Rara avis
Un ejercicio de consulta "a bote pronto" con los asistentes permitió trazar algunos de sus más visibles roles y atributos: intelectual, político, diplomático, estadista, organizador, historiador, filósofo, editor y educador.
El pasado domingo 7 de abril se ajustó un aniversario más del natalicio de Don Enrique González Pedrero. En ocasión de este acontecimiento, a invitación del Sistema Informativo de Tabasco y del Hotel Viva, un grupo de amigos nos reunimos para conversar en torno a la trayectoria y obra de este distinguido tabasqueño que gobernó nuestro estado entre 1983 y 1987.
Como ocurrió hace un par de años, tuve el honor de hilvanar públicamente algunas palabras relacionadas con su pensamiento siempre diáfano, profundo, vigente.
Un ejercicio de consulta "a bote pronto" con los asistentes permitió trazar algunos de sus más visibles roles y atributos: intelectual, político, diplomático, estadista, organizador, historiador, filósofo, editor y educador.
Sin duda, González Pedrero ha dejado una gran cicatriz en quienes hemos leído su obra y nos hemos sentido motivados por su trayectoria. A cuatro décadas de haber gobernado Tabasco, lo recordamos como un hombre que no solo supo pensar, sino que supo cómo adaptar sus ideas al nuevo ritmo del mundo. Lo distinguió la capacidad para lograr una perfecta simbiosis entre la teoría y la praxis.
"Educar —afirmaba— es enseñar a pensar, pues quien sabe pensar sabe enfrentar los problemas y buscar las soluciones que ayudan a resolverlos. Quien no piensa: copia, imita".
He de enfatizar —porque pocas veces se dice— que el exdirector general del Fondo de Cultura Económica vivió y formó sus ideas políticas durante la denominada "Guerra Fría" (1947-1989), con toda la carga propagandística e ideológica que supuso esta época, en la que se hizo notable la disputa de dos potencias por el control del mundo, además de la transición hacia una cultura política fundada en el pluralismo y la necesidad de que las instituciones se adaptaran a las exigencias de una democracia no sólo electoral, sino también social y participativa.
A Enrique González Pedrero —el de contacto directo y franco con la gente— le debemos una de las definiciones de cultura que más me apasionan, muy en el estilo discursivo del antropólogo Edward Burnett Tylor: "La cultura no es un concepto abstracto, ni una práctica aristocrática; es quehacer cotidiano que nos identifica como miembros activos de una colectividad y que, al mismo tiempo, influye en cada uno de nuestros actos".
De su gran labor como gobernante mucho se ha dicho. De su apasionada tarea cultural bastantes cosas se han reflexionado. Es el modelo de líder público que siempre ha valido la pena replicar, más en los inciertos tiempos que vivimos. Sus pensamientos siguen refrescando las mentes de quienes los estudian; son agua y bálsamo para los fatigados y extraviados de la política.
Entre los intelectuales de su generación y de la nuestra es, permítanme la locución latina, una "rara avis", literalmente eso: "ave rara", hombre de perfil excepcional que, como pocos, estudió su época y la historia del país con rigor y lucidez.
Si queremos transitar por su misma ruta, caminar por su misma senda, habrá que hacer un alto con el fin de acercarnos a sus autores vitales: Homero, Aristóteles, Platón, Maquiavelo, Vasco de Quiroga, Alexis de Tocqueville, Thomas Hobbes, José Ortega y Gasset, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Octavio Paz, Alfonso Reyes, Daniel Cosío Villegas, su entrañable Julieta Campos, y muchos, muchos más.
EL VALOR DE LA EDUCACIÓN
Para González Pedrero, la falta de una política educativa sistemática se tradujo en la inexistencia de ciudadanos, lo que a su vez atrajo los males que aquejan al país: corrupción, deshonestidad, inestabilidad, caciquismo, injusticia, desorden. Lo dijo de la siguiente manera:
"Un país sin ciudadanos es un país de un solo hombre. No basta con que la Carta Magna señale los requisitos formales para serlo. Los ciudadanos no nacen; se hacen, se forman, y sólo hay un camino para crearlos: la educación".