Ni reyes ni magos, solo políticos

En lugar de llevar bajo el brazo cartas de buenas intenciones y polvos mágicos, los políticos deben portar agendas de gobierno


La tradición consiste en escribirles cartas en cuyas líneas pueden leerse los más preciados de nuestros deseos. Es una curiosa usanza envuelta en un halo de ilusiones.

En la primera semana del año, pocas cosas despiertan elevadas expectativas en los niños que verse favorecidos con los regalos implorados, tras jurar un comportamiento ejemplar en los meses previos y prometer uno similar en los posteriores. Los Reyes Magos están para eso: recompensar a quienes se portaron bien y cumplieron al pie de la letra con sus obligaciones.

Al contrario de toda la credulidad, la candidez y el idealismo de nuestra infancia, en la edad adulta no podemos confiar en que tres seres mágicos y misteriosos continuarán el rito de agasajarnos con presentes. Ya no son tan obsequiosos como antes y la vara de los deberes ha sido puesta muy alta. De hecho, si lo que pedimos son buenos espacios públicos, mejor oferta educativa, dignos servicios de salud, seguridad pública, mejores calles y alumbrado, bienestar colectivo y calidad de vida, los responsables de proveer no son ni reyes ni magos, solo políticos. Eso sí, políticos que, al igual que los Reyes Magos, en este recién iniciado 2024 irán en cabalgata, pero electoral.

En lugar de llevar bajo el brazo cartas de buenas intenciones y polvos mágicos, los políticos deben portar agendas de gobierno y proyectos visionarios. En el quehacer público no valen los encantos ni hechizos. La política no es arte de prestidigitadores.

La política no se hace con bolas de cristal ni varas mágicas en las manos. Se hace a pie, no sobre camellos, elefantes o caballos. Se hace con vocación de servicio y firmes principios morales. Con estudio permanente y cultivo de virtudes, porque, aunque algunos lo crean, ser buen político no consiste en aventurarse al desierto por la noche con la esperanza de ser iluminado por una estrella.

En su libro "Cuando los filósofos políticos se equivocan" (Brujas, 2019), el argentino Guillermo Lariguet señala que un político es bueno y sabio en tanto gobierna bien. "Y gobernar bien es conocer el mundo, no solamente el mundo de los hechos crudos, sino también el mundo moral. Cuando la autoridad ´da en el clavo´ gana en legitimidad y puede aspirar a que dejemos a un lado nuestras preferencias o razones subjetivas para actuar. Dejamos de ser meros agentes humanos, esto es, guiados exclusivamente por pasiones personales, para empezar a ser guiados por razones independientes de nosotros, razones en cuya legitimidad —de modo verdadero o falso— creemos".

Ahora que, si recordamos bien, tal cual sucede en la celebración epifánica, en la que los buenos regalos van precedidos de buenos comportamientos, también esto de la política y la democracia no es solo cosa de derechos, sino de muchas responsabilidades. Preguntémonos si cumplimos a cabalidad nuestras obligaciones ciudadanas: ¿Pagamos impuestos? ¿Mantenemos limpias las calles? ¿Cuidamos las áreas de uso común y el medio ambiente? ¿Somos solidarios con los demás? ¿Respetamos los derechos humanos? ¿Participamos en asociaciones cívicas de mejora? Los buenos ciudadanos reciben como obsequio una sociedad justa y armónica. Sin embargo, esta aspiración no puede tener un origen individual: siempre es de carácter social.

POSDATA: si de adultos no hemos perdido la ilusión, pidamos a los Reyes Magos buenos políticos: que aviven la esperanza de un futuro de bienestar para todos. Que sean responsables y honestos, con genes de estadistas. Que conozcan la realidad y sepan intervenirla para mejorarla. Que no aparenten hacer el bien para servirse de lo que el pueblo aporta.

Pidamos, en el mejor de los casos, sabiduría para elegir a quienes han de guiar a una sociedad cada vez más plural. Recuerden que a los pésimos magos les favorece mucho actuar frente a un público ante el que no hay que hacer ningún esfuerzo porque se lo cree todo.