Agenda ciudadana

De Regreso, Sin Cubrebocas

Afortunadamente, el presidente López Obrador se sobrepuso al Covid y el lunes de esta semana retomó sus actividades, en las que, por supuesto, las conferencias matutinas ocupan un lugar central.  Su ausencia, durante dos semanas, generó expectativas sobre su regreso.  Se esperaba, sobre todo, que a consecuencia de haber resultado contagiado su actitud hacia la pandemia cambiara, lo que a su vez ocasionaría una redefinición en la estrategia sanitaria de su gobierno. No fue así.  Como era de suponerse, su padecimiento, así como el proceso de sanación por el que atravesó fueron temas centrales en esa su primera presentación mañanera.  Conocedor de que él, sus discursos y gestos son toda una construcción simbólica, el presidente se presentó sin cubrebocas, repitió ser respetuoso de las recomendaciones de los médicos, insistió en que en México ahora “está prohibido prohibir” y explicó que no se cubrirá porque ya no contagia.  Más claro, ni el agua.  Nada cambiará.  Los asuntos gubernamentales seguirán siendo conducidos de acuerdo con el patrón fijado por el presidente desde el primer día de su mandato: en estricto apego a su voluntad, con la seguridad de que él y nadie más que él conoce los problemas y sus soluciones y con una absoluta falta de empatía y sensibilidad.

En estos días, el presidente ha hecho varias manifestaciones simbólicas que requieren análisis.  Su presentación sin cubrebocas tiene varios significados. Primero, el presidente quiso dejar en claro que el haber padecido la enfermedad no modificó su certeza de que no es una afección grave, por lo que sobrevivirla depende de la atención que cada quien le ponga a su seguridad. La frase de que ya no contagia nos hace ver, una vez más, que todo se trata de él.  Quien importa es él, si él está bien y ya no contagia, todo lo demás es irrelevante.  En vez de ocuparse del elevado número de contagios y muertes y de prestar atención a la necesidad de vacunas, el presidente refirió que ya no transmite la enfermedad y llegó a mofarse de los presidentes de otros países a quienes acusó de abusar del poder por vacunarse primero.  Él, otra vez él, decidió no vacunarse y exponerse al contagio porque una de sus metas es desterrar el “influyentismo”.  Su visión egocéntrica y su certeza de que es un héroe viviente de la historia del país lo llevan a perderse en sí mismo y restar importancia a dos asuntos relevantes. El primero,  los presidentes de las naciones deben ser los primeros en vacunarse (y yo agregaría, también sus familias) por razones de interés nacional: el estado de salud de quien encabeza a la nación requiere atención especial y procurarle la mejor atención no significa abuso de poder sino seguridad nacional.  Segundo, las decisiones de los presidentes de otros países no deben ser motivo de mofa pública so pena de ocasionar problemas internacionales.  El presidente exige constantemente el respeto internacional; eso lo obliga a ser respetuoso. Esta vez no lo fue. 

La ausencia de cubrebocas despejó dudas: no habrá reconocimiento público de errores, al estilo Boris Johnson, y su agenda se mantiene inamovible.  De ahí que no sólo restó importancia a la fuerte ola de contagios y fallecimientos que azota al país y desestimó ocuparse de la vacunación, sino que se enfocó en mostrar músculo montando una ceremonia de inauguración del aeropuerto Santa Lucía para la que fue empleada una de las pistas ya existentes y mostrada una maqueta de lo que serán sus instalaciones.  Que no quede duda, sus grandes proyectos no serán detenidos, como recientemente le solicitaron varias agrupaciones y ciudadanos interesados en canalizar recursos hacia la adquisición y fabricación de vacunas contra el Covid. La historia se construye con narrativas épicas y qué mejor la de un héroe indomable que vence a las enfermedades y continúa su marcha hacia la gloria, que por supuesto no es suya, sino la de su pueblo.  

Hubo, sin embargo, un detalle que no debe dejarse desapercibido: el presidente bajó del avión en el que aterrizó en Santa Lucía con su boca tapada por un cubrebocas. El avión era militar, por lo que es pertinente recordar que en la medida en la que el presidente se ha ocupado de incrementar el poder del Ejército, éste de manera sorda e imperceptible se ha convertido en lo que probablemente sea hoy el único contrapeso al su poder.  Debido a que el cubrebocas ha sido el símbolo de la autoridad presidencial en este proceso, el detalle no es menor.