La nave del olvido no ha partido

¿HAS ESTADO en salas de espera? Seguro sí. Nadie escapa de ellas

¿HAS ESTADO en salas de espera? Seguro sí. Nadie escapa de ellas. Esperar ha sido parte de nuestra vida. Aunque no es lo mismo hacer fila que esperar en una sala para ese fin, sean sillas duras o cómodas. Aquí algunos bordan o tejen. Otros dibujan. Otros más escriben o leen. Y otros ponen la mirada fija en un punto del universo (de la sala) y escudriñan en su pensamiento.

ESPERAS QUE VUELVA lo que se fue. Esperas que el cometa suba un poco más, hasta el límite. Que la mascota ya no rompa los zapatos, y menos los de piel. Que la misa termine ya con el consabido sermón de portarnos bien. Que amanezca, mientras el pensamiento vuela con o sin sentido. Que el fin de los nueve meses llegue ya. Terminar de pagar el crédito. Que hierva el agua para el café. En fin. La vida es una espera sin fin. De espera viene la palabra esperanza. Nomás.

A LOS QUINCE AÑOS yo esperaba tener veinte. A los ocho esperaba tener dieciséis. Ahora en referencia a la edad ya nada espero. Pero nombrar sobre el tema, espero el nuevo disco de Sabina o Serrat, que amanezca bien, que esté la idea para desarrollar, que el botón se abra a la flor, que la flor sea tu flor. Cuando llueva que deje de llover. Que la luz regrese ya cuando se fue. Como que todo es esperar. Y así se nos pasa la vida. La muerte llegar sin esperar, ni esperanza.

LA DE LA ESPERANZA sin fin fue siempre mi mamá. La miraba en su trajinar diario entre la cocina y lavar. Entre tender la cama y la ropa. Iba a la tienda y regresaba, las más de las veces con mucha tranquilidad. ¿Mi madre esperaba qué? Nunca se lo pregunté. Esperaba a papá. La noche para descansar. Que llegara diciembre. Las campanadas de llamado a misa. Arraigada la esperanza como parte de su piel. Yo me abrazaba a ella y encontraba la felicidad.

YO ME PONGO A PENSAR sobre lo que espero. Como el coronel -al que nadie le escribía- su pensión que jamás llegó. Y héme aquí, qué fría y lenta es la sala de espera en un hospital. No es asunto típico ni especial. Es necesidad que te confina en una silla, esta vez cómoda, a la espera de que pasen los minutos, las horas, mientras tanto pareciera el tiempo detenerse. Miras a tu alrededor. Paredes blancas. Batas blancas. Y la muerte agazapada en todos los rincones, silbando una vieja tonada. Ella también espera, con paciencia de tirana.

ENTRAN Y SALEN PERSONAS de distinta edad. Rostros serios todos ellos.  Unos a consulta. Otros para acompañar. Es la salud el objetivo. Alejar el mal. Controlar los daños. Alguno en silla de ruedas. Otros con muletas. Otros con parche en un ojo. Otros más con cabestrillo. En las manos cajas de medicamentos. Los enfermos con paso lento, rostros de resignación. Preocupados y con fastidio quienes les acompañan. Yo solamente espero una señal, un dato, confirmación de que todo va bien.

YO ESPERO como otras personas. Y en este lapso disponible echo a volar la imaginación con recuerdos de aquí y de allá. Aquel café. Lágrimas. Y risas, sin dudar.  Tres veces me ha guiñado la muerte. Cortejándola mientras le acaricio un huesito a su propuesta, tres veces le he dicho que no.

LOS TRABAJADORES de este hospital se ven pulcros y se muestran muy atentos. Las puertas son automáticas, aunque con control de entrada y salida. Basta un botón que aprieta el recepcionista para dar entrada. Cada entrada y salida se registra. Si les atendieron o no. Pregunta el nombre de la paciente. Y el dato queda allí sea para fin de estadística, sea para las cuentas a fin de mes. Todo bajo control. Yo miro la muerte para distraerla en sus empeños. Ella se hace la desentendida.

VI PASAR UNA CIGÜEÑA. Y vi también muy atento un trabajador del funeral. Veo rostros cercanos a su última estación. ¿Con qué doctor consultó? ¿Con qué doctor tiene cita? Son preguntas de rigor. "El doctor ya se fue". "La doctora ya llegó". Escucho que dicen. En las salas de espera siempre hay desesperación. Se reflexiona de todo. Entre los hola y los adiós. Un saludo aquí. Otro saludo allá. Se mantiene la calma por tanto dolor. Y se reflexiona en la salud personal. Nos debemos de cuidar. Realizar actividades para prevenir. Por ejemplo caminar. El dulce y la sal de la cocina y de la mesa retirar. Los abrazos vienen bien. La sonrisa para la salud es genial.

QUÉ LIMPIO ESTE HOSPITAL. Mucha pulcritud. Aunque esto debe ser lo habitual en el derecho a la salud. Solo que la diferencia es que este no es público, es particular. Escucho que fijan citas con prontitud. Para un día o dos. A los enfermos con problemas motores los llevan atentos en sillas de rueda hasta el vehículo que los van a trasladar. ¿Todo bien? Todo bien, señor.

LA VIDA ES LA NAVE del olvido. Espera que aún no ha partido. Mientras tanto tomemos un café.