ESCALA CRÍTICA

Opinión pública, la otra batalla diaria; palabras e intereses en la lucha política

* Libertad de expresión y colaboración política, si se puede      

* Cuarta Transformación: viraje comunicativo y los significados

* Aprendizaje de AMLO, esquivar trampas de la comentocracia

EL DEBATE, intercambio de ideas y propuestas, la reflexión, son fundamentales para el cambio. No son pérdida de tiempo como algunos buscan hacernos creer. Ahí se construye el poder de largo plazo. Un resorte político central de Andrés Manuel López Obrador es argumentar con intensidad y direccionar el debate público. Fijar agenda. No callar es rasgo diferencial del Presidente frente a sus predecesores. Él lo explica así: “aunque sé que debo cuidar la investidura presidencial, tengo que ejercer mi libertad de expresión”.

Si de democracia se trata, la libertad de palabra vale más que los protocolos del poder. Claro, desde el poder hay que cuidar expresiones que por venir de ahí se multiplican y esto ha llevado al propio AMLO a aclarar o rectificar.

El cambio de régimen anunciado incluye viraje comunicativo y batalla de significados. El viraje comunicativo es decisión de AMLO y el proyecto de gobierno de Morena, para conectar con la ciudadanía: desmitificar la figura presidencial y difundir datos que antes se guardaban. Esa decisión resulta ganadora por el aval popular: potencialmente, 60 millones de mexicanos aprueban la gestión presidencial (encuesta Mitofsky, marzo), cifra que dobla los 30 millones de votos logrados en la elección de 2018. Los sondeos, por supuesto, deben ser tomados con pinzas.

Se comprende la urgencia de Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda (La hora de opinar, marzo 5), que proponen unir a la oposición política en las elecciones federales intermedias de 2021. De otra manera, plantean los analistas y políticos, “la oposición quedará pulverizada, a merced del actual gobierno”. Será interesante cómo se estructure la oposición partidista que hoy luce desarticulada y lenta.

La batalla semántica es también decisión del gobierno, como parteaguas histórico y conceptual, pero no depende sólo del gobierno. Para  una batalla se necesitan dos. Y hemos asistido a descalificaciones que incluyen ‘derechos de propiedad’ sobre palabras del vocabulario político, como si tal cosa fuese posible. En esto coinciden AMLO y sus críticos: buscan el monopolio de vocablos estratégicos.

CASOS DE LA VIDA REA

SOBRE la sociedad civil, AMLO ha dicho que “antes era, simplemente, pueblo”, y ha criticado “su exceso de diagnóstico, que analiza todo y no transforma nada”. Los actores aludidos responden que “quien tiene que transformar es el gobierno”. Esta batalla de significados esquiva la colaboración.

Sobre legalidad y Estado de Derecho, AMLO ha dicho que “por encima de la ley, nada”, mientras que sus críticos le reprochan que varias de sus decisiones saltan la legalidad constitucional, vía consultas ciudadanas no homologadas por autoridades competentes. El resultado es insatisfacción por el marco jurídico y presunción de desacato a las reglas de juego. 

Sobre oposición política y contrapesos institucionales, AMLO enfatiza el respeto y un combate frontal a la corrupción. Matiza lo de “ternuritas”. Sus adversarios le reprochan la centralización del poder y, con ello, un incipiente autoritarismo. Esto genera diálogo de sordos.         

La política incluye una lucha por el significado de las palabras que dominan la arena pública. Por tanto, hay que leer entre líneas para captar el sentido político del debate. A veces la pasión lo impide.

HISTORIA DE BATALLAS SEMÁNTICAS

LAS PALABRAS tratan de reflejar cierta realidad y, en buena medida, reorientan nuestra percepción de la realidad. No diremos distorsión de la realidad, sino persuasión. La política tiene como herramienta, flexible y sinuosa, la palabra pública. Los especialistas en marketing, por ejemplo, saben lo que significa machacar palabras clave. Desde luego, importan circunstancias y acciones.

No olvidemos el pasado conflictivo vía batalla semántica. En el 2006 presidencial, el slogan “Un peligro para México” (del PAN y organismos empresariales) produjo un cambio crucial de tendencias electorales y cerró la brecha entre López Obrador y Felipe Calderón, que tuvo desenlace de tribunal y un país polarizado. Las palabras funcionaron como ‘hechos’. Palabras relacionadas con un entorno social de apego a las élites económicas, que así disputaron el poder político a trasmano. Eso reclamó López Obrador con el bloqueo a la avenida Reforma en la CDMX, después del fallo electoral que canceló el voto por voto para la elección presidencial.

AMLO aprendió: en 2012 remontó 10 puntos en las preferencias electorales a Peña Nieto y, aunque no le alcanzó, tuvo la iniciativa política y no entró al laberinto polarizado del 2006.

En 2018 le prepararon una encerrona con el membrete de “populista”. AMLO se movió con prudencia ante la serie “El populismo en América Latina”, que con productora anónima finalmente no se difundió. Después, ante las críticas en los debates presidenciales de 2018, por propuestas de gobierno con subsidios y ayuda en efectivo a la población, López Obrador dribló: “Si eso es ser populista, que me anoten en la lista”. Con ello, cambió el sentido negativo de la palabra ‘populista’ y esos ataques perdieron filo. Las palabras importan y se aprende del uso de las palabras. Claro, se puede optar por unas o por otras, pero estar preparado para sus resultados.

 (vmsamano@yahoo.com.mx)