Itinerarios

“El pueblo sí existe”.

Por más que, a las y los conservadores, les repugne la idea. Por más que les parezca pura demagogia. Por más que para ellos solo exista, por un lado, la “sociedad civil” y por el otro una masa informe, manipulable e ignorante. Por más que eviten hasta nombrarlo, que les parezca ridículo y pasado de moda reconocer su existencia, ahí está -y son incapaces de verlo- como motor, como protagonista central de la Transformación de la vida pública, ese pueblo de México que sí existe.

No fueron ni la eficacia retórica ni el hartazgo, menos todavía el engaño, la seducción o la rabia, las que movieron a millones de mujeres y hombres a votar en el 2018 por Andrés Manuel López Obrador. No son la ignorancia o la inercia -a las que los conservadores atribuyen sus derrotas las que han llevado, a la mayoría ciudadana, desde 2018 y hasta la fecha, a refrendar su decisión de cambio y su apoyo a López Obrador, en cada elección. Es la Revolución de las conciencias esa a la que se refiere terca y constantemente el presidente, la que mueve hoy a nuestro pueblo.

La gente piensa y cómo piensa decide libre y conscientemente. Este "fenómeno" que, intelectuales, líderes de opinión y dirigentes de la oposición, se rehúsan a ver es resultado del proceso de descomposición acelerada del viejo régimen y de su aparato mediático propagandístico. Los instrumentos de control habituales, potenciados por las campañas de noticias falsas y rumores que se esparcen en las redes, han dejado de ser efectivos. Los más influyentes líderes de opinión han visto disminuir significativamente su credibilidad; su palabra ha dejado de tener el peso de los dogmas de fe. El efecto de los “grandes golpes” periodísticos contra López Obrador -que no tienen ningún soporte real- se ha desvanecido de inmediato.

Liberado así del yugo mediático, el pueblo, sí el pueblo, anima, dinamiza y -a pesar de la corte y los amparos- vuelve irreversible el cambio.

Es cierto que “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer y en este claroscuro –como decía Antonio Gramsci- surgen los monstruos” y a esos monstruos pretende despertar y alimentar con su rabia, con su estridencia, con su demagogia la derecha conservadora. A falta de razones y propuestas trata de sembrar el miedo y de esparcir el odio entre la población. Al método Trump, que es el mismo de Hitler, apuestan sus figuras más relevantes; prometen, además de venganza, devolver al país la grandeza perdida y en eso se equivocan de nuevo. 

No había tal grandeza en ese pasado que solo las y los opositores idealizan. Nada ha perdido el pueblo -que era invisible y estaba sometido- en estos 4 años; solo quienes son parte de la élite política, económica y mediática han perdido prebendas y privilegios. De ahí su rabia y su sed de venganza. De ahí también que logren contagiar solo a sus iguales, a una minoría furiosa que se ha mostrado incapaz de obtener victorias electorales decisivas. Mentira, pues, que el país esté polarizado; tendría que estar partido en dos mitades y esto no es así.

En el 2018 -eso tampoco lo reconocen ni los opositores ni los líderes de opinión- no se produjo una elección más. La acción consciente y pacífica del pueblo hizo colapsar a un sistema. Se les vino el mundo abajo al PRI y al PAN y siguen creyendo que el cataclismo social solo causó daños menores en el aparato del régimen autoritario; no se reconocen sepultados debajo de sus ruinas. Siguen empeñados en negarse a admitir que las y los indeseables, los invisibles, los innombrables que, ese pueblo cuya existencia niegan, fue el que los expulsó del poder y que, a López Obrador, ese mismo  pueblo que quiere transformar al país, más que seguirlo -y lo mismo sucederá a quien lo sustituya- se encarga de empujarlo.