Repensar la evaluación educativa

El desempeño de los estudiantes mexicanos de 15 años de edad no fue halagador


Hace más de una semana se revelaron los resultados de la prueba PISA (Programme for International Student Assessment) 2022, impulsada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). El desempeño de los estudiantes mexicanos de 15 años de edad no fue halagador. De hecho, no lo ha sido en las últimas décadas, aunque en esta ocasión tuvieron su peor desempeño en matemáticas desde 2006, materia en la que, junto a ciencias y lectura, aumentó la proporción de alumnos con puntuaciones por debajo de un nivel de competencia básico. México se situó en la posición 51 de los 81 países participantes.

Las reacciones no se hicieron esperar. La Secretaría de Educación Pública emitió un comunicado en el que conminó a evitar "interpretaciones reduccionistas" y señaló que las pruebas internacionales estandarizadas no consideran la realidad bajo la cual se desarrolla el trabajo docente, ni las condiciones socioeconómicas y culturales de cada país. Es parcialmente verdadero, pero se pierde de vista que el objetivo de PISA no es hacer pruebas a modo, sino medir la capacidad de los alumnos de 15 años para utilizar sus conocimientos y habilidades de lectura, matemáticas y ciencias en el contexto de los desafíos globales. Realizar mediciones a modo es como hacer apología de la mediocridad.

Hubo quienes desestimaron los resultados y hasta medios de comunicación que usaron titulares del tipo: "Estudiantes mexicanos mal evaluados". Entiendo que en uno u otro caso la inquietud estuvo alimentada en parte por interpretaciones mal sustentadas que no tomaron en cuenta los alcances y límites de estas pruebas.

Es común que los resultados de las mediciones a las que se ven sometidos países, instituciones, entes privados, e incluso personas, provoquen desdén cuando no son favorables a los intereses que se persiguen. Entre las explicaciones que la mente articula para justificar el revés sobresalen la falta de correspondencia de los contenidos con los reactivos de la prueba y la impertinencia (descontextualización) de los cuestionamientos. Se trasfiere a otros la responsabilidad del aparente fracaso.

Fíjese que he usado los términos "mediciones" o "pruebas" en vez de "evaluaciones" para evitar la confusión que provoca el hecho de que el buen o mal resultado de un examen se juzgue equivocadamente como buena o mala evaluación.

La calificación de una prueba no es en modo alguno el resultado de la evaluación. Esta última —la evaluación— es producto del proceso de análisis que se lleva a cabo después, cuando, gracias a la combinación de diferentes variables (por ejemplo: la capacitación docente, los contenidos educativos, la participación social, el clima escolar, las condiciones de la infraestructura), es posible que los actores —autoridades, directivos, especialistas, maestros, padres de familia, estudiantes— den una explicación acerca del estado de la educación y las escuelas para, a partir de ahí, diseñar y proponer rutas de trabajo que contribuyan a su mejora.

Es cierto que tras aplicarse la prueba PISA los estudiantes mexicanos obtuvieron muy bajos puntajes, pero también estarán mal evaluados si los actores, encabezados por los gobernantes y las autoridades del ramo, en lugar de usar los resultados como referentes para reflexionar sobre la problemática educativa y mejorar la toma de decisiones, los ignoran y, peor aún, los descalifican. Así se ha procedido a lo largo de las últimas décadas, indistintamente de la filiación política de los gobiernos, porque se anteponen otros intereses.

Cabe reafirmar, por lo antes expuesto, que una prueba —o un examen— no es sinónimo de evaluación sino parte de ella. La mera generación de información no impacta la calidad educativa y el desafío es fortalecer las capacidades para analizarla e interpretarla.

La evaluación no tiene sentido por sí misma, sino en la medida en que utiliza la información para tener un mayor acercamiento al estado en que se encuentra la educación, conocer el grado de cumplimiento de los objetivos, clarificar el camino a seguir para hacer más eficientes los procesos y, algo muy importante, contribuir a formular políticas educativas para reducir la brecha existente entre los alumnos con diferentes logros de aprendizaje.  A estos propósitos deberíamos ceñirnos como nación en vez de aventar el agua sucia de la bañera con todo y niño.