La xenofobia selectiva y la economía
28/08/2025
La xenofobia esconde más que el odio hacia lo extranjero.
La xenofobia esconde mas que el odio hacia lo extranjero. Es un fenómeno selectivo, que ajusta su objetivo según las tensiones políticas, económicas y culturales de cada época. El guion es constante: un grupo es tolerado cuando la economía lo necesita y estigmatizado cuando los ciclos de crisis exigen un chivo expiatorio.
En Estados Unidos la lista es larga: irlandeses en el siglo XIX, chinos bajo la exclusión legal de 1882, italianos y judíos en la primera mitad del siglo XX, árabes tras los atentados del 11 de septiembre. Hoy, el blanco central son los latinoamericanos, en particular los mexicanos, pese a que forman parte estructural de la historia de los estados fronterizos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los mexicanos no solo eran tolerados, eran necesarios. Con cientos de miles de jóvenes estadounidenses en el frente, Washington lanzó el Programa Bracero (1942–1964), que trajo a más de 4 millones de trabajadores agrícolas mexicanos para garantizar la producción de alimentos y sostener la economía de guerra. Al mismo tiempo, la cultura mexicana (música, comida, idioma) se integró de manera natural en California, Texas, Arizona y Nuevo México. Se trataba de una herencia compartida más que de una "invasión".
Pero esa inclusión tenía fecha de caducidad. Con la desaceleración industrial de los setenta y ochenta, cuando fábricas cerraban y el desempleo urbano crecía, el trabajador mexicano dejó de ser visto como aliado productivo y pasó a ser etiquetado como amenaza. La narrativa cambió: de sostener el campo y la industria a "quitar empleos" en tiempos de crisis. En 1954, el propio gobierno había dado una muestra con la Operación Wetback, una deportación masiva de más de un millón de mexicanos en medio de tensiones laborales. La economía dicta el tono: en expansión se necesitan, en recesión se criminalizan.
Ese péndulo se repite hasta hoy. En California, la industria agrícola (valuada en más de 50 mil millones de dólares anuales) depende casi en un 42 % de trabajadores mexicanos e indocumentados (NYT). Sin ellos, el precio de frutas y verduras se dispararía. Sin embargo, en estados golpeados por la reconversión industrial, como Michigan, Ohio o Pennsylvania, los discursos políticos más hostiles contra la migración encuentran terreno fértil. El mismo trabajador puede ser considerado esencial o indeseable, según el código postal y el ciclo económico.
El caso mexicano desnuda la hipocresía estructural de la xenofobia: se glorifica la "cultura tex-mex" en festivales gastronómicos y se depende del trabajo agrícola, de la construcción y de los servicios que sostienen a millones de familias, pero se levantan muros y se despliegan redadas cuando conviene políticamente.
Este no es un fenómeno exclusivo de Estados Unidos. En Francia, los italianos pobres fueron marginados en el siglo XIX hasta que se integraron; luego el odio pasó a argelinos y marroquíes tras la descolonización. En Alemania, los turcos invitados como gastarbeiter fueron funcionales hasta que la crisis del petróleo los convirtió en blanco del racismo. En Argentina, los paraguayos y bolivianos pasaron de ser necesarios para la construcción a ser vilipendiados en tiempos de crisis.
La conclusión es clara: la xenofobia selectiva sigue la curva de la economía. No odia a todos los extranjeros por igual, ni de manera permanente. Escoge a quién señalar según el momento histórico. Y en ese vaivén, los mexicanos han sido ejemplo paradigmático: de ser celebrados como parte de la herencia cultural del suroeste durante la guerra, a convertirse en el chivo expiatorio de la precarización laboral y de la crisis industrial estadounidense.
El odio, entonces, no es un fenómeno cultural aislado: es un instrumento económico y político. La identidad nacional se invoca solo como fachada. Lo que está en juego es quién paga los costos de la crisis, y los inmigrantes son el blanco perfecto: visibles, vulnerables y necesarios, pero siempre sacrificables.
(* Licenciado en Derecho por la UNAM, cuenta con estudios en Geografía por esta misma casa de estudios, además de contaduría y finanzas públicas en el IPN)
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