Leer libros para mejorar al ser humano

Con motivo del cumpleaños número 65 de nuestra Universidad Juárez Autónoma de Tabasco

Con motivo del cumpleaños número 65 de nuestra Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, el pasado 22 de noviembre asistí a una conferencia que se impartió en la División Académica de Ciencias Sociales de la propia Universidad. La conferencia, "Pancho Villa: más historia y menos leyenda", la impartió el Doctor en Historia, Javier Garciadiego. Esta persona con un amplísimo currículum y una cultura vasta y admirable, como todo hombre culto y de gran estatura espiritual, es una persona muy sencilla y amable. El trato sencillo, abierto y amable de Garciadiego me recordó lo que señala Sir Bertrand Russell, otro hombre grande y sencillo también, en su pequeño libro "La conquista de la Felicidad", dijo: "Los hombres superiores son humildes". En los dos o tres días que traté a Garciadiego, director hoy de la Capilla Alfonsina, me percaté que así es él.

La noche anterior asistí a la librería "Gabolibros" donde el mismo Javier Garciadiego presentó su libro titulado: "Sólo puede sernos ajeno lo que ignoramos"; este libro es un amplio estudio biográfico sobre Alfonso Reyes y consta de 485 páginas. No podía faltar a esa presentación; no sólo porque me invitara mi amigo Humberto Mayans, sino porque además don Alfonso Reyes es mi escritor preferido. Él y Jorge Luis Borges. Para mí los dos encarnan la prosa perfecta, puntual y precisa. La hermosa arquitectura sintáctica lograda por estos dos gigantes de la literatura me cautiva; leerlos significa para mí una sinfonía de palabras que me brinda placer, cualquiera que sea el tema que aborden. "Decir mucho con poco" era el consejo de Reyes para los jóvenes que aspiran a ser escritores. Borges les aconsejaba que necesariamente un joven aspirante a ser buen escritor tenía que leer a los clásicos griegos. Los dos sugerían eliminar toda la basura innecesaria como lo hacía nuestro gran Juan José Arreola. Por cierto, en estos días se cumple un año más de la muerte de don Alfonso Reyes, murió un 27 de diciembre de 1959.

Pero volvamos al tema de la humildad y de los grandes hombres. La lectura de buenos libros, bien llevada, tiene un efecto catártico: nos desintoxica de las malas vibras, nos ennoblece, nos vuelve mejores hombres, más humildes y sencillos. Por desgracia a algunos los vuelve petulantes y fatuos. Y en ello, por cierto, está fallando la educación en México. En este punto vienen a propósito y a mi mente recuerdos de la infancia cuando un tío abuelo, mi tío Joaquín Guzmán, "el tío Joaco", y hermano de mi abuelita paterna, me dijo con cariño y de buena fe: "Mira hijo, debes de leer muchos libros porque así vas tener tema de plática en una reunión". Y me quedé con eso. Con esa idea. Pero cuando crecí y con el paso de los años me vi inmerso en el mundo de los libros, entendí al fin que la lectura de libros no tiene como objetivo el consejo que me diera mi tío. Entendí también que leo por placer y no por inflarme el ego como hacen algunos doctores petulantes.

Viviendo ya en la ciudad de México, y desde que llegué a estudiar el bachillerato en la Prepa 5, de Coapa, el medio me fue metiendo en el mundo de los libros. Mucho tuvo que ver en ello mi vida de encierro y sufrimiento que viví en la gran ciudad. Vivir encerrado en un departamento, me orilló a enfrentarme a una soledad jamás pensada y a una vida de encierro que me orilló a refugiarme en los libros. Ese encierro, esa soledad, no la sufrí jamás en Paraíso, mi pueblo de la infancia aquí en Tabasco. Ahí en Paraíso, con la condición de que yo hiciera mi tarea, tenía permiso de irme a la calle a vagar, ir al parque a cotorrear con los cuates o a bañarnos al rio o ir a pescar al Bellote o a "La Negrita" de lo otro lado de la laguna de Mecoacán. De aquello se debe acordar muy bien, mi siempre bien apreciado Manolín (Manuel Suárez Herrera que en esos años nunca pensó que algún día sería presidente municipal de Paraíso y de Centro). De aquellas idas diarias a la pesca, casi un vicio, se acuerdan también mi pariente y hoy pediatra Carlos Alberto Romero Martínez, cuñado de Manolín; también mi buen amigo Efrén Vázquez Vera, hoy próspero empresario en Paraíso y el mismo Gerónimo Suárez, Gerocho, hermano de Manolín.

Pues aquella hermosa y paradisiaca vida que tuve en Paraíso, cambió por completo cuando me fui a padecer al "exilio" a la ciudad de México. Aquella vida del pueblo, donde todos nos conocíamos, la gran ciudad la borró de un plumazo. En la gran ciudad me encontré con una terrible y sufrida soledad y donde yo no era nadie, sólo era un anónimo más en la ciudad y en aquella Prepa de 7 mil alumnos. Esa situación me orilló a refugiarme en los libros, no me quedó de otra. Éste fue el primer móvil que me acercó a los libros. Pero con el paso de los meses y el paseo de mis ojos y mi mente por las letras y las páginas de buenos libros fue moldeando mi alma, y le fui encontrando un inmenso placer al mundo de la lectura. Jamás volví a estar solo en la gran ciudad. Con el amor a los libros, entendí que el hombre que aprende a vivir solo, nunca está solo. Llegué a percatarme que mi pasión por la lectura no tenía como propósito volverme un merolico, tal como me aconsejaba de buena fe mi tío abuelo. Me di cuenta que leer no tenía como propósito exhibir mi ego en una reunión y que eso queda para los fatuos y mediocres. La lectura me fue transformando en un auténtico ser humano, me fue humanizando; esta meta proponía Max Scheller para la educación: crear mejores seres humanos, siguiendo la propuesta de la catarsis de Aristóteles. Y en verdad ése debiera ser el propósito de la educación en México: crear un mejor hombre, pero estamos fallando, estamos atrapados en una educación meramente conceptual, de ahí tantas patologías sociales. Todos los comprometidos con la educación debemos tener como meta generar mejores seres humanos, amorosos de la vida y respetuosos de los demás; seres humildes, honrados y solidarios. ¡Ah!, y disciplinados.