OPINIÓN

Julieta y la escritura
05/05/2022

De haber tenido mayor conciencia de la trascendental labor cultural que esa pareja estaba realizando

Nací en 1974, año en que falleció la reconocida escritora Rosario Castellanos; Ernesto Sabato se consagró como novelista con su obra "Abaddón el exterminador", premiada en Francia como el mejor libro extranjero; “El Padrino II” recibió el Óscar a la mejor película, y algo que vale la pena rememorar: Julieta Campos ganó el premio Xavier Villaurrutia por su novela “Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina”.

A ella la vi por primera vez en 1983. Yo tenía nueve años de edad y cursaba el tercer grado de primaria cuando atestigüé su descenso del autobús en el que viajaba junto a su esposo, el exgobernador de Tabasco Enrique González Pedrero. Habían llegado a Jalpa de Méndez a una gira de trabajo y fueron recibidos con un cielo de banderines multicolor (elaborados con papel picado) que pendían de los postes incrustados en cada margen de la calle Constitución, la principal vía de acceso al municipio. Ahí estaban diferentes bandas de música de viento amenizando el arribo, y al costado de la avenida las cadenas humanas que integrábamos en numerosa cantidad los alumnos de escuelas de nivel primaria y secundaria, muchos de los cuales, como en mi caso, estudiábamos en comunidades y habíamos sido trasladados a la ciudad para vitorear aquel momento.

De haber tenido mayor conciencia de la trascendental labor cultural que esa pareja estaba realizando, ese instante que de por sí fue para mí cautivador, sin duda hubiera quedado aderezado por la euforia espontánea.

Es justo reconocer que no leí su obra ganadora sino hasta 1994, veinte años después de que alcanzó la gloria (¡qué desperdicio!), gracias a la recomendación y facilidades de mi entonces maestro universitario, Lácides García Detjen, siempre obsequioso.

“Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina” es un relato en el cual la narradora se cuestiona sobre “cómo llenar todas las páginas de un cuaderno inofensivo con numerosos datos concretos y comprobables, cuya autenticidad nadie se atrevería a poner en duda”.  Acerca de la creación literaria ella se pregunta sobre si “¿Valdrá la pena recurrir a ese artificio de la escritura, por lo demás ya gastado, para prolongar al cansancio una permanencia en la terraza que sólo durará en la realidad uno, dos o tres minutos?”.

Leo estos fragmentos y no puedo obviar el paralelismo con el personaje José García en la novela “El libro vacío”, de la tabasqueña Josefina Vicens, quien por cierto también se hizo acreedora al premio Xavier Villaurrutia, pero en 1958. José García es un burócrata de edad madura y vida gris que padece la agobiante obsesión del escritor frustrado. El personaje se pasa repitiendo a lo largo del libro: “¿Qué puede contar de su vida un hombre como yo?”.

En ambos casos, en Campos y Vicens, aparece como tema central la necesidad imperiosa de escribir. Qué curioso que dos mujeres se hayan agenciado el premio Villaurrutia con una diferencia de 16 años por escribir que no pueden escribir, ¿no le parece? Lo cierto es que las dos novelas son elogios al arte creativo.

Sobre la función de la novela, Julieta Campos escribió que “el novelista puede hacerse la ilusión de que el acto de escribir es sólo el traslado al papel de un material que está en su mente, compuesto únicamente por su imaginación, y podría resentir y aun desesperar por la insuficiencia del lenguaje para transcribir con exactitud lo que la imaginación elabora (…) Kafka lo expresaba así: es indudable que todo lo que se me ha ocurrido hasta ahora, aun en excelente estado de espíritu, ya sea palabra por palabra o simplemente al azar, pero en palabras ya explícitas, se vuelve en el papel, cuando trato de escribirlo, seco, equivocado, duro, molesto para todos los que me rodean, tímido, pero sobre todo incompleto, aunque no se me haya olvidado nada de la inspiración original”.

Las reflexiones expuestas podrían parecer un escarnio a la escritura fluida, pero en el fondo son un exhorto a no cejar en el intento. En la página se cumple aquel deseo que jamás fue satisfecho ni será colmado nunca salvo por lo imaginario. Las palabras son el revés de la ausencia, ha dicho Julieta Campos. Y afirma contundente: “Escribir es atravesar el desierto persiguiendo el absoluto (…) Por eso la escritura tiende a abolir el desgaste que atestiguan, en la realidad de afuera, los relojes”. Todo es cuestión de paciencia.

DOÑA JULIETA A REVISIÓN

Mi reconocimiento al Sistema Informativo de Tabasco y al Hotel Viva por abrir un espacio para examinar la vida y obra de Julieta Campos, a través de un conversatorio que tendrá lugar esta noche para conmemorar su natalicio. Gran narradora y mujer preocupada por los asuntos públicos, bien merece un recuerdo perenne por haber sido una figura representativa de esa generación del medio siglo mexicano que hizo de las plazas públicas un foro para el debate de las ideas. 




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