OPINIÓN

¿Por qué existen las guerras?
21/07/2025

La humanidad a golpes: el conflicto como motor de cambio

La historia humana está manchada de sangre, pero también está impulsada por ella. Aunque nos duela admitirlo, la guerra ha sido una fuerza de transformación tan decisiva como devastadora. Desde las leyendas antiguas hasta los conflictos más recientes, el fenómeno bélico ha sido al mismo tiempo ruina y semilla. En los templos de civilizaciones ya extintas, los Dioses de la Guerra no solo eran temidos por su capacidad de castigar con fuego y acero, sino venerados como generadores de riqueza, orden y renovación. Marte para los romanos, no era solo el dios de la destrucción: era también el garante de la agricultura y la estabilidad imperial. Una figura dual que castigaba, pero también abría camino para el florecimiento de la vida tras el caos.

Este culto a la guerra como catalizador del orden y la abundancia no ha desaparecido. Simplemente se ha tecnificado. En la actualidad, el negocio de la guerra (sí, negocio) es uno de los pilares del sistema económico global. De acuerdo con el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), el gasto militar mundial superó los 2.700 miles de millones de dólares en 2024, y las principales economías industrializadas siguen beneficiándose directa o indirectamente de los conflictos armados en distintas regiones del planeta. No solo se trata de fabricantes de armas o contratistas militares: también se beneficia la logística, la ingeniería, las telecomunicaciones y hasta el sector académico, financiado para desarrollar innovación dual, es decir, civil y militar al mismo tiempo.

Tomemos como ejemplo a Rusia. Desde la invasión a Ucrania en 2022, muchas de sus regiones más rezagadas han experimentado una transformación inesperada. Zonas en recesión crónica, particularmente en el oriente del país, han visto revivir sus economías por la movilización industrial, la reactivación del aparato productivo estatal, y el desvío de recursos públicos hacia proyectos estratégicos en infraestructura y armamento. Ciudades que antes sufrían de desempleo estructural ahora reciben inversiones que no habían visto en décadas. Por paradójico que suene, la guerra ha sido una oportunidad de dinamización económica regional en un país que antes del conflicto sufría un estancamiento silencioso en muchas de sus provincias.

La historia está llena de ejemplos en los que los conflictos marcaron puntos de inflexión para la humanidad. Aquí, las tres guerras que transformaron la humanidad solo en el siglo XX:

  1.     La Primera Guerra Mundial (1914–1918): Con más de 20 millones de muertos, derrumbó imperios (otomano, austrohúngaro, alemán y ruso), redefinió fronteras, provocó migraciones masivas y sembró el resentimiento que desembocaría en el nazismo.
  2.      La Segunda Guerra Mundial (1939–1945): Más de 70 millones de muertos. Dio lugar a la creación de la ONU, al surgimiento de Estados Unidos y la URSS como superpotencias, y al desarrollo de la bomba atómica. También aceleró avances tecnológicos como el radar, el avión a reacción y las computadoras.
  3.       La Guerra de Corea (1950–1953): A menudo olvidada, consolidó la lógica de la Guerra Fría, dividió la península coreana en dos modelos antagónicos (uno comunista y otro capitalista), y sigue siendo hoy un punto geopolítico de tensión global.

Estos conflictos no solo dejaron millones de muertos, sino también transformaciones psicológicas y culturales que siguen latentes. El trauma de guerra ha dejado huellas profundas en generaciones enteras: desde el trastorno por estrés postraumático (TEPT) en soldados y civiles, hasta el miedo crónico, la polarización social y la desconfianza en las instituciones. Las guerras han enseñado a las sociedades a vivir con el enemigo como parte de su paisaje interior, mientras se normaliza el dolor como parte de la identidad colectiva.

En el plano cultural, la guerra también ha sido un dispositivo de mitificación. Ha creado héroes, himnos y monumentos. Ha definido la historia nacional de muchos países, muchas veces a través de versiones manipuladas que glorifican la violencia y silencian la masacre. En lugar de ser una advertencia, la guerra muchas veces ha sido utilizada como un espejo en el que los pueblos buscan orgullo, identidad y cohesión, perpetuando el ciclo.

En una época en la que la tecnología podría unificarnos como especie, seguimos utilizando esa misma tecnología para separarnos con mayor eficacia. El Internet y la IA podrían ser herramientas para superar las fronteras físicas e ideológicas. Pero en cambio, muchas veces son instrumentalizadas para la guerra cibernética, la propaganda, la polarización política o la vigilancia masiva. Somos una especie capaz de comunicarse en tiempo real desde cualquier rincón del planeta, pero también capaz de matar con drones a miles de kilómetros de distancia, sin mirar a los ojos.

¿Significa esto que debemos aceptar la guerra como parte de nosotros? No. Más bien debemos dejar de verla únicamente como aberración y comenzar a entenderla como síntoma estructural, como expresión de un sistema global que aún no ha logrado sustituir el impulso de destrucción por uno igual de potente hacia la cooperación. Mientras el mercado internacional premie más el control que el consenso, y mientras las élites vean en el conflicto una oportunidad en lugar de fracaso, la guerra seguirá existiendo.

La humanidad ha progresado a golpes. Y aunque nos gustaría pensar que el futuro será distinto, la historia insiste en lo contrario. Tal vez, la verdadera revolución no será la que supere a la guerra en eficacia, sino la que logre reemplazar su capacidad de transformación sin necesidad de sangre.

Hasta entonces, seguimos en deuda con la paz. Una paz que, al parecer, necesita vestirse de guerra para ser escuchada.





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