La nueva normalidad

Lo que inició como epidemia, transitó en pocas semanas al rango de pandemia y ahora se declara que tendremos que acostumbrarnos a vivir con este virus

La epidemia, cuya génesis se ubicó en una ciudad china llamada Wuhan, transitó por el planeta con velocidad supersónica demostrando los efectos de una globalidad que lo mismo mueve a personas y mercancías, que a un virus cuyos efectos devastadores han quedado demostrados en muy poco tiempo. Seis meses en los que han quedado infectados más de siete millones y han fallecido 450 mil  personas, buena parte mayores de sesenta años. Colateralmente, ha provocado una crisis económica sin parangón, que rebasa las vividas a finales del siglo XIX, la de 1923-33 y la del 2008-09, por mencionar a las más importantes ocurridas en el contexto del modelo capitalista de producción aún vigente.

Lo que inició como epidemia, transitó en pocas semanas al rango de pandemia y ahora se declara que tendremos que acostumbrarnos a vivir con este virus. La nueva normalidad, como la han llamado, es todavía un difuso panorama al final de este negro túnel que es el confinamiento obligado para evitar una cadena de contagios mayor. Una presión adicional a un sistema hospitalario que en muchas naciones se ha visto rebasado por el número de pacientes que han requerido cuidados intensivos y ventiladores para poder enfrentar los efectos causados por este virus.

No sabremos por un buen tiempo, con datos precisos, el comportamiento de este microorganismo capaz de colapsar a las personas y a la economía. Todos esperamos ansiosos una vacuna capaz de generar la protección necesaria. Varios laboratorios en el mundo están haciendo esfuerzos extraordinarios para encontrar ese elixir maravilloso que nos pueda blindar y haga posible recuperar “el tiempo perdido”, parafraseando a Marcel Proust.

“Dónde ha quedado el mes de abril”, cantaba Joaquín Sabina en los años ochentas del siglo pasado, recordando un amor perdido en ese mes. Nosotros podemos preguntarnos ahora: ¿Dónde han quedado los meses de abril, mayo y junio?

No tengo claro si ese tiempo lo debemos considerar como perdido o, en cambio, nos habrá dejado algunas ganancias como seres humanos. Al inicio del confinamiento, nos compartimos mensajes promotores de la lectura, del reencuentro con la familia, de la utilización del celular, la Tablet o la computadora, para comunicarnos con nuestros padres, con nuestros hijos, con los amigos. Todos los exhortos eran para provocar una introspección, una visión hacia el interior para de ahí sacar fuerzas para resistir el momento y, sobre todo, para parir a un nuevo ser capaz de regenerarse, de fortalecer sus dones y eliminar todo aquello que se ha convertido en lastre para avanzar hacia delante. Sobre todo ahora que, nuevamente, ha quedado en claro nuestra fragilidad, la tenue línea entre estar o ya no estar.

Mi apuesta sería por un cambio de paradigmas, de visión de futuro, de proyectos hacia delante, claros de que poco o nada podremos hacer en esta nueva realidad sino estamos dispuestos a cambiar, a ser mejores seres humanos. No seguir degradando al medio ambiente; no seguir comiendo comida chatarra; cuidar nuestra salud y la de nuestra familia, y tratar a nuestros congéneres con respeto y atingencia. Sin violencia a las mujeres y a los menores. Lamentablemente, esta desescalada, la vuelta a la nueva normalidad, ha mostrado que no estamos dispuestos a cambiar, cuando nuestra primera salida, luego de la hibernación, ha sido para visitar tiendas, para ponerse uñas nuevas o para reunirse en las terrazas para compartir pinchos y cervezas, como si nada hubiera pasado. ¿No pasó nada?

Esta pandemia evidenció, aún más, las enormes desigualdades sociales y la falta de oportunidades de muchos para poder enfrentar, en condiciones similares, escenarios tan adversos. Que no nos quede la menor duda: la pobreza aumentará y la resiliencia social decrecerá, aún más. A muchos no les gusta, pero tenemos que dejar atrás, y para siempre, un modelo económico que prohijó la concentración de la riqueza en pocas manos.

El neoliberalismo hizo del Estado un ente acotado, ocupado en garantizar la prevalencia de un modelo económico que puso especial atención en la generación de la riqueza, sí, pero no en la distribución equitativa de la misma. México, según datos de la OCDE, está en el penúltimo lugar en nivel de bienestar. A muchos les irritan las estrategias y el proyecto de la llamada 4T. Más allá de los modos, no podemos renunciar y, mucho menos oponernos, a todo aquello que permita revertir la desigualdad y la pobreza vergonzante que hay en nuestro país que, con está pandemia, se acrecentará.

No se trata de volver a los tiempos del Estado omnipresente, ni de despertar al “ogro filantrópico” (Octavio Paz). La crisis que ahora vivimos, obliga a replantear el papel del Estado en la economía. Sí, estamos de acuerdo: primero los pobres; pero esa estrategia será insuficiente si no se apoya a las empresas, a las pequeñas, a las medianas y a las grandes. Se requiere, como se está haciendo en muchas naciones, impulsar políticas anti cíclicas que mantengan vivas las cadenas de productivas que generan los empleos. A la caída del PIB, que será cercana al 9%, habrá que asociar la pérdida de un millón de empleos. Urgen medidas para recuperarlos.

Es necesario incrementar el gasto público para generar actividad económica y fortalecer el poder adquisitivo. Es urgente poner en marcha el tan anunciado Proyecto de Obra Pública. Es imprescindible una reforma fiscal a fondo y de fondo que permita una estrategia fiscal redistributiva. No se trata sólo de repartir dinero, sino de garantizar que ese recurso haga posible la transición de un estado de pobreza a uno de pleno bienestar social.

Políticas públicas redistributivas que garanticen desarrollo, que debe venir acompañado de mejores escuelas, mejores servicios de salud, mejores viviendas y mejor y más justa atención para los adultos mayores. Se necesita, en suma, alentar un gran acuerdo nacional en pro de la productividad y del desarrollo del país. (El autor es rector de la Universidad Olmeca, politólogo y periodista)