Los temores de Rulfo

En aquellos tiempos, Bellas Artes declaró 1980 el año de Juan Rulfo. La ciudad ardió celebrando su nombre.

En aquellos tiempos, Bellas Artes declaró 1980 el año de Juan Rulfo. La ciudad ardió celebrando su nombre.

En sus palabras de aceptación del homenaje, Rulfo recordó que, medio siglo atrás, el invicto caudillo revolucionario, Álvaro Obregón, había dicho:

“No hay general mexicano que resista un cañonazo de 50 mil pesos”.

Rulfo agregó en su discurso: “Ahora tampoco los resisten, porque son cañonazos de 50 millones”.

Ardió el Ejército por las palabras de Rulfo. Los mandos militares y sus bocas de ganso en la prensa exigieron al entonces presidente, José López Portillo, que corrigiera lo dicho por el escritor en defensa del honor del Ejército.

El presidente dijo que no compartía la visión del escritor, que el Ejército mexicano era ejemplar, etc.

Rulfo se sintió obligado a aclarar en la prensa que no hablaba del Ejército mexicano actual, sino de una época pasada en que el país estaba en llamas y había que pacificarlo como fuera.

Dijo aquello, y desapareció de la vista pública. El reportero Miguel Reyes Razo sostenía una amistad con él y el director del diario donde Reyes Razo trabajaba le pidió ir a verlo y reportar su estado.

Reyes Razo fue a tocar a la casa de Rulfo. Luego de cerciorarse de quién era, el propio Rulfo le abrió la puerta: “Sólo por tratarse de usted, maestrito”, dijo, como subrayando que no le estaba abriendo la puerta a nadie.

Tenía una barba de varios días. No había salido de su casa, dijo, se la pasaba encerrado leyendo, fumando. Fumaba uno tras otro cigarrillos Pall Mall sin filtro, largos, de cajetilla roja.

Reyes Razo lo conminó a salir, a orearse.

Rulfo se negó.

Podían ir a comer a un restorán cercano, porfió Reyes Razo, el restorán La Cabaña, por ejemplo, al que habían ido otras veces.

“No, maestrito”, dijo Rulfo. “Yo no salgo a ninguna parte”.

“Pero por qué, maestro”, preguntó Reyes Razo.

“Ya ve cómo están las cosas en la prensa”, dijo Rulfo. “Me pueden matar”.

“¿Pero quién lo va a matar a usted, maestro? ¿Quién va a querer matar a Juan Rulfo?

Rulfianamente, Rulfo respondió:

“Algún acomedido”.