Confesiones

ACÚSOME QUE EMPECÉ a leer poesía desde muy niño. Quizá cuando tenía unos siete años. Encontraba chéveres los versos. Eran con rima, como conjugarlos con prima

ACÚSOME QUE EMPECÉ a leer poesía desde muy niño. Quizá cuando tenía unos siete años. Encontraba chéveres los versos. Eran con rima, como conjugarlos con prima. Y evocaban imágenes que recreaba en la realidad. Unas mariposas grumosas volaban por sobre nuestra cabeza, y era algo maravilloso. Otros intentaban cazarlas y meterlas en botellas. Soñábamos en el cometa del amor y la paz. No nos preocupábamos por nada. Y un beso de mamá nos apuraba a despertar para ir a la escuela. ¿Dónde quedó mamá, que me mimaba?

IGUAL EMPECÉ A LEER narrativa. Esto fue también en la primaria. Le entraba con fe a cuentos y fábulas. Como la del cuervo aquel que comía queso en lo alto de un árbol. Y la zorra astuta, halagándolo, lo hizo cantar. Y el pedazo de queso al suelo fue a dar, para gozo de la zorra. Y en los cuentos encontramos entretenimiento total. En la espera de cómo habría de terminar. Y me encantaba escribir cartas y leerlas, cuando había respuesta. Noticias de algún lejano lugar. E imaginamos que se harían viajes a la luna. Y eso nos podrían contar. Y luego vino el tiempo de leer novelas. Y nos encontramos que contaban cosas, pero nunca superaban a la vida real.

ACÚSOME QUE EN LA ADOLESCENCIA amé como si fuera la última etapa de mi vida. Con pasión desmedida y romanticismo sin igual. Con regalos envueltos en papel celofán. Y serenatas con o sin luna. De esos amores románticos y limpios. De esos donde no importan marcas registradas o de lujo. En los que la mirada encuentra su par. Y el beso es producto de cruzar por un callejón oscuro y detenerse para el cielo estrellado mirar. Y la luna desde lo alto parece guiñarnos con un cráter como ojo venial.

ME HABÍA CONVERTIDO en lector a temprana edad. Entraba a librerías y trataba de comprar en la medida de mis posibilidades dos o tres libros. Y me pasaba mi tiempo libre leyendo, hasta el grado de cansar a los cercanos. Como diciendo: este muchacho se puede morir, o ciego puede quedar. Juan Rulfo contaba que su mamá le decía: "ey, tú, Juanito, que no estás haciendo nada, ve a traer una cubeta de agua al pozo". Y estaba leyendo. Esa es la realidad. Se percibe que el lector se hace tonto para no hacer nada. Y está haciendo de lo mejor: creciendo en su interior. Y eso es una necesidad de la sociedad para una convivencia mejor.

ACÚSOME QUE PIENSO en la muerte. No como algo fatal, sino como el destino natural de todo ser vivo. Y por lo mismo trato de disfrutar el instante siempre más, sin prisas, ni ansiedad. Camino, para procurarme paz. Sonrío porque hay felicidad. Y para esto no necesito mucho, apenas lo esencial. Un beso azucarado. Una manzana original o un durazno por su olor. La muerte en un instante ha de llegar, como anunciando el programado final. Lean poemas y canten canciones en mi funeral. Pero mientras haya vida hay que disfrutar, desterrando en el interior pensamientos del mal, y en todo caso sean pensamientos de mar y de amar.

CONFIESO QUE TODA EDAD es buena, se puede bien disfrutar. Recuerdo por ejemplo aquella lejana edad de la adolescencia: los amigos y amigas. Los planes de futuro. El amor de esa edad. Los paseos por la ciudad. Caminar por toda la calle sexta, y por el bordo del canal. Las bancas del lago. Y mirar a la gente pasar. Allá saltó un pez. Y los patos nos rodeaban. Y en fin luego vino otra edad, la de trabajar. Y nuevos ambientes de responsabilidad. Qué gratos los compañeros de trabajo. Nunca me he de quejar. A veces me encuentro con alguno de ellos, de ellas. Y nos ponemos a recordar. Qué lindo es recordar. Pasar los hechos de nuevo por el corazón.

CONFIESO QUE SOY un sentimental. Lloré en varias partes de la película La ballena (The walhe), tan pronto al ver el sufrimiento de Charlie en su imposibilidad de movimiento natural. Me impactó asimismo el video donde veo perros sentados en asientos de primera clase de aviones turcos de regreso a México, como agradecimiento por la labor de rescate que realizaron. De ida fueron en equipaje, supongo. Y otro video más, donde miro a Celia Cruz -la de ¡azucaaaaar!- cantando Guantanamera en un ensayo en Zaire; pero canta con tal emoción y baila, como si estuviera ante decenas de miles de público y está tan solo en un estadio vacío, y solo está el personal de apoyo y dos o tres mirones más.

ACÚSOME QUE SIGO PENSANDO en las utopías como justicia social, pan para todos, y que todos los niños del mundo tengan comida y educación. Y haya paz. Que sea la convivencia pacífica el distintivo de la raza humana. Que no haya pájaros en jaula. Ni presos de conciencia.

ACÚSOME QUE SIGO VISTIENDO jeans. Escucho música. Hago limonada. Busco libros de viejo. Escribo dos horas diarias. Leo 70 por ciento en digital. No me pinto el pelo. Tomo otro y otro café. Me gusta ver y escuchar los participantes de los concursos de declamación y canto. Me gusta viajar por carretera, porque me gusta manejar. Acudo a una cafetería. Me invitan, y acepto gustoso dar pláticas sobre temas del libro y la importancia de leer. Soy aficionado a tantas cosas. A una nieve de limón. A subrayar un verso. A tomar fotos a las plantas. A encontrarle formas a las nubes. A pedirle canciones a Alexa. Leo noticias pero les aplico filtros de verdad. Amo los ríos, montañas y altiplanos de mi patria. Me gusta ver a la gente reír y platicar. Me gusta escuchar.

ACÚSOME QUE CONFIESO y me acuso. Y eso no está bien, pero tampoco está mal.