Un intento diabólico

Un intento diabólico

El diablo sentado en el mismo sitio de la última tentación a Jesucristo, triste y más que triste, enojado, se puso a reflexionar sobre por qué el odio eterno que le han profesado los mortales pues muy pocos lo veneran o dicen venerarlo.

Nunca, por los siglos de los siglos –se quejaba rencoroso- los humanos me ha tratado con respeto, con amor, justificando su actitud con el equívoco  de que represento el mal y debo ser combatido y evitado porque el pecado mancha y condena, para aceptar sólo la bondad que concretan en la idea de Dios, esa invención que mantiene enajenada a la humanidad desde los primeros tiempos.

Y seguía en plan de lamento:

¿Qué los motivará tal creencia? Tan necesario soy  yo como lo es el otro si se trata de calificar de buenos o malos sus actos.

Sin encontrar explicación al temor infinito que los hombres profesan, trata de cambiar estrategias en el intento por convencerlos de que el mal debe ser adoptado por ellos como norma de conducta general y mañosamente (dicen que el diablo es más sabio por viejo que por diablo) desea hacerles llegar el engaño sin que puedan sospechar, por un medio idóneo: el discípulo convencido y fiel, la tendencia genética del hombre a la corrupción, o a la TV comercial. Su experiencia ancestral, insisto,  le permitió decidirse finalmente.

HUBO UN REY

Baila la rumba como el mejor o mejor. La baila muy bien, rebién, requetebién. Bien suave, alegre, jacarandoso, cadereando con ritmo, con gracia, sacude los hombros y agita las manos en el vaho caliente y espeso del salón para lucirse, en magistral demostración. Vueltas, medias vueltas, grita, grita, grititos bruscos y contagiosos, se desliza de aquí para allá, hacia adelante, hacia atrás, con todo un repertorio de pasos y contorsiones, tira pataditas y convulsiona febril de espalda a la pista, a punto de trance: ¿Sí señor! ¡El rey de la noche! ¡El rey de la noche y de las mujeres!, porque las mujeres aplauden a rabiar sus demostraciones, lo adoran, se lo disputan, lo idolatran y escapan de sus parejas para mirarlo, sentirlo, acariciarlo, despeinarlo y hasta mancharle y arrugarle su “último grito de la moda” (Pinches viejas! ), y lo hacen enojar.

Baila el danzón, sabrosón, con eso, con ángel ya algo más. Único, puro estilo, del mejor corte (y confección como su traje, tacuche o uniforme), no importa su hechura de barriada, sin escuela ni nada de eso. El hace la historia y todo lo demás, lo demás que ocurre en el salón. Nadie lo duda, más le vale. Mejor.

Recuerdos o imaginaciones, las manos se mueven rítmicamente cada vez con más lentitud, como si a cada vuelta de rueda, la silla se hiciera más pesada. Las piernas ya no obedecen y la historia, una vieja historia, está por terminarse.

Se acaban los recuerdos o las imaginaciones, que al final se confunden. (Buena persona y otros libros de ficción)