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De Allende a AMLO. De AMLO a Claudia

Une, a través del tiempo, a Salvador Allende con Andrés Manuel López Obrador y a éste con Claudia Sheinbaum, la decisión indeclinable de jugarse la vida en las urnas.

En una América Latina convulsa en la que, ante la represión muchos no vieron otro camino que el de tomar las armas, Allende apostó, armado solo de su terquedad y sus principios, por la vía electoral.

Otro tanto han hecho, en este México que vivió por décadas sometido a un régimen corrupto y autoritario y en el que acceder al poder por la vía democrática se antojaba imposible, López Obrador y Claudia.

No es la suya, como no fue la de Allende, la pretensión de confiar a una minoría ilustrada la transformación del país.

No conciben, ni López Obrador ni Claudia, esta tarea como resultado de la acción audaz de un puñado de valientes.

No apuestan a la creación de una vanguardia revolucionaria sino a la acción consciente y organizada de todo un pueblo al que no se le jala, ni se le empuja desde arriba.

De un pueblo entre el que es preciso perderse, casa por casa, pueblo por pueblo, calle por calle.

A Salvador Allende, para eso, le faltó tiempo; se lo arrebataron a balazos.

Llegado al poder el asedio de los medios y la acción corrosiva de una derecha, decidida a derrocarlo a cualquier costo, y que tenía los medios para lograrlo, le impidió seguir construyendo el soporte popular necesario para resistir la embestida.

Washington dio la puntilla al gobierno democrático, alentó a los generales golpistas, sus pilotos bombardearon el Palacio de La Moneda y se consumó así un crimen atroz.

"De Salvador Allende -dijo Andrés Manuel López Obrador en el Palacio de la Moneda y muy cerca de donde fue asesinado- aprendimos que lograr una transformación depende mucho del esfuerzo que hagamos para despertar la conciencia cívica, el cambio de mentalidad en nuestros pueblos, no solo de una minoría".

La misma suerte de Allende habría corrido López Obrador si no hubiera tenido la terquedad, la audacia, el tiempo y el espacio para cimentar en una abrumadora mayoría ciudadana, organizada y consciente, el poder democrático.

A un golpe, instigado, preparado y avalado por los medios de comunicación, habría tenido que enfrentarse, si no hubiera respondido a la oleada mediática en su contra, con "la mañanera"; ese ejercicio de gobierno abierto, ese experimento comunicacional inédito de rendición de cuentas cotidiano y diálogo circular con el pueblo.

A la traición de las fuerzas armadas se habría expuesto si no hubiera reconocido y enfatizado el origen revolucionario y popular de las mismas.

A un choque con los militares se habría enfrentado si no hubiera renunciado a la violencia del Estado para combatir la violencia y operado cambios sustantivos en la misión, la doctrina, la composición de la fuerza y el orden de batalla de las fuerzas armadas.

Con Washington y la derecha mexicana, tan ignorante, soberbia y fanatizada como la chilena, pudo López Obrador y podrá Claudia, desgraciada y paradójicamente, porque no pudo Allende.

La sangre derramada en La Moneda y en las calles de Santiago abrió, a la postre, el camino a la democracia.

Allende, López Obrador y Claudia; tres generaciones una misma lucha, una misma vocación democrática.

Inspirada por los dos primeros, tocando puertas en todo el país como lo hizo cuando era militante estudiantil, corresponderá ahora a Claudia:

Divulgar, enaltecer y preservar el legado de López Obrador. Desenmascarar, enfrentar y derrotar a la derecha.

Ampliar y consolidar al movimiento.

Dar continuidad y profundidad, con sello propio, a la Transformación.

Abrir, en suma esas "grandes alamedas" de las que hablaba, en sus últimos minutos de vida y de lucha Salvador Allende, "por donde pasen la mujer y el hombre libres para construir una sociedad mejor".


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