Plano tangente
01/09/2025
La evolución de las profesiones
«Una sola aristocracia: la del espíritu. Un solo privilegio: la inteligencia».
Facundo Cabral
Un desafío central de la inteligencia artificial (IA) generativa es la brecha entre la velocidad de los avances tecnológicos y la capacidad de las políticas públicas para orientar su uso ético. En este escenario, escuelas, colegios y universidades están llamadas a salvaguardar tanto el valor de la educación como la vigencia de las profesiones. No se trata solo de formar técnicos capaces de manejar programas, sino de cultivar ciudadanos con criterio para enfrentar un mundo donde los algoritmos empiezan a tomar decisiones que antes eran humanas.
Hace unas semanas, Microsoft presentó una lista de 40 empleos con alta interacción con la IA (Preston Fore, Fortune). Los más expuestos son aquellos vinculados con el trabajo intelectual, como tareas de informática, matemáticas o gestión administrativa. También destacan los puestos de ventas, pues suelen implicar la explicación y transmisión de información. En este nuevo contexto, contar con un título universitario (antes considerado una vía segura para ascender profesionalmente) ya no constituye una protección contra la incertidumbre (Faulconbridge et al., 2025).
En contraste, las ocupaciones menos expuestas a la IA son aquellas que dependen de habilidades manuales y físicas: operadores de dragas, auxiliares de puentes y esclusas, trabajadores en plantas de tratamiento de agua, fabricantes de moldes de fundición, ferroviarios, operadores de pilotes, lijadores de pisos, ordenanzas, operadores de embarcaciones a motor y de equipos de tala. Lo común entre ellos es que su trabajo exige fuerza, destreza o presencia física en entornos donde la automatización todavía enfrenta barreras técnicas o económicas.
El desarrollo profesional, entendido como el proceso mediante el cual los individuos actualizan o amplían sus competencias para progresar en sus carreras, adquiere una relevancia renovada. Hoy más que nunca, el aprendizaje permanente deja de ser una aspiración para convertirse en una necesidad vital (Beddoe, 2015).
Entre las ocupaciones más amenazadas se identifican varios grupos. En primer lugar, están quienes tienen alta dependencia del lenguaje y la información. Traductores, intérpretes, correctores, escritores, periodistas y editores trabajan directamente con el lenguaje; locutores y representantes de servicio al cliente dependen de la comunicación oral; analistas, politólogos e historiadores requieren síntesis y análisis de datos. La IA generativa puede replicar estas funciones con rapidez y a bajo costo, lo que desplaza parte del trabajo humano.
Los trabajos con escaso esfuerzo físico también suponen un conjunto vulnerable. A diferencia de oficios manuales, como el que ejercen albañiles, mecánicos o personal de enfermería, estas profesiones se ejercen en entornos digitales, lo que las vuelve más expuestas a la automatización. En especial, toda actividad que emplee conocimiento codificable está sobre la mira. Textos históricos, cálculos matemáticos, estadísticas y datos académicos pueden almacenarse y usarse para entrenar modelos de IA, a diferencia del conocimiento tácito o situado, como la experiencia artesanal o clínica.
En pocas palabras, las profesiones más vulnerables son aquellas cuyo quehacer puede convertirse en algoritmos y flujos automáticos. Precisamente, todas aquellas labores que se cimientan sobre la sensibilidad humana, que para nada es programable, se encuentran lejos de ser suplantadas por la IA. E incluso si una IA o variante de ella pudiese imitar con exactitud los patrones de conducta humanos, seguiría sin satisfacer la demanda de dicha tarea.
Por ejemplo, el trabajo de los artistas y deportistas es imposible de reemplazar. Ya hay IA que puede hacer dibujos perfectos y a la medida de quien lo pida, o puede escribir un poema copiando con detalle el estilo de Antonio Machado; y sin embargo, es un despropósito. Del mismo modo, pudiesen hacerse simulaciones de los partidos de fútbol, con las más certeras estadísticas, pero sin emoción. Y se presentan situaciones similares en la psicología, la medicina, los recursos humanos y muchas más actividades: la empatía es una propiedad intrínseca a lo animado. Como esta, otras habilidades no tienen equivalentes digitales, como la creatividad, el pensamiento crítico, el liderazgo, la motivación y la destreza de la mano humana.
Resulta fundamental, entonces, subrayar a un grupo profesional que, lejos de debilitarse, se fortalece: los docentes de preescolar y primaria. Este gremio no solo asegura aprendizajes básicos, sino también la formación integral de las y los niños. De nuevo, ninguna tecnología puede sustituir el vínculo humano, la transmisión de valores y el acompañamiento socioemocional que son esenciales en la infancia. En un país con desigualdades como México, su tarea cobra aún más relevancia: muchas veces, el maestro es el primer contacto de un niño con el conocimiento estructurado, con la disciplina intelectual y con un espacio de convivencia democrática.
Decir que las profesiones van a desaparecer por la IA es, cuanto menos, alarmista. Lo que sí es previsible es que varias tendrán que evolucionar, como lo han hecho siempre que aparece una nueva tecnología o paradigma. Justamente una manera de movilizarse es aprendiendo a implementar la IA, al mismo tiempo que se refuerzan aquellas labores imposibles de automatizar o describir en algoritmos: la relación humana, la formación en valores, la construcción de confianza. Mientras haya humanidad, habrá trabajos que la requieran. (jorgequirozcasanova@gmail.com)
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