Tragicomedia

El Sistema Electoral al que en la coyuntura actual se le pretende desaparecer

El ejercicio de lo público de aquella que se autoproclama como una familia de políticos de elite nada tiene que ver con la genuina política, deshonrada con el estigma de repugnancia que traen tras de sí sus integrantes porque incluso ni ellos en su generalidad tienen conciencia alguna ni le interesa la trascendencia del ecosistema hacia un estadio de común que exige la sociedad, como la mexicana entrampada en la demagogia.

El Sistema Electoral al que en la coyuntura actual se le pretende desaparecer, Instituto Nacional Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, coincide cada que hay el espacio en que quienes son electos por voluntad popular para el ejercicio de lo público se deben al colectivo social y no a los partidos políticos que sólo les registra en candidaturas para acceder a la gobernabilidad, ejecutiva y legislativa.

En el parafraseo de los recurrentes dichos ya gastados, la política en su esencia está tan lejos de la voluntad popular y desafortunadamente rehén de las mezquindad de esas entidades de interés público que en la forma se denominan como partidos políticos.

Calidad entre los actores públicos definitivamente no hay, quienes en el adoctrinamiento ideológico olvidan los orígenes que le tienen ocupando una posición de mando en la gobernanza acomodaticia, según los tiempos y circunstancias de los regímenes; considerando que en la cúpula siguen mandando los mismos nombres y rostros de por lo menos los recientes 50 años, un cuarto del bicentenario próximo a cumplirse el cuatro de octubre de 1824 desde que se constituyó como país.

En la farsa de los frentes ideológicos institucionalizados quedan todo a deber de quienes con recurrencia refrendan su cuota de poder público, que por su injerencia nocivamente perviven en el andamiaje de las estructuras de gobernabilidad, ejecutivas y legislativas.

La caprichosa tentación cambiar el entramado jurídico de la gobernabilidad tienen como única ruta deteriorar hasta el grado de que se transgreden a la coexistencia en democracia social, igual de sacudida como guiñapo independientemente del régimen en turno que terminan siendo los mismos violadores de siempre al Estado de Derecho.

Reducir el número de legisladores en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, y ahora también en los locales, no es tema nuevo ni exclusivo de quien ahora posee la banda presidencial de la República Mexicana sino una misma  retórica de quienes poseyeron ese emblemático símbolo de mando ejecutivo en los tres períodos previos.

El gran galimatías que les ha enfrentado a quienes habiendo sido oposición se pronunciaron en contra de quienes en su momento estuvieron en el mando y viceversa, apelando por igual a una defensa por el principio democrático en la tribuna que representa a la voluntad popular, en la paradoja de ser poco o nada correspondida en sus intereses.

Lo ideal sería que como en el primigenio origen la representación social emergida de la expresión democrática electoral hubiera sólo los 300 diputados uninominales, los de mayoría relativa. Pero en el escenario de un amenazante regreso a la autocracia en el propio Congreso, se justifica la vigencia que abrió paso a la representación proporcional, los plurinominales.

En la división de los Poderes de la Unión, Ejecutivo y Legislativo, la representación popular y de la soberanía de los estados en el cogobierno son además el contrapeso a las decisiones de Estado inmerso en un rezago en la asimetría del desarrollo social, inaceptable en la transversalidad de los tiempos y las circunstancias.

Aun cuando debiera tenerse en el reflexivo intelecto de los mexicanos que el acceso al mando de lo público de las instituciones partidistas, invariablemente de sus fundamentos ideológicos, al menos en el papel convergente deberían contribuir a una anhelada prosperidad, pero lo único cierto es la hipocresía del engaño porque ni uno ni otro han procurado una razonable conciliación para el propósito.

Por lo contrario, la sinrazón incluso a escuchar las voces del colectivo social ha ahogado toda posibilidad de aspirar a una nación pujante en el que la unidad debiera conducir a un estatus quo en el estadio de la prosperidad.

Vivir en el error de cualquiera de los componentes de los Poderes de la Unión y de su Pacto Federado, creyéndose autosuficientes no han hecho sino llevar a la desgracia social cuando se han tenido los argumentos humanos, recursos naturales y materiales a disposición.

El atroz egoísmo se ha manifestado en el autoritarismo, la corrupción, la impunidad y las consecuencias han conducido al escenario bipolar de los buenos y los malos, una versión actualizada a aquel otro entorno social polarizador que en Tabasco por el conflicto poselectoral de 1995 que conllevó a sembrar entre el colectivo al estigma de los bien nacidos y los mal nacidos.

Una mezquindad que sólo puede tener por consecuencia el surgimiento del resentimiento y el odio, con el que hoy día se tiene en el pragmatismo de la partidocracia cogobernante, para imponerse una vez más la confrontación por la ambición del mando de un México que pese a todo aún tiene aguante, aunque no muy distante del colapso anárquico. La mayor de las desgracias.

Bitácora

La negación de la China comunista a que una misión de la Organización Mundial de la Salud indague libremente en su territorio evidencias sobre el origen del covid19, lleva a reforzar la teoría de que el virus fue concebido en sus laboratorios y no por una mutación animal.

eduhdez@yahoo.com