OPINIÓN

¿Y de ahí?
29/04/2025

LA SOCIEDAD DE LA DISTRACCIÓN

La sociedad de la información que soñaron los sociólogos en los albores del internet, ha pasado a ser la sociedad de la distracción. Es un hito de la humanidad la democratización de la tecnología al grado en que prácticamente cualquier persona, incluso de bajos recursos, puede hacerse de un dispositivo móvil para llamar, enviar mensajes, conectarse a internet y revisar las actualizaciones en sus redes. Sin embargo, no estamos mejor informados ni ha mejorado la calidad de la democracia, quizá lo contrario.

En el uso cotidiano olvidamos que el más humilde teléfono inteligente es un milagro de la ingeniería y la técnica, empapado de explotación laboral así como devastación ambiental en la extracción de las tierras raras y otros recursos que se requieren para producirlos. Nos hemos acostumbrado tanto a ellos, sentimos que los necesitamos tanto como la cartera y las llaves al momento de salir de casa.

Los celulares son parte de nosotros, llevamos nuestra vida en ellos. Nuestros contactos, las redes en donde nos entretenemos, informamos, opinamos, nuestras fotografías, correos, las aplicaciones de banco, para pagar la luz, hacer compras, estudiar... a veces no sabemos cuánto más. Desde el teléfono, vamos dejando un reguero de datos en la red que permiten estudiar patrones de consumo, movilidad, perfil económico e incluso político e ideológico. Datos que ahora se pueden comerciar, que están detrás de la aparente coincidencia de empezar a ver en publicidad un producto sobre el que apenas recién pensamos en comprar.

Los teléfonos permiten hacer un seguimiento hasta de los hábitos diarios, porque nos son tan cercanos que para muchas personas es lo primero que ven al despertarse y lo último que miran al dormirse. Ojalá  fuera para informarnos y participar activamente en la democracia como soñaron Manuel Castells y los demás utópicos de la sociedad de la información. En realidad, la mayor parte del tiempo que sostenemos el celular frente a nosotros, estamos distraídos. Puede que no nos demos cuenta, pero es mucho tiempo.

No queremos, no vamos a reconocer que somos adictos a nuestros teléfonos, al internet, a ver nuestras redes. Somos adictos a la mezcla de contenidos que consumimos, uno tras otro en nuestras pantallas, cada vez más breves, como el fumador que prende un cigarrillo con otro sin llevar la cuenta de cuántos lleva. Vemos tal vez cientos de notificaciones, titulares, actualizaciones, videos en un día. Cada vez más breves. Cada vez son menos los lectores que pasan del titular. Los más jóvenes podrían estarse destruyendo su capacidad de concentración. Los hay quienes ya investigan en Tiktok como antes buscábamos en Google. Antes, porque cada vez más ganan terreno las inteligencias artificiales.

Estamos distraídos los que somos adultos, vienen creciendo distraídos los niños y adolescentes. Vamos de un contenido a otro, para mantener el subidón de dopamina, una sensación de actualización constante, cuando en realidad somos incapaces de procesar esa información. Es un hábito que no nos ayuda a entender la complejidad del momento que vivimos, porque la información pasa sin que nos demos un tiempo para pensarla, comprenderla. Una cosa es enterarse, muy otra es entender.

Cierto que nunca hemos podido abarcar la realidad tal como es, que sus alcances nos rebasan como individuos, que como humanos no podemos evitar una condición que nos ata al error y la ignorancia en alguna medida. Esto es tan cierto, como que el principio mismo de la realidad se altera cada vez que tomamos por cierta una información que es falsa. Cosa cada vez común, puesto que la información falsa resulta un gran negocio. Peor, se ha vuelto un elemento que propicia que algunos abracen la ignorancia como identidad, se vuelven terraplanistas o antivacunas.

No puede ser más irónico, cuando se suponía que la tecnología nos iba a servir para estar mejor informados y tomar mejores decisiones en por la democracia y el bien común, resulta que nuestro uso y abuso de esta tecnología hace que tomemos por ciertas ideas desmentidas hace tiempo.

¿A quiénes les conviene que la población esté tan distraída? Habrá que hacer el ejercicio incómodo de apartarse un momento de las pantallas para dimensionar de qué tanto nos enteramos y en qué poco nos comprometemos.





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