OPINIÓN

Colaboración invitada
18/09/2025

De la cultura política al salvajismo

Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos. Martin Luther King

La reciente agresión del dirigente priista Alejandro "Alito" Moreno contra el presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, no es un simple episodio bochornoso en la vida parlamentaria. Es una señal de alarma. Lo que ocurrió en el recinto legislativo expone una crisis profunda en las formas de convivencia política y revela un retroceso preocupante si se analiza desde las teorías clásicas de la cultura democrática.

Giovanni Sartori definía la cultura política como el entramado de creencias, valores y actitudes que sostienen un sistema democrático. Bajo esa lógica, el Senado debería ser un espacio de deliberación civilizada, donde el respeto mutuo y el uso de la palabra son pilares fundamentales.

Sin embargo, el altercado físico entre Moreno y Noroña reduce el recinto parlamentario a un escenario primitivo: la confrontación sustituye al argumento, la violencia reemplaza al diálogo, y con ello se deteriora la confianza ciudadana en las instituciones. Lo que debería ser una arena de debate se convierte en espectáculo, confirmando la degradación de la política mexicana a lo que Sartori habría descrito como "tribus salvajes".

Joseph Schumpeter, por su parte, ideaba la democracia como un método competitivo para la toma de decisiones, canalizado a través de procedimientos institucionales y elecciones. El episodio en el Senado desafía frontalmente esa noción. La lucha corporal desborda el marco institucional y revela un riesgo mayor: que el poder deje de ejercerse por consenso o argumentación y se imponga, en cambio, por la fuerza y el sometimiento. Con ello, no solo se deslegitiman los actores involucrados, sino también los partidos y el sistema político en su conjunto.

Este incidente no es aislado. Es síntoma de una discrepancia extrema y una decadencia ética que atraviesa a la clase política mexicana. Las "tribus" partidistas exhiben intolerancia y agresividad, priorizando la confrontación sobre el bien común. El legislador deja de ser representante para convertirse en actor de un circo caótico, donde el espectáculo desplaza la responsabilidad institucional.

La agresión en el Senado debe leerse como una advertencia sobre el deterioro de la cultura política en México. Recuperar los valores democráticos de respeto, diálogo y civilidad no es un gesto moralista, sino una condición imprescindible para fortalecer las instituciones. Sin esa reconstrucción cultural, la política corre el riesgo de desvanecerse en puro salvajismo tribal.





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