Colaborador invitado
30/06/2025
Del like a la lucha
El mundo regresa a la dualidad política. Vivimos una nueva Guerra Fría, muy distinta al del siglo XX. Ya no se libra solo en campos de batalla; ahora la guerra se disputa también en el mundo digital.
La revolución es de las conciencias y ya no es exclusiva de los mayores. Nace desde la infancia, la adolescencia y la juventud. La política dejó de ser cosa de "viejos aburridos" para convertirse en tema cotidiano en redes sociales, donde somos los jóvenes quienes tenemos mayor participación.
Por eso tenemos una enorme responsabilidad histórica. Hablo del pueblo joven, trabajador y estudiante, a esa juventud desencantada de la política, harta de promesas vacías o simplemente desinteresada de todo lo que sea política.
No es tiempo de ignorar ni de renunciar a la lucha por lo justo. Todos tenemos derecho a una vida digna. Debemos reconocer nuestro entorno físico y digital, y organizarnos en acciones concretas y efectivas para transformarlo.
Seamos intérpretes de los grandes anhelos de justicia que heredamos. La historia no se detiene: se sigue escribiendo y nos toca ser protagonistas de este capítulo. Para ello, necesitamos nuevas bases, argumentos y conocimientos, tanto políticos como académicos. Es urgente actualizar los pensamientos de izquierda, reflexionar sobre la realidad física y virtual que nos rodea y hacerlo con la esperanza de cambiarla.
Primero, debemos entender dónde estamos y quiénes somos en esta sociedad. Habitamos una etapa del capitalismo de las oligarquías tecnológicas. Vivimos el capitalismo del colapso: crisis financieras, políticas, sociales, alimentarias y ambientales. Este modelo nos ha arrebatado lo que decía defender: los derechos humanos básicos.
Nuestra generación no tiene acceso a vivienda digna por la gentrificación; no tiene derecho a jubilación ni a condiciones laborales estables; carece de alimentación saludable por culpa de las industrias de comida chatarra; padece las consecuencias del cambio climático producto de la sobreexplotación, lo que también afecta nuestra salud, en un contexto donde ni siquiera hay garantizado un sistema de salud digno.
Nuestra lucha ya no será armada; será académica y cultural. Hoy no nos reprimen, nos seducen. Ya no queman libros, los reemplazan por contenidos virales vacíos. La cultura, lejos de ser neutra, es un campo de disputa: o normaliza los privilegios o despierta las conciencias. Quien controla el relato controla la historia, y quien impone la historia impone el futuro.
Por eso debemos producir cultura. Atrevámonos a pensar diferente, a ser disruptivos. El sistema ya no necesita censurarnos; le basta con que hablemos de cosas irrelevantes. Por eso es vital construir trincheras de cultura crítica y revolucionaria que enfrenten a la industria del mal llamado "entretenimiento", que no es más que propaganda hueca. La cultura rebelde debe recordar a quienes estuvieron antes de nosotros, no para repetir el pasado, sino para aprender de él y trascender.
Este es un llamado a artistas, poetas, cineastas, maestros, locutores, influencers, creadores de contenido y hasta memeros conscientes: no sean voceros de propaganda vacía. Sean despertadores de conciencias. La cultura también se canta, se baila, se pinta y se representa.
Debemos entender que la izquierda tradicional e institucional está desgastada. Muchos partidos que enarbolaron la bandera del socialismo terminaron administrando el mismo sistema que prometieron transformar. Por eso debemos organizarnos como pueblo joven. Ya no basta con pensar como tabasqueños o mexicanos: hay que pensar como humanidad.
Nuestra revolución debe ser internacionalista, porque el capitalismo es global. Si ellos globalizaron la explotación, nosotros podemos globalizar la resistencia. Es fundamental aliarnos con movimientos campesinos, LGBTTIQ+, indígenas, afrodescendientes; defender el territorio con sabiduría ancestral y con feminismo popular que lucha contra el patriarcado y la violencia estructural. También con trabajadores organizados, sindicatos honestos, con la juventud que politiza el arte, la red, la calle y el cuerpo; con intelectuales críticos y con colectivos comunitarios que hacen revolución sin saberlo: sembrando, cuidando y resistiendo.
Ya no vivimos en tiempos donde los partidos verticales son la única vía. La revolución del siglo XXI es descentralizada, plural y rizomática. Se construye en red, en asambleas, en caracoles, en espacios autónomos y en la solidaridad entre pueblos.
Esto no significa renunciar a tomar el poder, sino entender que el poder se construye en lo cotidiano: en las relaciones, las familias, las amistades, y en las decisiones pequeñas que sostienen la vida.
El objetivo no es reemplazar una élite por otra, sino destruir la lógica de la élite misma. No se trata de gobernar para el pueblo, sino con el pueblo y desde el pueblo.
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