OPINIÓN

Desde la geopolítica
09/05/2025

Cachemira: la bomba de tiempo nuclear entre India y Pakistán

Cachemira ha vuelto a ocupar los titulares de la prensa internacional. No por buenas noticias, sino por el resurgimiento de un conflicto latente entre dos potencias del sur de Asia: India y Pakistán. Para algunos observadores podría parecer un episodio nuevo, pero no lo es. Se trata, en realidad, de una disputa congelada desde 1947, año en que ambos países se independizaron del Imperio británico.

El subcontinente indio ha sido históricamente un mosaico de pueblos, lenguas y religiones: hinduismo, islam, budismo, sijismo, entre otras. Durante la colonia, el Reino Unido supo explotar esas diferencias para mantener el control. Y al retirarse, dejó tras de sí un trazo arbitrario de fronteras que ignoró las complejidades culturales, religiosas y étnicas de la región.

Cachemira es, quizá, la herida más abierta de aquella partición. Una región de mayoría musulmana gobernada entonces por un monarca hindú, que al momento de la independencia se enfrentó al dilema: ¿unirse a Pakistán o a India? La invasión de tribus apoyadas por Pakistán precipitó su decisión. El gobernante pidió ayuda a Nueva Delhi y formalizó su integración a la India. Lo demás es historia, o mejor dicho, el inicio de una historia de guerras, tensiones y una frontera de facto: la Línea de Control.

Desde entonces, India y Pakistán han librado tres guerras directas por Cachemira.

La primera, en 1947-1948, estalló precisamente tras la adhesión del estado principesco a la India. Pakistán respaldó la ofensiva de tribus que buscaban tomar el territorio. India respondió. El conflicto concluyó con un alto el fuego mediado por la ONU. El resultado: una Cachemira dividida y una herida que no cicatriza.

La segunda guerra llegó en 1965, cuando Pakistán lanzó la "Operación Gibraltar", infiltrando combatientes para fomentar una insurrección. India contraatacó con una ofensiva militar a gran escala. Tras semanas de combates, ambos aceptaron un cese al fuego que condujo a la firma de la Declaración de Tashkent. Pero el resentimiento mutuo persistió. En 1971 también hubo otro conflicto, que si bien no tuvo a Cachemira al centro, si tuvo repercusiones regionales. Me refiero a la guerra que culminó con la independencia de Pakistán Oriental, ahora conocido como Bangladesh.

El tercer conflicto armado ocurrió en 1999, en Kargil. Fuerzas pakistaníes y milicianos irregulares cruzaron la Línea de Control y ocuparon posiciones estratégicas. India lanzó una operación militar para expulsarlos. Lo logró, pero a un alto costo. El mundo volvió a contener la respiración, pero el conflicto siguió allí, congelado.

Ahora, en 2025, la historia se repite. El 22 de abril, un atentado contra turistas indios dejó al menos 25 muertos. El más mortífero desde los ataques de Bombay en 2008. India acusó a un grupo terrorista supuestamente protegido por Pakistán. Islamabad negó toda implicación. Pero el daño ya estaba hecho: escaramuzas en la frontera, tropas movilizadas, tensión al alza.

La respuesta del Primer Ministro Narendra Modi fue inmediata y dura. Redujo las relaciones diplomáticas, suspendió visas a ciudadanos pakistaníes, cerró el paso fronterizo de Attari-Wagah, ordenó simulacros de defensa civil. Y lo más grave: anunció la suspensión unilateral del Tratado de Aguas del Indo.

Ese tratado, firmado en 1960 con la mediación del Banco Mundial, ha sido uno de los pocos puentes de cooperación entre India y Pakistán. Divide el control de los ríos del sistema Indo. Los orientales (Sutlej, Beas y Ravi) para India. Los occidentales (Indo, Jhelum y Chenab) para Pakistán. Pero estos últimos nacen en territorio indio. Así que aquí la geopolítica juega en favor de la India, pues tiene en su mano la llave del paso de agua.

Esa asimetría hídrica implica que cualquier alteración significativa en el flujo de los ríos occidentales puede tener efectos devastadores para Pakistán, cuya economía depende de forma crítica del sistema del Indo. La agricultura representa cerca del 24% del PIB pakistaní, y entre el 37% y el 42% de su fuerza laboral trabaja en el sector agropecuario. Aproximadamente el 70% de sus exportaciones están directa o indirectamente relacionadas con la agricultura, y más del 80% de la tierra cultivable depende de sistemas de riego alimentados por estos ríos. Por lo tanto, una reducción del caudal o el cierre del flujo por decisión unilateral de India, podría desencadenar un colapso agrícola en Pakistán.

La alarma no es exagerada. En días recientes, tanto India como Pakistán han realizado pruebas de misiles, en lo que muchos analistas interpretan como una preparación para operaciones mayores. El hecho de que ambos países posean armas nucleares convierte cualquier enfrentamiento en un riesgo de proporciones globales.

Una guerra prolongada también podría reavivar tensiones internas dentro de Pakistán. Me refiero a la cuestión del Baluchistán, en donde persiste un fuerte movimiento separatista. Los baluchís son un pueblo iranio con aspiraciones de autonomía o independencia. El Baluchistán no solo es rico en recursos naturales, sino que tiene una ubicación geoestratégica crítica: colinda con Irán y Afganistán, está cerca del Estrecho de Ormuz y alberga el puerto de Gwadar, pieza clave del Corredor Económico China-Pakistán (CPEC). Una inestabilidad prolongada en Cachemira podría extenderse a Baluchistán y alterar no solo el equilibrio interno de Pakistán, sino también intereses regionales e internacionales, incluyendo los de Irán, China y Estados Unidos.

El conflicto por Cachemira no es un problema "nuevo", ni un desacuerdo bilateral aislado. Es una bomba de tiempo en una de las regiones más pobladas y militarizadas del planeta. Una disputa por agua, religión y soberanía, en la que un error de cálculo podría llevar a un escenario nuclear. Su resolución o explosión afectará no solo a India y Pakistán, sino a la seguridad global. Mientras el mundo anhela la paz, una chispa en Cachemira podría incendiar el sur de Asia, y quizás, extenderse más allá





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