reflexión a sus profesores.  ¿Qué porcentaje de la población magisterial pertenece, por edad y afecciones sanitarias, al universo de personas vulnerables al Covid? Por otro lado, el regreso a las aulas tendría que ocurrir bajo nuevas normas de convivencia que volverán difícil los encuentros sociales.  ¿Serán, así, las escuelas, centro de salud emocional? Lo más probable que ocurra es que las nuevas reglas terminen por no ser respetadas por lo que seguramente habrá una nueva ola de contagios.

Es necesario repensar con serenidad la conveniencia de retomar los ciclos escolares de manera presencial.