Vía crucis, la vida misma

La verdad tampoco a Jesús. Me imaginaba niño siguiendo el Vía Crucis.

HABLE O ESCRIBA DE LA SEMANA SANTA, me dice en un mensaje una lectora. ¿Y yo por qué? ¿Por qué no usted?, fue mi respuesta a bote pronto. "Por la facilidad que tiene para escribir y la felicidad que proyecta". No se deja y me responde así. Y cuando digo ¿yo por qué?, me refiero a que yo visito poco las iglesias. Si acaso en un bautismo, unos quince años o una boda. Y cuando asisto no sigo los ritos (no me arrodillo, por ejemplo).

PERO ENTIENDO LA PETICIÓN. Imagino que refiere a mi manera algo dispersa como asocio las ideas. Como si fuera tan natural (y lo es). Y como si todos pudieran seguirme en ese saltar de un tema a otro. Pero sí recuerdo que hace como cuarenta años escribí para un 24 de diciembre "El nacimiento de Jesús en Plaza de Armas" (en Villahermosa). Por aquellos días un grupo de barrenderos peleaban por mejor condiciones laborales y en su protesta pasaron esa nochebuena a la intemperie  Y se me ocurrió relatar a José y María tocar la puerta en palacio de Gobierno y en el Tribunal y la cámara de diputados, y no se las abrieron porque decían que eran tunantes.

MI MADRE PREPARABA PARA SEMANA SANTA sabrosas capirotada y tortas de camarón. También sopa de calabacita con camarón. Entonces, el acercarse esa semana, no representaba para nosotros de niños algo relacionado con la iglesia, sino con la cocina de mamá. Y allí estábamos con ella. Previamente había salido a comprar los ingredientes.  Y mientras los preparaba, con el olor los saboreábamos por adelantado. Y ya listo siempre pidiendo más. Así que mi mamá nos servía poquito para que hubiera aún porque sabía que luego pediríamos otro poquito. Y nosotros nos sentíamos bien.

MI MADRE LLEGABA A LAS MISAS de Semana Santa, pero no nos obligaba. Y eso se lo agradezco. No era fanática. Para ella era salir de casa, reunirse con sus amigas. Y escuchar la prédica y el sermón. Sus amigas pasaban por ella. Pero a veces sí íbamos con ella. Sobre todo en la ceremonia del lavado de pies. Y en el Vía Crucis. Me gustaba ver las representaciones. "Ese es tu tío", me decía mi mamá cuando el sacerdote le lavaba los pies a un tío disfrazado de apóstol. Y yo veía al tío. Pero no me causaba mayor respeto. Es el que le dijo a mi padre que no me llevara a la escuela primaria sino a las clases de la iglesia "porque en la escuela aprenden puras cosas del diablo". Así decía el tío Nacho.

EN EL VÍA CRUCIS LOS LATIGAZOS parecían reales. Soldados romanos laceraban al actor que representaba a Jesús. Por lo general era delgado, se le notaban las costillas. Era alto y con barba. Y zas, zas, los latigazos. Yo hasta me arqueaba solo de imaginar el dolor que debía representar, no sentir. O representar que sentía. Y en el juego de la imaginación nunca de los nunca imaginé de grande ser soldado romano. La verdad tampoco a Jesús. Me imaginaba niño siguiendo el Vía Crucis.

"VOY A LA PLAYA", le dije una vez a mamá. "¿Y cómo? Tú no vas, no te me vayas a ahogar; si te ahogas ya sabes cómo te va a ir". Y fui. Un vecino tenía una vieja  camioneta Ford de batea (caja) y llevaba a varios adultos entre ellos mis hermanos mayores, quienes cooperaban para la gasolina. Y yo me acomodé sin que me vieran ellos. Cuando me vieron ya jugando en la playa se rieron. Dice luego mi madre que me buscaba, que estaba muy preocupada e imaginaba verme cadáver (tenía miedo), por lo que preparó una vara para pegarme, porque tenía miedo que me ahogara. Y cuando me vio regresar contento, agradeció a Dios y se olvidó de pegarme. Me abrazó fuerte.

CUANDO VOY OCASIONALMENTE A LA IGLESIA soy muy respetuoso. Observo y oigo con atención. Miro los rostros esperanzados. Miro llanto en algunas personas. Miro e interpreto los golpes en el pecho. Miro los cuadros y las pequeñas esculturas de yeso. Leo lo que escribieron en las paredes, alguna cita bíblica. Admiro los vitrales. Lo barroco de sus adornos. La arquitectura de las grandes y añosas iglesias. Miro el Cristo. El San José. El Sagrado corazón. Miro a San Charbel. Trato de mirar todo lo que puedo. Un perro echado dentro. Personas discapacitadas en la entrada. La recolección de ofrenda. Hay algo místico en todo ese ambiente. Es tan vieja la creencia y es a la vez tan nueva. Somos los mismos seres humanos desde siempre. Creemos o no creemos. Y la vida sigue. Somos polvo, polvo al fin, pero enamorado.

EL VÍA CRUCIS ES EL CENTRO de las conmemoraciones de Semana Santa. Las caídas con la cruz. Los latigazos. El suplicio del pobre en su trayecto de vida que apenas tiene para comer y vestir. Son los latigazos del hambre. El desempleado. El que con su trabajo es explotado recibiendo miserias de salario. Es la mujer sola con sus niños que se esfuerza por llevarles algo de comer y procurarles condiciones mínimas de sobrevivencia. El suplicio del Vía Crucis es el anciano abandonado que vive de la caridad de sus vecinos.

EL VÍA CRUCIS AQUEL FUE EL MIEDO de los poderosos ante la palabra redentora de Jesús, El Cristo, que representaba, con su palabra despertadora de conciencia, el vislumbre de la libertad a los esclavos, el enojo por los mercaderes del templo que se aprovechaban de la ingenuidad del pueblo. Y en estos tiempos representa lo mismo: los pobres y sojuzgados, los del grillete de la miseria, siguen siendo los mismos en la historia, los alienados quienes han recibido enseñanza de distintas maneras para no rebelarse, para sufrir como mérito y solo así alcanzar la buenaventura en el cielo posible, la vida eterna. Digo yo que ese pasaporte es falso. Que el cielo y el infierno son aquí en la tierra, para los hombres de buena o mala voluntad.

¿Y JUDAS? ES AQUEL QUE EN CONFIANZA le cuentas algo y lo dice a los enemigos. Es aquel correveidile que lo que sabe de ti lo cuenta a diestra y siniestra. Es aquel que estando cerca te muestra aprecio, pero espera tu caída, porque cree de manera ilusa que así crece él, cuando es todo lo contrario.  Es aquel a quien le hiciste un favor y lo niega. Y al contrario te lanza la piedra aunque sabe que tú sabes que es él. De los Judas, apártame, señor. No es que sean malos por sí. Están tan solos, faltos de afecto, son tan miserables, que requieren dañar para ilusionarse que existen como seres humanos. Y creen que ese tipo de ser es su propio modelo a seguir. Los Judas se miran al espejo y se dan tanto asco que vomitan, lloran y piensan en ahorcarse. No lo hagan, por favor, que en el teatro del mundo hacen falta para cumplir tan miserable papel.

EN EL VÍA CRUCIS DE LA VIDA todos tenemos un papel. El más triste es aquel que busca piedras para lacerar al mundo entero.