EL VIAJE

Esa vez, y en la agonía de la última crisis, decidió el viaje

Desde pequeño ha sido víctima de fuertes dolores de cabeza que a últimas fechas se han hecho más intensos y frecuentes, como si lo hubieran embrujado. Hay ocasiones en que el dolor lo tortura con tal saña, que lo obliga a invocar la muerte, sin decidirse a dar el paso final. 

Los fugaces momentos que vive libre del martirio, agota el tiempo en un reiterado andar de consultorio en consultorio, en busca de la urgente ayuda, sin haber logrado nunca el menor alivio y, mucho menos, la curación de la enfermedad, que con creciente angustia ya presentía imposible. 

Después de escuchar consejos y recomendaciones motivadas por la piedad o compasión que le ofrecieron amigos y parientes, ha procurado también la asistencia de brujos y hechiceros, incluso ha caído en manos de charlatanes insensibles con los consabidos fracasos y un mayor sufrimiento. 

Esa vez, y en la agonía de la última crisis, decidió el viaje. Compró el boleto, nada más de ida. No hizo maletas, y con solo una pequeña bolsa al hombro, tomó el taxi que lo condujo al aeropuerto para poco después abordar el jet. 

Todos los diarios en su edición de última hora dieron la espantosa noticia: “Catástrofe Aérea. Un jet Boeing 720 de la compañía X, estalló en pleno vuelo a los pocos minutos de haber despegado, no hubo sobrevivientes entre ciento cincuenta y ocho pasajeros y tripulantes”. 

Se ordenó de inmediato una investigación exhaustiva para conocer la causa del siniestro, sin que hasta hoy se sepa con certeza si el accidente fue provocado por una falla mecánica, un descuido humano o un acto terrorista.  

EL TÚNEL

Trémulo, con la cara hecha un trapo escurriendo sudor, los ojos a punto de saltar de sus órbitas, los nervios deshilachados, y el corazón temblando violentamente, pudo ver la enorme boca de aquel túnel, inicio de un largo camino sin claridad final.

Inmóvil y con un agudo frío clavado en su piel, a pesar de su infinito miedo, alcanzó a soñar el estruendo que trajo la oscuridad. 

Nunca se supo quién disparó.

EL BANQUETE 

Después de caminar durante casi medio día por el campo y ya cansado, se sentó a la sombra de una ceiba solitaria. Para aminorar su sed, extrajo de su morral una naranja y se puso a saborearla con fruición. 

No supo en qué momento lo atrapó el sueño, pero instintivamente retuvo en una de sus manos lo que restaba de la naranja. Luego de algunos minutos, llegaron las hormigas que golosamente empezaron a comerse los restos de la fruta, con más confianza y no satisfechas aún, los activos animalitos continuaron con la mano que se estremeció sin defenderse. 

Con terror y sufrimiento, sentía que lo devoraban las hormigas y sin embargo, no pudo despertar de inmediato; cuando logró hacerlo, solo fue para observar su esqueleto. (* Buena Persona y otras historias de ficción)