Menos antidepresivos, y más lectura de los clásicos
Es necesario integrar en los programas de estudio la lectura de los clásicos griegos y latinos en las escuelas
Capacitar para un trabajo no es sinónimo de educación; preparar al hombre para el mercado laboral capitalista, considerándolo como otro factor de la producción, no necesariamente es educación. Un sistema educativo que sólo tiene como objetivo capacitar al alumno para el mercado capitalista carece de un sentido humanista.
Un sistema educativo donde la competencia y el egoísmo son esenciales para triunfar en la vida, en la vida del dinero, está formando rivales, carece de todo sentido humanista. Un sistema educativo y una sociedad toda, incluyendo por supuesto a la familia, que no inculca, que no siembra el amor, la compasión, el respeto y el sentimiento de solidaridad entre todos los seres humanos nos ha llevado a una lamentable descomposición social.
Desde el siglo XIX y a raíz de las revoluciones industriales en Europa y en otros países, el hombre ha progresado en lo material, progreso que por cierto no ha sido para todos los pueblos: parte de ese progreso se ha nutrido además en la explotación y el saqueo de esos pueblos. Y a pesar de ese progreso material el hombre ha descuidado el progreso espiritual. Así como el hombre necesita el oxígeno para sobrevivir, necesita el alimento espiritual para vivir de verdad: debido a la ausencia de este alimento el hombre vive enajenado.
El descuido de la espiritualidad, de la educación de los sentimientos y de las emociones nos ha hecho muy vulnerables para vivir atrapados en el mundo materializado del dinero y de la competencia. Vivimos inmersos en una sociedad que tiene como dios al dinero, que confunde que tener más es ser más. Y ese paradigma: “Tener más para ser más en la vida”, nos ha arrastrado hacia una terrible descomposición social. Jesucristo que andaba en sandalias y vestía humildemente, que no sabía de contabilidad, ni tenía bibliotecas, hubiera sido calificado como un pobre diablo. Y sus únicos pecados fueron la pobreza y pregonar el amor: por eso lo crucificaron. Esa misma sociedad hipócrita luego inventó la religión cristiana.
La falta de respeto a los padres y a los maestros, el descuido de muchos padres hacia sus hijos, la rutina conceptualista en que cayó la educación en las escuelas, y la grosería y la violencia que se vive en las calles, es resultado de que tanto en los hogares, en las escuelas y en los medios (que estimulan la competencia y la violencia) se tiene abandonada y en el olvido la educación del corazón del hombre. Es más, sugerir la educación del corazón, proponer el amor como alimento esencial para educarnos, resulta totalmente cursi, ingenuo e iluso para esa sociedad materialista cuyos miembros se dicen “hombres prácticos” que no tiene más dios que el dinero.
“Más filosofía y menos prozac”, es el título de un libro que pretende hacer accesible la filosofía e inculcarla en aquellas personas que padecen enfermedades del alma o depresión. Yo le añado a ello la sabia sentencia de María Rosa de Lera: “¡Qué noble es el mensaje de los poetas! Deberíamos escucharlos más a menudo. Ahora el mundo los ignora y anda de cabeza”.
Luego nos dice esta sabia y erudita mujer: “¡Cuánto necesitamos a los clásicos en las escuelas, pero con una comprensión profunda y sencilla de las grandes enseñanzas que nos legaron! A través del estudio consciente por maestros preparados no sólo para instruir sino para educar.
Es necesario integrar en los programas de estudio la lectura de los clásicos griegos y latinos en las escuelas; es necesaria la lectura de bellos libros y fáciles de leer de los grandes escritores españoles, franceses, alemanes, ingleses y rusos. También de grandes escritores mexicanos y de América Latina. Sin duda, hoy más que nunca nos falta el alimento espiritual a nuestras almas y a nuestras mentes. Retomemos a los clásicos y eliminemos algunas materias curriculares que además de ser inútiles para la vida práctica laboral y para sus vidas, le hacen insoportable la escuela al alumno. Son materias escogidas por una burocracia anquilosada que nunca sale a la calle, que lee poco y que nunca ha tenido el sentido humanista de la educación.
“¿Leer a los clásicos para qué, se preguntará el hombre light o el ignorante, si eso no me deja dinero?”, aunque su vida personal o en el hogar esté como una olla de mondongo.
Pienso que la riqueza de una Nación no depende sólo del dinero. Creo, junto con María Rosa de Lera que la riqueza de un país está “…en la mente y el corazón de un pueblo, en la educación y en la cultura que genera convivencia y seguridad entre los hombres…, sólo así podremos hablar de progreso”. Esto me lleva a pensar en el orgullo de los japoneses, alemanes y chinos.
En la primera mitad del siglo XX y, derivado de la revolución y de la expropiación petrolera, surgió en nuestro país un fervor nacionalista. Ese fervor se expresó en nuestra música, en nuestra literatura, en las pinturas de Orozco, Rivera, Frida, Siqueiros o el Dr. Atl. También en nuestro cine, aquel cine de oro que recordamos con nostalgia.
Ese fervor nacionalista se fue muriendo, sobre todo, a partir de Salinas con su neoliberalismo, su fiebre privatizadora que, sin ningún respeto a la Nación, convirtió al país en una mercancía, en un negocio particular entre amigos: ello desmanteló al Estado benefactor y vendió el patrimonio nacional a cómplices corruptos y a extranjeros, pasando por encima de nuestra Constitución. Con su neoliberalismo Salinas y sus cómplices no sólo desnacionalizaron a México de su patrimonio económico, nos desnacionalizaron de nuestras esperanzas e ilusiones de mexicanos, de nuestro orgullo nacionalista de ser mexicanos. Al parecer con el gobierno de AMLO vamos recobrando no sólo nuestro patrimonio nacional sino también nuestras esperanzas.