Hacia la cuarta ola

En la tercera ola carecen ya de todo significado las alusiones a términos como “derecha”

A principios de la década de los noventa del siglo pasado llegó a mis manos un libro titulado “La tercera ola”, escrito por Alvin Toffler, quien junto a su esposa Heidi se dedicó a realizar interesantes ejercicios de prospectiva. De ellos también leí “Las guerras del futuro”, “El shock del futuro” y “La creación de la nueva civilización”.

Los postulados de este matrimonio sostienen que la especie humana ha experimentado hasta ahora tres grandes olas de cambio, caracterizadas –entre otras cosas- por la sustitución de estilos de vida. La primera ola de cambio ocurrió con la revolución agrícola; la segunda, con el auge de la civilización industrial, y nosotros ahora experimentamos los efectos de la tercera ola, representada por el avance del conocimiento, la alta tecnología y la informática.

Las transiciones de una ola a otra no han sido sencillas. Han estado acompañadas de conflictos y resistencias muy severas. De esta manera, cuando el mundo empezaba a verse influido por los efectos de la revolución industrial, hubo quienes lucharon por conservar sus prácticas terratenientes, lo que a menudo ocasionó pugnas entre dos sociedades: una dominante, la industrial, y otra dominada, la agrícola.

Este mismo conflicto se vivió –o mejor dicho: se vive todavía- en la transición de la segunda a la tercera ola, porque hay quienes se mantienen firmes en la lucha contra el uso cada vez más generalizado de herramientas tecnológicas y digitales, o se niegan a aceptar la desconfiguración de los nacionalismos para dar paso a una sociedad global. Seguramente usted conoce a alguien que no termina por aceptar el uso de dinero electrónico, las transacciones por Internet, la proliferación de la educación mediante herramientas digitales, entre otras cosas.

En la tercera ola carecen ya de todo significado las alusiones a términos como “derecha”. “izquierda”, “liberal” y “conservador”, por lo que su uso, además de estar vaciado de sentido, no es más que una forma de añorar los enfrentamientos ideológicos de otros tiempos.

Debido a las disparidades económicas entre las regiones de varios países, hay que reconocer que, para muchos, la era del conocimiento ha resultado más desalentadora y el progreso muy inferior a lo que se esperaba.

El llamado “hogar electrónico” es una utopía en familias golpeadas por la precariedad y la pobreza. Estas familias, alimentadas por una dieta de malas noticias, catástrofes y pesadillas, no pueden proyectarse en el futuro porque para ellas no existe futuro.

Curiosamente, cuando aún no terminan de cuajar todos los elementos de la tercera ola, apareció la pandemia de Covid-19 y trastocó la tendencia del mundo.

Mi hipótesis es la siguiente: más pronto de lo que ocurrió en las tres grandes transformaciones que hasta ahora ha experimentado la humanidad, nos vamos a sumergir en la cuarta ola, a la que yo denomino “La resignificación del humanismo y del valor de la vida”. Dentro de la cuarta ola, en buena medida provocada por la crisis de salud mundial que estamos padeciendo, ya experimentamos formas distintas de trabajar, de vivir, de relacionarnos con los demás; una nueva economía, pero también nuevos conflictos políticos.

Es cierto, aprovechamos todas las ventajas de la tercera ola –como las tecnologías-, pero también observamos las actitudes de quienes se resisten a aceptar que ya entramos en una nueva dinámica, donde hay que sustituir el consumismo, la acumulación de capital y las ansias desmedidas de poder político por la solidaridad, la fraternidad, la convivencia y el aprecio a la dignidad humana.

Espero que nuestra confusión y angustia solo sean el preámbulo de una mejor forma de vida, porque de lo contrario agudizaremos todos nuestros males.

Seguramente han escuchado aquello de que “quien no aprende de la historia está obligado a repetirla”, pero como dijo Alvin Toffler: “si no cambiamos el futuro, nos veremos obligados a soportarlo. Y eso es todavía peor”