Platónico

LO PLATÓNICO ES LO QUE SOLO tiene existencia en el mundo de las ideas

POCAS VECES NOS ASOMAMOS a lo que no fue. Cierto, vivimos solamente en sueños esos otros hechos de lo que pudo haber sido en la realidad. Lo deseable cobra vida, lo posible toma la batuta de la existencia como otro mundo paralelo. Y sucede en el pensamiento, fuente primera de los anhelos nunca idos. No fue, por ejemplo, que yo me fuera a vivir a los Estados Unidos, estando en la frontera de este lado del río Bravo, y con cruces legales casi a diario que tenía, como sí se fueron varios amigos, amigas y familiares. Yo desafié al destino y caminé hacia el sur. 

LO PLATÓNICO ES LO QUE SOLO tiene existencia en el mundo de las ideas, en los sueños, en lo no tangible. Por eso se habla de amores platónicos, aunque la expresión que hace referencia el  filósofo griego vaya mucho más allá que eso. Él consideraba que el mundo de las ideas es tan real como el tangible que conocemos con nuestros sentidos.

Y LO PLATÓNICO EN LA INOCENCIA. ¿Qué podría ser? En mis 6 años, ella, de 16, yo la miraba artista de cine, que me daba clases en aquella escuelita de la colonia en el extremo oriente marginal de la ciudad.  La miraba perfecta porque en ella había bondad y alegría que precisamente nos alegraban las mañanas en el riguroso horario de 8 a 1, y con más razón en esos crudos inviernos de diciembre a marzo. Yo la saludo a la distancia y le agradezco al destino que ella haya sido mi inolvidable maestra.

Y EN LA SECUNDARIA FUE FÁTIMA, reitero "lo que no fue", pero fue mucho más en lo posible que en lo real. Estaba ella en tercero, yo en primero. Y en los recesos de diez minutos cada hora, yo la miraba bajar y subir en ese edificio de tres pisos de la secundaria 2 y yo suspiraba en mis 12 años, ella 14. Siempre pendiente de su pasar de diosa en nuestro despertar de adolescente. El día de las madres esperé al pie de la escalera para decirle "felicidades". Y ella sonrió sin entender por qué se lo decía. Entonces apresurado me metí a mi salón para no dar explicaciones. Y a la siguiente hora me llamó y me preguntó la razón de felicitarla, y tímido se lo dije: "felicidades, mamacita". Y salí corriendo. Y al mes siguiente fui correspondido con sus felicidades en el Día del Padre. Y un abrazo tibiecito. Por cierto, hace un mes me llegó un mensaje en internet que dice: "hola, soy Fátima. ¿Te acuerdas de mí? Y acompaña una foto de una anciana que no reconozco.

EN LA LITERATURA CÓMO OLVIDAR el cuento de Julio Cortázar de nombre "Queremos tanto a Glenda", donde el personaje en primera persona hace la relatoría de su amor por una artista de cine que la buscaba siempre que podía en la pantalla, pero además se fue encontrando con que sus películas desmerecían no estando a la altura de lo que ella merecía. La actriz en el cuento es Glenda Garson, en referencia a la verdadera Glenda Jackson. Así uno mismo en la mirada que hacíamos a las películas en la adolescencia nos encontrábamos a actrices de mirada dulce y soñadora motivo de deseos adolescentes con Gina Lollobrígida,  Sophia Loren y más acá a Mónica Belluci. Pero no fue porque sencillamente no podía ser.

DE VEZ EN CUANDO PASABAN en el programa de la televisión "Siempre en Domingo", a la escultural vedette Olga Breeskin. Eran los años 70s y el auge del programa era tal que al lunes siguiente se platicaba de lo más destacable, y cada quien asumía en ello lo de nuestro interés. Y en esa edad era la monumental curvilínea Olga, tocando el violín quien aparecía en un segmento del programa. Velazco la presentaba con lascivia acompañada de su mirada penetrante. Olga sonreía y se le hacían hoyitos en sus mejillas. Al día siguiente lo comentábamos con el profe de música: "Profe, y ¿vio a Olga Breeskin tocando el violín?" Y la respuesta sagaz del maestro era: "Yo la vi, pero ni cuenta me di que tocó el violín". Y reíamos.

EN EL GRUPO DE LA NORMAL hubo tres o cuatro amigas que siempre yo pensaba en ellas en un futuro idílico que solo estaba en mi pensamiento, en nadie nunca más, menos en ellas. Y mi imaginación volaba no en algo turbio ni carnal, sino en la utopía de la compañía acompañado con las risas, esos tonos de voz, esa sencillez apabullante. Y de vez en cuando en sueños transgredía esa línea de la amistad al amor romántico que solo sucedía en las novelas o películas cursi. Y me hice mis historias mentales. No fue, porque no era, ni tenía por qué ser. "¡Nombres!" Nooooo.

AHORA EL TEMA ES ESCRIBIR de lo que no fue ni tendría por qué ser. Los destinos son en una sola vía, aunque nos hayan dicho que somos el arquitecto del propio. Son las circunstancias: el boleto premiado, el caminar por una acera y no por otra, el encuentro fortuito con el jefe de la policía, la carta encontrada en un libro, el papelito con número telefónico encontrado en una chamarra comprada en las tiendas de usado. Y llamar. Y luego de tres intentos de teléfono ocupado, que te responda la voz de alguien que ya murió hace más de treinta años. Y parezca ser así, aunque no lo sea y esté solo en nuestro pensamiento o sueños aquella imagen. 

COMO EL MINÚSCULO CONOCIMIENTO que tenemos ante la inmensidad del saber de todos los tiempos, así lo posible siempre será como la inmensidad del anchuroso mar, y lo real sea tan, pero tan pequeño. Lo que pudo ser siempre será inmenso e inconmensurable. No pudo ser, porque tenía que ser de otra manera. Una sonrisa, unos labios, un saludo desde lejos, como aquella vez en el autobús de excursión ya de vuelta a Matamoros desde Cancún, cuando ella se sentaba en asiento delante mío (1978), y ella estiró su mano hacia atrás y yo aproveché para tomársela, y ella correspondió con un apretón como si dijera sí, aviéntate al ruedo de la proposición, de preguntar si quiero ser lo que tú quieres que sea.

A VECES SUEÑO O PIENSO que pude ser faquir, o guitarrista de un grupo cumbiambero o vallenato tipo tradicional colombiano (con Celso Piña, por ejemplo). O que pude dedicarme a recorrer por las carreteras del país en bicicleta y darme el lujo de vivir una vida más interesante que me diera mejores temas para escribir sentado en un parque como Knut Hamsum, que cuando el hambre lo atacaba, tomaba agua y a seguirle, buscando trabajo, y le preguntaban, y "qué sabe usted hacer". Y él respondía "sé escribir". Y la respuesta era que "escribir todos sabemos desde la escuela primaria",  y no. Todo ello pudo haber sido, y no. La novela "Hambre" catapultó a Hamsumcomo uno de los mejores escritores, tanto así que obtuvo el Nobel en 1920.