Cuaderno de notas

Humedales

Un viaje fotográfico a través de Humedales nos ofrece el fotoperiodista Jaime Ávalos. Este desplazamiento, la suma de varios días entre cayucos, pantanos y ríos de Centla, es posible por la constancia y disciplina del autor, pero más por su mirada sagaz para capturar el o los instantes en esta zona de Tabasco.

Humedades (2019) es el segundo libro de su autoría. El primero fue Por los caminos del sur, publicado en 2013 por la UJAT, aunque en 2009 participó en el libro colectivo Era la voz un río, Memoria del agua, editado por el entonces Instituto Estatal de Cultura.

Pese a las características de un reportero con rigor, en palabras de Omar Raúl Martínez, como viajero, lector y próximo a la gente, mismas que encuentro en el trabajo fotográfico de Ávalos, él considera que su fotografía es paisajista. Si bien algunos colegas coinciden en que hace fotoperiodismo, Ávalos prefiere salirse de esta categoría porque cree que su trabajo abarca otras áreas, como la del paisaje.

Grosso modo, el viaje o desplazamiento de Ávalos se nos presenta por medio de una mirada panóptica. Ávalos nos muestra la cartografía de los pantanos y de las personas que lo habitan. Su conocimiento del área y sus estancias en Tabasquillo y otras comunidades nos permiten dimensionar la riqueza de la naturaleza, la fauna y de los lugareros. Es un ojo avizor que, desde la proa o la gavia, está mostrándonos el horizonte: la ruta del agua, los otros navíos, el tiempo, el viento, los colores, la caída de la lluvia, el día-día de los otros, las creencias y la sobrevivencia.

Recuerdo que, durante una presentación del libro en el puerto de Frontera, hice una referencia a dos los libros de autores colombianos: 4 años a bordo de mí mismo, de Eduardo Zalamea, y La Vorágine de José Eustasio Rivera. El primero para hablar de la importancia del desplazamiento en el periodismo, como lo practica Ávalos; en su caso, ese acto de hacer crónicas a través de la fotografía. El segundo para evocar que hay un personaje en la trama de La Vorágine: un fotógrafo que documenta o hace registros de los golpes que recibe cada esclavo en las plantaciones de caucho. El personaje captura las cicatrices de espalda en su kodak. Hay más arrugas en las espaldas que en las cortezas de los árboles. ¿Qué sería de nosotros sin la fotografía, sin sus registros? Ávalos se erige, aunque lo negará varias veces, como un notario fotográfico de la ciudad y del campo. Su fotografía es una alternativa para mirar el entorno; que cada vez olvidamos de sentir o de contemplar. A esto aspira.

Sin embargo, en los tiempos de las tecnologías y la virtualidad, la contemplación pasó a un segundo término. Vivimos en los años en que el público ya no quiere mirar con atención. Los instantes frente a una montaña, un río portentoso, el paso de los navíos, el tránsito de los animales, las figuras en el cielo, se nos evaporan, se nos pierden, porque estamos ocupados mirando la banalidad del mismo ser humano. Jaime nos recuerda que existe el fotógrafo, el farero que hace registros de luz, de que lo mira en su caminar. Es el remero del cayuco, siempre en pie, con la mirada al frente y con la cámara en mano para aprisionar el paisaje, el horizonte...

@Librodemar