UBER: Confieso y acuso: lo peor de dos mundos

Desde hace dos años encontré que UBER me hacía más fácil la vida, y lo mejor: a un precio más que razonable

No tengo el menor reparo en confesarme culpable de usar el servicio privado de transporte de UBER, tan descalificado por las autoridades en las últimas semanas. Desde hace dos años encontré que UBER me hacía más fácil la vida, y lo mejor: a un precio más que razonable. Por apenas un 20 por ciento más de lo que costaba un taxi de sitio me ofrecían carros nuevos y limpios, más seguros y eficientes, con la APP que me garantizaba ganar tiempo cuando el chofer me fuera a buscar gracias al “bendito GPS”. Mi sorpresa fue aún mayor cuando en los primeros servicios me brindaban botellas de agua para quitarme el sofoco del calor agobiante de mi querida Villahermosa y hasta revistas o periódicos para entretenerme en el trayecto. Para mí, y para cientos de tabasqueños acostumbrados a unidades chatarras y peligrosas, conducidas por operadores barbaros, mal encarados y nada educados, y groseros era un modelo de transporte que nos anunciaba el principio de una nueva era y casi dábamos por hecho la desaparición de los taxis amarillos. También, reconozco que con cierta crueldad, la sociedad veía con buenos ojos todo aquello. En Redes Sociales, y en las conversaciones entre familia y amigos, eran muy comunes los comentarios negativos hacia el colectivo de taxistas a quienes se les acusaba de haberse ganado a pulso el repudio de la sociedad, por el mal uso que hacían del privilegio de trabajar para un servicio público, devolviendo a los ciudadanos un parque vehicular que en su mayoría estaba más cerca de un “deshuesadero” que de ser cuando menos decente y muy alejado de la relación costo-servicio que se desprendía de los sucesivos aumentos a las tarifas. Era muy común escuchar la frase “por eso nadie los quiere” cuando escuchábamos los insultantes pitidos constantes cuando buscaban el pasaje, o cuando rechazaban el servicio porque “no voy para allá” o cuando jugaban a las adelantadas entre el cada vez más denso tráfico de Villahermosa, con evidente riesgo para el pasaje y para el resto de los coches que compartían con ellos unas calles estrechas, mal asfaltadas, sin señalización y sin alumbrado en las que campaba la ley del más fuerte. Es decir no era seguro viajar en un taxi porque incluso te podían asaltar o matar ya que los piratas estaban a la orden del día. No ha cambiado el panorama, pero los esfuerzos por mejorar la situación son notables y el nuevo secretario de Movilidad, Narciso Oropesa, parece que está empeñado en darle una salida definitiva a la situación. Apenas tomó posesión del cargo, Oropesa envió una señal clara a UBER: “el delito que ustedes están cometiendo al no encontrarse regulados se paga con cárcel hasta de seis años”. Naturalmente la sociedad saltó por esas palabras y le recordó al funcionario que si algo había que poner en orden primero era la situación de la flota de taxis que, según él si cumplía con los requisitos legales. Narciso Oropesa entendió y se puso a la tarea, y en estos días se ha detenido a una considerable cantidad de unidades piratas, mientras que a la vez se anuncia que en marzo se pone en marcha el operativo contra UBER, empresa que, por cierto, ha respondido empoderándose con un aumento desmesurado de precios espectacular. Hasta un 300 por ciento más caro que el servicio de sitio, los tiempos de espera han aumentado hasta los 12 minutos y cada vez hay más conductores que vienen de otros estados de la República. No parece por tanto que este asunto vaya a concluir con bien ni en poco tiempo. Estamos en medio de lo peor de dos mundos.